Camila Ponce vive en Puchuncaví, una zona saturada de contaminación industrial, y en 2018 fue una de las víctimas de intoxicaciones masivas. Es parte de una generación que ha visto a sus cercanos morir de cáncer y que no ha podido estudiar ni jugar libremente. Pero cree en el cambio: lideró un movimiento para exigir el fin de las emisiones, planea ser diputada y confía en la propuesta de una nueva constitución ecológica. “Han tratado nuestra casa como un basural. Ya basta”, dice.
El aire se tiñó de un olor insoportable y nubes de gases oscuros empezaron a cubrir el lugar, mientras cerca de 1.500 niñas, niños y adolescentes sentían mareos, náuseas, vómitos, dolor de cabeza, llanto, angustia. Una escena desoladora, como de una película distópica. Pero pasó en Chile, entre agosto y octubre de 2018 en las comunas de Quintero y Puchuncaví, región de Valparaíso. Cuando el humo de desechos que emanan del parque industrial que incluye fundiciones, termoeléctricas, almacenaje de combustible y puertos de cobre y carbón envenenó a su población.
Entre esas niñas estaba Camila Ponce (18), pensando que se iba a morir ahí mismo, en la esquina de su casa, a los 14 años, con ganas de vomitar, piernas temblorosas y dolor de espalda agudo.
“Mi mamá me llevó rápido al consultorio. Ahí había más niños y niñas como yo. Y muchos adultos mayores. Llevaban horas. Después de eso estuve una semana encerrada en mi casa por miedo. Nadie nunca me preguntó ‘Camila, ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿quieres ayuda?‘. A ningún niño le preguntaron. Nunca hubo seguimiento ni ayuda psicosocial. Nada, nada, nada. Me daban crisis de angustia. Me faltaba el aire y lo único que hacía era llorar. Fue horrible Yo sentía que en cualquier momento iba a morir por la contaminación.”.
¿Has llegado a pensar que te puede dar cáncer?
“Es una cosa que uno tiene asumido. Tengo familiares que eran nacidos y criados acá y fallecieron de cáncer. La mamá de mi padrastro era profesora en La Greda y falleció de un cáncer súper extraño el año pasado, en el tabique nasal. Le salió un tumor y se fue ramificando. Y hace poco falleció el abuelo de mi padrastro, que trabajó unos 20 años en Enami (Empresa Nacional de Minería), era parte de la demanda de los hombres verdes”.
Hombres verdes: organización de 250 trabajadores de la división Fundición Ventanas, de Codelco, en cuya sangre han encontrado arsénico, plomo y mercurio y sufren de problemas cardiovasculares, caída de dientes, cáncer y ampollas en la piel, que al reventarse dejan al descubierto un intenso verdor: el mismo color del cobre en proceso de sulfatación. Muchos han muerto; dicen que su promedio de vida es de 53 años. Las primeras denuncias las hicieron en los 80 y siguen exigiendo que se haga justicia.
Existen varios informes alarmantes sobre el devenir de los y las habitantes de la zona. En 2016 un estudio de la UNICEF indicó que “Los contaminantes no sólo dañan los pulmones en desarrollo de los niños, sino que también pueden realmente cruzar la barrera hematoencefálica y dañar permanentemente sus cerebros en desarrollo, y por tanto su futuro”. En 2018, luego de las intoxicaciones masivas, a través de un informe el Colegio Médico alertó que las víctimas podrían sufrir daños genéticos y cáncer. Este año, el CIESAL de la Universidad de Valparaíso publicó los resultados de una investigación que demuestra que las personas que habitan la zona de sacrificio desarrollan con más frecuencia una falla en la función de un gen que se relaciona con la capacidad de suprimir tumores.
“Uno tiene asumido que tiene que salir de acá, porque aquí el futuro está dicho: fallecer de cáncer”.
¿Quieres irte?
“Sí, es lo que más quiero. Hacer mis estudios e irme de acá. No sé adónde, a Santiago no. Nos tienen tan abandonados que todas estas empresas que están acá botan su basura para nosotros. Vinieron, pusieron las empresas y a la gente no les importó. Se considera a Quintero y Puchuncaví un basural, un desecho de la sociedad. Quiero irme lejos de acá, a un lugar más limpio y sano. Aunque volvería y colaboraría desde acá. Es mi territorio, pero también pienso en mi salud. Quizás me iría para ser más profesional y volvería para ayudar a mis amigos.
Como el resto de esos niños y niñas, durante las intoxicaciones masivas Camila estuvo en una especie de cuarentena por alerta sanitaria. Las escuelas -no las industrias- habían cerrado sus puertas hasta nuevo aviso. Es parte de una generación en la que abunda el miedo y los problemas de salud, la vulneración al derecho a la educación y la imposibilidad de jugar libremente al aire libre con más personas de su edad.
