Una reflexión necesaria.
Por Nicolás Cuello. Historiador del Arte, escritor y archivista.
No sé qué significará para los demás la identificación de lo marica como un “posicionamiento político”. Personalmente entiendo lo marica como la objetivación política de una experiencia sexual, deseante y erótica históricamente perseguida, luego patologizada y actualmente explotada simbólica y económicamente por un sistema colonial de organización social que se garantiza a sí mismo a través del control reproductivo y sexualizado (social, biológico, laboral) de las fuerzas sociales.
Creo en la potencia conflictiva y dinámica de los elementos que definen ese modo específico del deseo. Es decir, reniego de una definición sustancial de lo que puede llegar a “ser”. No como un modo de negar la historia que condensa esa expresión, sino al contrario, como un gesto hospitalario para evitar la cancelación de nuevas identificaciones, otros o nuevos cuerpos y experiencias que se reconozcan en esa identidad que vale menos por identidad antes que como una porción poderosa del archivo interminable de la desobediencia sexual.
¿Por qué creo que es importante desmontar la legibilidad sustancializante de la experiencia marica?
Principalmente, porque encuentro que existe más potencia en la apertura de sus condiciones de reconocimiento que en la definición ansiosa de sus límites: en algún momento fue un modo de definir la experiencia sexual de “hombres que amaban a otros hombres”.
También fue, y en algún sentido sigue siendo para algunas generaciones más grandes, un modo histórico de reconocimiento afectivo entre algunas travestis.
Luego pasó a operativizar una discusión más crítica en torno a los contornos desiguales que moldean la experiencia “homosexual” dando cuenta de la compleja trayectoria de aquellos cuerpos más visiblemente femeninos.
También, por momentos, es un instrumento crítico para señalar la diferencia de clase y desmontar los efectos asimilacionistas de la integración neoliberal, que han anulado progresivamente la historia injuriosa de dicho posicionamiento deseante, volviendo lo “gay” un nuevo horizonte de humanización a través de ciudadanías de mercado.
Lo marica se debate en entre por lo menos dos posibles experiencias.
Por un lado es un modo de nombrar no sólo la expresión de un deseo sexual específico, sino también las torsiones y marcas que no sólo la violencia, sino también el placer (aunque sea un rasgo de época olvidarse de esto), producen sobre la expresión de género de aquellos que encarnan ese posicionamiento sexual.
Hoy la identificación marica puede pensarse no ya como un cuerpo biológico preconcebido con prácticas sexuales y lenguajes sensibles predeterminados, sino como un grupo de experiencias corporales complejas que a través del tipo de prácticas sexuales que llevamos a cabo establecemos relaciones de conflicto con los guiones sexopolíticos preestablecidos al género masculino que se nos asigna o que elegimos de forma autodeterminada.
Por otro lado, también es preciso señalar que hoy lo marica, efecto de lo que algunxs identificamos como una fuerte desactivación de la potencia desamarrada de su insubordinación sexual, es un modo para referirse a representaciones hipercodificadas de una posible “feminidad masculina”, compuesta por comportamientos culturales sintetizados de manera descontextualizada que caricaturizan, en las pantallas del capitalismo global, lo “marica” como una expresión corporal, color de piel y un registro afectivo específico que se consume como un objeto cultural de contornos pret a porter, lleno de lugares comunes funcionales a la expectativa straight sobre nuestra diferencia.
Comparto esta mirada sobre la experiencia marica porque me interesa plantear un modo de imaginación de esa identificación que pueda, simultáneamente, construir relaciones de mismidad entre sus sujetos políticos, sin dejar de lado que existen diferencias valiosas, erotizables, que nutren al complejidad de nuestra historia común. Una aproximación no esencialista de la identidad marica, que contemple tanto el problema como el placer de relacionarnos críticamente desde un espectro amplio de estrategias y lugares de enunciación con los mandatos sexuales de la masculinidad, permite que podamos abrir espacio para más de una conversación sobre los modos de vida posibles que esa identificación habilita.
¿Para qué es importante?
Para volvernos responsables colectivamente de esas diferencias. Para producir formas solidarias de alianza. Para producir formas de sociabilidad sexual que no opaquen, invisibilicen, nieguen esas diferencias. Sino, al revés, las nombren con valor y sepan contener la historia de su belleza como también de su dolor. Para mí eso es una parte fundamental de lo que significa elaborar culturas públicas sexuales. Esa es la tarea política de fundar comunidad.
Por eso creo que es fundamental el reconocimiento de la experiencia cis, como un modo ético de elaborar alianzas con el desmantelamiento del biologicismo, la transfobia y el cisexismo de nuestras comunidades. Como una forma de honrar el trabajo político de los activismos trans, de la misma manera que honramos el trabajo de los activismo negros, de los activismos diverso corporales, de los activismos feministas, etc. También, porque resistirse al reconocimiento de esta categoría, es dejar sin nombrar la experiencia concreta de una porción de nuestra comunidad. Es colaborar, en cierta medida, con la invisibilidad histórica de su presencia, es alimentar umbrales autoritarios de acceso, permanencia e inclusión, que no son otra cosa que prácticas de desigualdad que afectan la experiencia afectiva, sexual y cultural de otrxs maricas. Es dejar intacto que existe una historia que ha normativizado una experiencia corporal como una verdad política identitaria, dando por desterrado que histórica y fácticamente ese posicionamiento político y sexual, siempre ha sido polifónico, mutable y contingente. ¿No era eso exactamente lo que esperábamos de la identidad?
Fuera de la categoria hombre.
Ofrezco este punto de vista, porque también me considero por fuera de la categoria hombre. ¿Qué significa eso para mí? Es una forma de nombrar una historia política corporal concreta.
