Necesitamos decirle basta a un proceso de selección segregativo y desigual.


Han pasado años desde que di la PSU pero todavía no puedo olvidar la perdida de tiempo que significó terminar esos facsímiles. No me refiero a la hora en que duró todo el proceso de relleno de circulitos, si no a los 4 años de educación media que tanto yo como cientos de miles de chilenos botamos a la basura luego de retirarnos de esa sala infame que fuimos a reconocer el día anterior.

La educación media se basa en prepararnos por una prueba de alternativas en lugar de realzar las capacidades cognitivas de los futuros profesionales del país. Pero esto es tan solo uno de los tantos problemas que acarrea la PSU y todo este proceso de selección (que te dicen que es un trámite, que no estés nervioso, pero realmente existen muchísimos motivos para estarlo).

En primer lugar, los medios han normalizado la PSU banalizando este proceso con noticias ridículamente repetitivas como “la persona más longeva en dar la prueba” o “las palabras de aliento del ministro de educación”.

La prueba está mal en mucho niveles pero ¿Por qué dejamos de cuestionarnos esto? ¿Realmente empatizamos tan poco con el tema solo porque ya no nos compete cuando dejamos de ser escolares?

Porque la PSU no es un proceso de selección universitaria cualquiera. Tampoco es un trámite del que podamos salir airosos, acá hablamos del inicio de la segregación que define a la sociedad chilena y nadie parece cuestionar el efecto social que ejerce una prueba que termina por convertirse en una herramienta de control.

En primer lugar, se cree que la PSU es el boleto de entrada hacia una mejor calidad de vida y poder surgir económicamente. Pero esto es completamente falso ya que la PSU evalúa de forma transversal a todos los estudiantes chilenos sin tomar en consideración que su educación no es equitativa. Ni siquiera está cerca de serlo y tomando en consideración la políticas -o falta de ellas- para cambiar la situación, tampoco lo será en un futuro cercano.

Se habla de que “el que quiere puede” como una justificación para no hacernos cargo de la enorme brecha existente entre colegios particulares y pagados, porque una persona que tiene promedio 6 en un establecimiento público, no obtendrá el puntaje de alguien que estudió en un colegio particular por mucho que se esfuerce. Porque en Chile no existe la meritocracia y las cifras lo avalan.

El año pasado, la ponderación promedio de los estudiantes pertenecientes a establecimientos municipales que rindieron la PSU fue de 475 puntos en comparación a los 604 que obtuvieron aquellos pertenecientes a establecimientos particulares. La situación es preocupante si consideramos que la mayoría de quienes rinden la PSU pertenecen justamente, a establecimiento públicos y municipales.

La falsa creencia de que un mayor puntaje asegura el éxito en tu vida genera una competencia feroz para jóvenes que recién alcanzan la mayoría de edad. El estrés por no tener el dinero suficiente para poder pagar el arancel de una casa de estudio –o endeudarse para ello- también contribuye a que se generen síntomas de ansiedad previos a realizar la prueba como insomnio y agotamiento.

Terminar la enseñanza media es un ciclo que define la identidad de una persona pero gracias al sistema de selección universitaria, este ciclo se desvirtúa hacia un proceso que alimenta la industria de los preuniversitarios recordándonos cada año el fracaso de nuestro alicaído sistema de educación público.

Las universidades del país coinciden con el discurso de su propio concepto: generar una educación de calidad para todos, sin discriminar y formar personas íntegras para la sociedad, pero la realidad es que no pueden aplicarse estos preceptos con un método de selección que segrega de tal manera y de forma tan temprana la vida de cientos de miles de jóvenes en Chile. Este tipo de reflexión escapa y brilla por su ausencia durante los días previos y posteriores al rendimiento de la PSU en los medios, cuando es una discusión que deberíamos tener de forma majadera para dar término a un proceso clasista que perpetúa las diferencias sociales en Chile.