Un día, indignada por la situación, decidió que había que tomarse el liceo como medida de protesta. Convocó a compañeros y compañeras a la casa de su abuela, quien vive cerca del Complejo Educacional Sargento Aldea, en Ventana alto. Entre más de 12 estudiantes de 1° a 3° Medio armaron un petitorio de 15 puntos y partieron a tomarse el colegio ingresando por la puerta de atrás. Bloquearon los tres accesos con bancos y sillas y en cada uno colgaron lienzos que decían “CESA en toma por contaminación”. En paralelo, otros colegios de la zona también eran tomados por estudiantes movilizados. En conjunto formaron una asamblea estudiantil.
¿Qué incluía el petitorio?
“Pedíamos la creación de una enfermería, protocolos más estrictos para las empresas, el cierre preventivo de todas las faenas para investigación, purificadores de aire, capacitaciones para profesoras y estudiantes en caso de nuevas nubes tóxicas y otras cosas así. Nos reunimos con la alcaldesa de ese entonces y le dijimos que no queríamos levantar la toma hasta que eso se cumpliera. Estuvimos como dos semanas en toma, pero la levantamos por presión, de profes, de compañeros del 4° Medio que tenían que dar la PSU(…) Al final lo que nos entregaron fueron migajas ”
¿Dirías que la infancia y adolescencia de la zona ha movilizado al resto de la población?
“Sí, nos vieron como voceros o cabecillas de las organizaciones. Esa era la primera vez que se hacía una movilización por contaminación y la guiaban simples estudiantes, niñas, niños, con las metas claras y dispuestos a contribuir y luchar por sus tierras. Después de ese pie inicial que dimos, la gente se empezó a organizar.
Tras las tomas, cientos de personas de Quintero y Puchuncaví comenzaron a participar de manifestaciones masivas en las cuales los coloridos carteles de niños y niñas fueron protagonistas. La movilización derivó en un fallo histórico de la Corte Suprema, que en 2019 estableció 15 medidas para reparar y garantizar que no volvieran a ocurrir eventos como este. Sin embargo, la contaminación del suelo y del aire continúa y se siguen registrando casos de intoxicación. El gobierno asegura estar manos a la obra y en junio el presidente Gabriel Boric anunció el cierre de la Fundición Ventanas. Camila Ponce está atenta.
¿A qué edad comenzaste a ser activista?
“Como a los catorce. Mi infancia fue relativamente buena, pero siempre normalizando lo que no era normal: bajar a la playa y ver todas esas empresas, normalizar bañarnos en el agua calentita que salía hacia el mar con espuma verde, ver carbón en la playa todo el tiempo, no poder salir a andar en bicicleta, encerrarnos cada vez que se sentía un olor raro en el aire. Hasta que empecé a tener pensamiento crítico. Cuando caí intoxicada y mis compañeros también, dije ‘esto ya no es normal’”.
¿Qué planes tienes ahora?
“Estoy muy enfocada en el estudio, trabajando en un supermercado para pagarme el preuniversitario y entrar a la universidad. Voy a estudiar Ciencia política o Administración pública. Siempre me ha llamado la atención lo público y ayudar a la gente. Siento que la política para mí lo es todo, es lo que me mueve, siempre mi vida ha estado rodeada de política. En mi familia nunca miramos la política como algo malo. Hay exponentes que no son buenos, pero la política en sí es algo para cambiar cosas. Yo siempre he querido llegar al Congreso, de chica”.
¿Qué te gustaría hacer a través de la política?
“Cambiar todo de base, la realidad mía y la realidad de mi entorno. Ayudar a mi comuna, el lugar donde me he criado. Me gustaría que cerraran todo [las industrias] y se diera una nueva oportunidad. Han tratado nuestra casa como un basural. Ya basta. Mi zona es muy bonita, si no tuviera todas estas empresas, sería como Viña o Valpo. Me gustaría que se fueran y aprovechar los espacios que tenemos”.
¿Estás esperanzada con que haya un cambio?
“Cien por ciento esperanzada. Cuando asumió el presidente, notamos al tiro la diferencia. Se ha hecho presente en la zona y eso se agradece. La firma del acuerdo de Escazú demuestra que se nos está tomando en consideración. Y con una nueva constitución lo notaríamos más todavía como zona”
Es la primera vez que votarás. ¿Tienes clara tu postura?
“Apruebo todo el rato. Es una oportunidad para que el pueblo pueda por fin conseguir lo que ha necesitado este tiempo. Los constituyentes fueron elegidos por la gente especialmente para redactarla y hicieron una pega súper buena. Habla mucho de los derechos medioambientales. Va a hacer que ahora sí se consideren las zonas de sacrificio, habrá una base para que las empresas no nos pasen por encima. Estoy emocionada. Para el plebiscito de entrada estaba súper enojada porque no pude votar por ser menor de edad y para las presidenciales tampoco. Ahora estoy feliz”.
¿Crees que los y las adolescentes deberían poder votar de forma voluntaria desde los 16 años, como plantea la nueva propuesta constitucional?
Sí, que se nos excluya es feo y fome. Queremos participar. Muchos estamos realmente interesados en hacer un cambio y ser parte de la sociedad. Somos mentes pensantes, con nuestra opinión y pensamiento crítico. Somos un aporte.