Aparece en la cartelera este thriller con los temas de moda: cosas inexplicables v/s ciencia, la batalla de siempre.

Como era obvio, no se acabó el mundo. Pero los últimos días igual estuvieron raros. De la nada  hubo apagones en algunas regiones del país y de manera casi automática gente en twitter dijo ver extraños círculos en el cielo. Después empezó a correr un video en youtube donde luces en el aire se movían en perfecta sincronía desde los cerros que rodean la noche santiaguina. Los que grababan tenían miedo, estaban seguros de lo que veían, indudablemente eran ovnis, todo porque nadie sabía aún la posterior explicación oficial. Otro día cae una insólita lluvia de diciembre en la capital, hay inundaciones y cortes de luz. Las voces que hablan del fin del mundo se escuchaban cada vez más fuerte.

Los noticieros, matinales, programas misceláneos o la prensa escrita estaban de fiesta. Tenían todo a su favor, porque cada uno ve lo que quiere ver: que todo se iba a acabar , que se trataba de un cambio interno, que no a pasaría nada, que el apocalipsis zombie, que los gobiernos iban a hacer algo siniestro, etc. Cada uno barajaba sus propias teorías para sentir la seguridad que da saber algo que el resto no sabe. Pero lo que importa es tener convicciones,  aunque sea sobre lo desconocido y paranormal, porque implica tomar una posición, mostrarse, lo que no parece hacer Rodrigo Cortés, el director de Psíquicos (Red Lights) al tratar estos temas en su película.

Por un lado, está el pensamiento racional plasmado en Margareth (Sigourney Weaver) y Tom (Cillian Murphy), científicos/investigadores que hacen clases en la universidad y se dedican a desenmascarar a chantas religiosos, dar respuesta a fenómenos paranormales o cosas de ese tipo. Por el otro lado, aparece  Simon Silver (Robert De Niro) un aclamado predicador que provoca el asombro del público con sus super poderes. Como es evidente, el  desafío de Margareth y Tom es demostrar que Simon Silver lucra engañando a la gente y para eso, tendrán que llevar sus convicciones hasta el límite.

Igual, entre medio, pasan muchas cosas: muertes, peleas, explosiones, buenas pausas en momentos precisos y varios diálogos interesantes; lo que no es poco y eso hace que valga la pena ir al cine de sobra. Pero nunca queda claro de qué lado está la apuesta de la película, dónde están sus fichas, porque deja demasiados signos de interrogación. Queda una especie de ambigüedad girando en el aire que termina defraudando un poco.

Si es cierto eso que dicen, que ir al cine es un acto de fe, por lo menos lo que ahí se muestre tenga un discurso relativamente claro. No es el caso.

En días en que todo es extraño porque queremos que así sea, que pasen cosas, que ocurran fenómenos que no se puedan explicar, solo por salir de la normalidad y la rutina diaria, siempre se opone la racionalidad que intenta explicar justo lo que no queremos saber. Con esta película pasa algo parecido. Aunque igual, va a depender de los ojos con que se miren las cosas. Como siempre.