Sofía Barahona, presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica nos comenta en una columna porqué más que una celebración, la marcha por el orgullo de ser tu mismo del día de mañana es una instancia para exigir la esperada igualdad frente a una derecha cada vez más ortodoxa.

Desde pequeña siempre me intrigó cómo las principales autoridades de mi mundo personal – mis padres, tíos y profesores – se esmeraban en corregir la forma en que mis primos y amigos expresaban su imaginación. Cuida a tu muñeca, tienes que ser mamá, el que te quiere te aporrea, no juegues fútbol, párate como hombre, lloras como niña. En ese tiempo eran solo retos, ahora lo veo como control social.

El poder moldeando mi cuerpo y conciencia.

Ante los avances vienen los riesgos de instrumentalización. De mercantilizar los logros, hacerlos moda y venderlos. Me pasa un poco cuando veo los filtros de arcoíris en Facebook. Con ello viene además una reacción: los grupos que niegan las libertades civiles de otros aprovechan de tildar a la diversidad sexual como un grupo de exagerados, lobistas con agenda oculta o empresarios de la diversidad. Ambas partes se banalizan y la lucha se vuelve espectáculo.

Cuando la pugna política se vuelve entretenimiento surge el riesgo de invisibilizar su violencia inherente. Porque la política es eso: la constante búsqueda de resoluciones no-violentas a problemas que implican injusticia, discriminación y explotación. La pugna como espectáculo me lleva de vuelta a mi niñez, a los retos de los adultos que transformaban el uso del poder en algo inocente, a lo sumo paternalista pero indudablemente inocuo. Y así olvidamos la persecución sistemática del Estado contra la homosexualidad. Olvidamos el consenso tácito – de derecha a izquierda- de que el sujeto histórico, cualquiera sea, no podía ser homosexual.

Lo que ha sucedido con los diversos diálogos y debates de Chile Vamos ha generado en varias ocasiones ese momento de entretenimiento que nos distrae y nos hace olvidar. El senador Ossandón, con su picardía y carisma, ha hecho reír a todos con sus errores y desaciertos: “puede que meta las patas, pero jamás he metido las manos” – explotando sus contrastes con Piñera. El hecho es que su rechazo a las libertades civiles de adultos, jóvenes y niños a expresar y reconocer su identidad de género reproduce y adapta la persecución de personas LGBT al marco político y jurídico aceptable.

Espero que los nuevos aires “renovadores” de Felipe Kast vayan en serio y logren correr el cerco discursivo de la derecha. Me ha faltado escuchar su posición sobre la Ley de Identidad de Género. Por otro lado, creo que el progresismo criollo ha sido más un seguidor de tendencias internacionales que un actor con iniciativas innovadoras. La comunidad LGBT no solo requiere de reconocimientos dentro del marco jurídico. Se requieren más y mejores estudios sobre la realidad que enfrentan.

A principios de año, la derecha parecía mostrar una diversidad inusitada. El Manifiesto Republicano, un texto escrito por intelectuales de derecha coordinados por Andrés Allamand, abría la reflexión política de alto nivel. Hoy solo quedan los GIFs y memes del último debate televisado en cadena.

Creo que el desafío de la izquierda será superar la política del entretenimiento levantada por la derecha, consciente e inconscientemente, y poner los grandes temas de vuelta en la senda de una apuesta cultural profunda, convocante.

Si Piñera anunciaba el fin de la fiesta de los delincuentes, nosotras, las nuevas corrientes de izquierda, debemos denunciar aquellos que hacen de la desigualdad y la discriminación, su fiesta más oculta.