Hacer de mi identidad sexual una expresión que nombre mi género, es una forma de dar cuenta como ese posicionamiento marginal en torno al mandato sexual asociado a la identidad de género masculina que se me asigno, nombra un estado de conflicto y desafiliación estratégica con un sistema de inteligibilidad y expectativa al que no quiero, no puedo, ni deseo responder de la forma que se espera.
El poder no se modula performaticamente a partir de este posicionamiento personal, ni de su expresión enunciativa. No existe un acto mágico como tal que me desafilie de la realidad del poder en el que mi cuerpo se inscribe, es leído (pasando o no) y juega su propio capital diferencial. Ese sistema sexo-género que cuestionamos de forma permanente, cuya violencia a muchxs de nosotrxs nos ha marcado con profundidad en términos subjetivos es algo más que una historia personal. Es una red de poder institucional, un sentido común compartido y una serie de relaciones de poder históricas imbricadas hasta lo más profundo de la lógica social.
Sí, yo me reconozco en conflicto con la identidad de género que se me asigno políticamente al nacer. La historia de mi deseo y de mi resistencia es una prueba de ello. La violencia y el precio que tengo que pagar aún hoy, también. Pero como marica entiendo que ese es el lugar conflictivo que elegimos como un punto de enunciación. Ese lugar conflictivo, lo comprendo como parte de un espectro de relaciones de desafiliación del género asignado al nacer, pero no es una transición de ese género. Es exactamente eso, una relación conflictiva. Y esa es la definición, de lo que entiendo como un posicionamiento como marica cis que coexiste con el trabajo deseante de otras maricas trans que plantean otro espectro de relaciones de conflicto y de desobediencia a los mandatos sexuales del género masculino al que transicionaron.
Por eso creo que la discusión sobre nuestras identidades cis, en lugar de reificar un binario, lo que hace justamente es transformar y enunciar las posibilidades de su desmantelamiento. No construyendo de las experiencias de género, polos antagonizables, sino esforzándonos para producir reconocimiento sobre gradientes de una diferencia en movimiento. Repetimos un sin fin de veces que queremos ir más allá del binario. Pero la teoría del tercer lugar de lxs maricas como por fuera del binario hombre/mujer y por fuera del binario cis/trans, se vuelve una exterioridad ficcional, que incluso puede ser que lo refuerce, reclamando un afuera del poder del sistema sexo género que en términos institucionales, políticos y culturales no da cuenta de los efectos (la temida palabra privilegio) concretos, materiales que aún siguen en curso. Ojo, no pretendo cancelar ese deseo depositado sobre la experiencia marica. En un sentido poético, lo comparto. Pero pienso otra relación con ese horizonte utópico: creo en los posicionamientos sexuales que nos ayudan no a abolir el género (que es una fuente impresionante de placer) sino a desmantelar los sentidos autoritarios que se han construido sobre ellos.
Estar todavía “de este lado” del género asignado al nacer, con distintas expresiones de conflictividad en torno a él, no implica ser de forma proporcional un opresor. Implica sólo que seguimos de este lado discutiendo de miles de formas posibles las limitaciones y las potencias de ese género que se nos asignó. Pero del que todavía, en distinta medida, en circunstancias particulares, seguimos recibiendo beneficios. Cosa que las maricas trans, no experimentan de la misma manera, y por el contrario, es una fuente de opresión estructural. Y en lugar de construir una ansiedad temblorosa frente a esto, la expresión más solidaria que podemos hacer es nombrarlo y hacernos cargo de ello, cada cual desde su lugar.
Renegar de ello sería igual que ser una persona blanca crítica del racismo que se niega a hablar de los beneficios que adquiere por ser una persona blanca: que su vida esté abocada al desmantelamiento del racismo, no la priva de ser una persona que cuenta con más herramientas, permisos, pases y posibilidades para moverse en un mundo que privilegia lo blanco como una condición de humanidad superadora sobre otras colores de piel.
Muchxs de nosotrxs nos reinvindicamos anticapitalistas, pero no por eso dejamos de ser conscientes de la importancia de disputar valor sobre nuestra fuerza de trabajo y de disfrutar de los beneficios que podemos obtener de su reconocimiento en un sistema de legibilidad y productividad que odiamos. También algo parecido puede pensarse con la nacionalidad. Y justamente eso creo que funciona de la misma manera con la experiencia cis/trans. Hasta me animo a pensar que el compromiso por desmantelar la diferencia que hace que lxs maricas trans no puedan experimentar con legitimidad su experiencia como maricas, es un trabajo que debemos asumir como una práctica de justicia cultural, política y ante todo, deseante.
No se trata de un “otro”. Hablamos de todxs aquellxs que viven en esta comunidad de amantes. Sí, el posicionamiento y la vida de muchxs maricas cis, es aún complicado y está plagado de violencia. Incluso entre las experiencias de lxs maricas cis existen distintos grados de exposición al dolor y a la vulnerabilidad. Algunos están más expuestos como objeto de violencia en el exterior hetero, mientras que otros son objeto de violencia dentro de las propias comunidades. Pero lo que verdaderamente importa no es construir una escala de valoración sobre quién sufre más, porque todas las experiencias maricas importan. Lo que urge en su lugar, es concentrar el trabajo político en desmantelar todas las condiciones que vuelven posible ese sufrimiento, que no aparece de la misma manera, que no comparte el mismo lenguaje y que no carga con los mismos efectos. Eso, reconocer justo eso, no es más que honrar una característica fundamental de un sueño histórico compartido por nuestros movimientos: nuestra diferencias no nos debilitan, justamente en el reconocimiento de ellas mismas nos volvemos más potentes.