“Hey televisión, tele basura/ no muestran las violaciones de los cura/ cuando un político toma y maneja/ tampoco cuando el pobre tiene una queja”. La canción “Facts” de Pablo Chill-E literalmente la cantaba clarita.

Era una especie de vaticinio de lo que ocurrió anoche en Canal 13, que no olvidemos que hace unos meses acusó a las alumnas del Liceo 1 de estar siendo adoctrinadas por el FPMR. En un reportaje titulado “Narcocultura: música, armas, drogas, lujos” y usando como ejemplo los testimonios de los artistas Andrés Gatillo, Bayron Fire y Ben Weapons, la nota poco menos que acusó a la música urbana, la que se hace en las poblaciones, de ser la causa de las problemáticas de violencia y droga que se vive en los sectores periféricos de la capital.

Un total despropósito y también una falta de vergüenza tremenda si consideramos que para subirse a la micro del éxito y para obtener rating no tienen problemas en hacer notas y perfiles sobre Pablo Chill-e y la Shishigang.

Que el trap más escrito, el hip-hop, el reggaeton y sus variantes han hablado dentro de su abanico de temáticas sobre violencia, drogas, prostitución, tráfico, para bien o para mal, de sus lados brillantes y sus sombras, desde sus inicios, no es ninguna novedad. Es decir, desde NWA, Public Enemy, Tupac y Notorious esto ha sido así.

Sindicarlos a ellos como culpables o incitadores de la violencia de las pandillas en Estados Unidos es tan ridículo como cuando quisieron acusar a Marilyn Manson por el tiroteo en Columbine.

Pero acá en Chile sin ninguna vergüenza infieren que sí, que las personas que hacen arte contando la realidad que ven y viven son al mismo tiempo culpables de esa realidad. Como si el arte tuviera responsabilidad y poder sobre políticas públicas y sobre un sistema que maleduca, margina, estigmatiza, droga y violenta a un enorme sector de la ciudadanía.

Es bien absurdo pensar que dentro de un ambiente como el que describen sus canciones, alguien como Andrés Gatillo vaya a escribir canciones sobre lo lindo que es ver animales corriendo por el campo mientras anda a poto pelado en ácido en un día hermoso, como Astro (oh la hueá antigua). O sobre que rico es tomar desayunito en cama como Gepe. Cada forma de arte va responder a cada contexto, pero en ningún caso se les puede responsabilizar por retratar en canciones la realidad que viven.

Llámenme loco pero en mi opinión la narcocultura que le llaman, la violencia y los “antivalores” sobre los que versa el trap, rap, reggaeton, etc. tiene origen arriba, no abajo. Y los cantantes que documentan esa realidad están haciendo harto más por cambiarla (como por ejemplo lo que hace pablo Chill-e con la Coordinadora Social Shishigang) que los medios que solo muestran y acusan de forma morbosa por un par de cochinos puntos de rating.

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