Visualmente deliciosa, narrativamente superficial.

En esa dicotomía se petrifica la vuelta del gran mago americano a los cines post The post. Esta vez el hombre responsable de contundentes épicas enraizadas en lo más hondo de las hectáreas del pop, se propone entretener en base a una adaptación de la novela de Ernest Cline cruzándola con simbologías para las masas. El resultado es como estar frente a una consola de alta gama, pero con juegos no compatibles para comenzar una partida.

Lo de Spielberg son los sentimientos en aras de la tensión, eso no se discute. Entonces es esperable para todos los criados en el rigor de la cultura del videoclub, entrar a RPO buscando los empalmes emocionales en torno a la familia no tradicional o la amistad ñoña previa a Stranger Things; a estas alturas dos escarapelas de su director.

Es cuando la decepción no demora en asomarse.

Nunca hubo grandes subtextos ni críticas punzantes en Jurassic Park (1993), Indiana Jones (1981) o ET (1982). No debería, ¿Para qué? Siempre fue escapismo formal, descloseteado, hecho y derecho. Pero en cambio había identificación y un correlato desde la osmosis con el espectador; vivir la aventura en comunión y salir del cine con el pecho hinchado de tanto orgullo por la misión cumplida, no era algo imposible de conseguir. Eso que incluso estremece en el Spielberg más melancólico (El color púrpura, La lista de Schindler, Minority Report) pero que ahora se hace ausente.

Vacío versus hordas de esos detalladísimos efectos digitales, a eso se enfrenta el espectador senior –digamos, sin ironía, de más de treinta años- en esta piñata interactiva. Todo es asombroso y cool y ultra masivo en RPO, pero cansa, y lo hace a pesar de su muy Alameda, metro ULA banda sonora para mantener arriba a cualquier ser vivo con la pulsión de bailar (Va desde Joan Jett a Van Halen a New Order a Bruce Springsteen y el respectivo etc.) y por sobre todo, cansan los numéricamente casi incontables guiños al cine, la animación, el cómic y –ergo- los videojuegos paridos en su mayoría durante la era ochentera.

Sin dudarlo, es la comentada (y espectacular) secuencia/ovación dentro del Hotel Overlook de El Resplandor (1980), el mayor hito de romanticismo permeable a las otras capas de RPO, pero resultan insondables, tanto como para no alcanzar a contagiar al material completo con su entusiasmo cinéfilo.

Lo de Wade Watts (Tye Sheridan) y su guerra declarada a la todopoderosa “Oasis” desenterrando los easter eggs sembrados por James Halliday, (Mark Rylance) no alcanza a salir de lo anecdótico. Menos aún con un antagonista de cartón totalmente olvidable; Sorrento (Ben Mendelsohn) es el ejecutivo acosador en un 2045 alienado y también en línea. Porque esto va de hablarle cara a cara a quienes dominan con el rabillo del ojo las nuevas tecnologías, llevándolos de paseo a una muestra de pasado analógico mientras no invierten más de cinco minutos en continuar con una historia dosificada en capítulos semanales. Esa interfaz donde vive el triunfo de las series liberadas en su totalidad.

No hay tiempo para esperar, dicen. El dueño del parque temático más inolvidable de la historia del cine no lo dudó y cayó en la lógica de un generador de memes; la corta vida en post del golpe de efecto instantáneo como una sopa personal, condimentada por los sabores del logo de la flota estelar de Star Trek, los avatares de Freddy Krugger y Harley Quinn, los stickers de Atari y Sega y de los disco-pasos de Tony Manero.

“La traición de Steven Spielberg buscando ser Edgar Wright y de como se perdió en el intento”, podría ser el título de un ensayo fílmico aparte.

https://www.youtube.com/watch?v=-0WFnrwMdYU