Rodrigo Duterte, más conocido como el “monstruo del Pacífico” tiene su nombre bien puesto.
Filipinas es un país de 102 millones de habitantes (uno de los más poblados del mundo) sin contar con los 12 millones de inmigrantes que viven fuera de las más de 7 mil islas que compone este país multicultural donde coexisten más de 170 lenguas.
Es un país de contrastes, donde la pobreza es visible en su capital Manila junto a enormes y modernos rascacielos. Colonia española durante 300 años -el único bastión hispano de Asia- logró heredar su idioma en ciertas zonas generando gran influencia arquitectónica (de ahí vienen los nombres latinos de millones de sus habitantes).
Si bien el país no es hegemónico y cuenta con cientos de culturas, etnias y lenguas, la mayoría de la población logró ponerse de acuerdo para elegir a su presidente bajo una amplia mayoría: hablamos de Rodrigo Duterte, calificado como el monstruo del pacífico.
Presidente desde junio de 2016, Duterte se ha convertido en uno de los principales bastiones de la ultraderecha en el mundo, algo que comenzó con la elección de Donald Trump ese mismo año y que nos entregó el lamentable triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil hace pocos meses.
El actual presidente de Filipinas fue electo con más de 16 millones de votos (casi la población completa de Chile) y desde ese punto hasta ahora, entregó diferentes frases que han implicado advertencias por parte de la Organización de la Naciones Unidas.
Duterte ha llamado “hijo de p*ta” al Papa Francisco, Barack Obama y diversos líderes del mundo. También se ha referido de forma violenta a las mujeres, los homosexuales y cualquier caso de contingencia, es respondido con mensajes de odio por su parte.
La semana pasado causó estupor nuevamente cuando animó a la población filipina a matar obispos católicos por considerarlos “inútiles”.
“Maten a sus obispos. Esos bastardos no sirven para nada. Lo único que hacen es criticar” aseguró en una conferencia en Manila, después de argumentar que son hipócritas y “la mayoría de ellos gays”.
Pero si bien su discurso de odio es transversal a cualquier grupo que lo critique, Duterte tiene como objetivo principal a los narcotraficantes de su país. Filipinas es considerado como el bastión más peligroso del Sudeste Asiático, donde antes de las elecciones murieron más de 12 mil personas asesinadas por el crimen organizado.
Duterte llamó a una guerra abierta contra el narcotráfico, creando un grupo civil llamado “Escuadrón de la muerte de Duterte”.
Se propone armar civiles para que maten a sospechosos de traficar con drogas e incluso de consumirlas.
“Olviden las leyes sobre derechos humanos, si soy elegido presidente, haré lo mismo que cuando fui alcalde. Es mejor que los traficantes, los ladrones armados y los vagabundos se vayan porque voy a matarlos” afirmó durante un acto de campaña.
El filipino también se comparó con Hitler, diciendo que si el dictador había matado a 6 millones de judíos, el estaría feliz de hacer lo mismo con los más de 3 millones de adictos que viven en Filipinas hoy en día.
Poco después de su elección, 2000 personas fueron asesinadas por la policía y grupos armados.
Pese a esto, la aprobación de Duterte es del 75% (aunque va cayendo si se compara el 88% de sus primeros dos años al mando). Según los organismos internacionales, Duterte alcanza estos niveles de aceptación gracias a su discurso alarmista sobre la situación del narcotráfico en la zona (táctica utilizada por Bolsonaro este año también).
Cuando una religiosa australiana fue violada en una prisión de Davao (ciudad de la que fue alcalde) lamentó no haber sido el primero en hacerlo, dándole razón al nombre por el es que conocido en el mundo, como el monstruo del pacífico.