Rodrigo Rojas Vade mintió sobre padecer cáncer por 8 años, e incluso falseó su declaración de intereses cuando se convirtió en constituyente, aduciendo que mantenía una deuda millonaria relacionada a un tratamiento por una leucemia que nunca existió. Rechazado por la opinión pública y respaldado por la Lista del Pueblo, la pregunta que nos hacemos es: ¿cómo mantener una mentira así por tanto tiempo? Un experto nos responde.
La moraleja de Pinocho nos dejó a todos, desde que éramos niños, las cosas claras: no debemos decir mentiras. Mientras al muñeco de madera le crecía la nariz cada vez que verbalizaba una falacia como castigo, para las personas de carne y hueso, mentir -y hacerlo de manera repetitiva y prolongada-, tiene otras consecuencias.
Este fin de semana nos enteramos que el vicepresidente de la Convención Constituyente, Rodrigo Rojas Vade, mintió por años sobre tener leucemia. En el artículo de La Tercera que reveló la verdad, no sólo quedó registro de cómo engañó a miles de votantes, sino también a su familia y pareja.
¿Es la mentira prolongada una verdadera enfermedad crónica? En redes sociales las y los cibernautas empezaron, tras el reportaje, a catalogarlo de mitómano. Una enfermedad que según el diccionario de Oxford se definiría como la tendencia o inclinación patológica a fabular o transformar la realidad al explicar o narrar un hecho.
Para Rodolfo Bachler, académico de la Universidad Mayor, psicólogo y experto en emociones, este no es el caso y sin ánimos de dar un diagnóstico, sí se aventura a explicarnos cómo funciona la cabeza de un mentiroso.
“No estaríamos frente a un mitómano”, afirma el especialista, “lo que uno puede leer en la entrevista es la de una persona que mintió y que sabe que lo que hizo es moralmente incorrecto. Por algo propone inmediatamente salirse de la convención”, dice Bachler.
El mitómano, según explica Rodolfo, es un tipo que miente permanentemente en todo lo que hace, hasta en las cosas más pequeñas. Estas personas serían detectadas fácilmente por sus comunidades en lo cotidiano, pero “según el relato del resto de la gente, parece ser que lo quieren mucho, que al interior de la Convención había generado ciertos lazos. No me da la impresión de que sea un mentiroso compulsivo. Lo suyo tiene que ver con otra cosa: el buscar una historia central de su vida, sobre la cual armó una narrativa especial para buscar reconocimiento”, dice Bachler.
Para el experto eso sí, es importante ver las acciones que Rojas Vade hacía de manera cotidiana: tenía un Instagram que usaba como bitácora a modo de luchador contra el cáncer. Y usando la misma enfermedad, diseñó carteles y escribió mensajes sobre su torso que exhibía en las marchas del estallido y que lo convirtieron en un símbolo de resistencia no sólo al cáncer, sino a un sistema de salud precario y castigador. Sumándole a eso, Rojas Vade afeitaba su cabeza, sus cejas y se pegaba tubos en el cuerpo, como si fueran catéteres.
“El mentiroso lo que busca es reafirmar su autoestima y usar la mentira para encontrar cierto reconocimiento en otro. Pero el que engaña no lo pasa bien. No siente placer de vuelta, pero sí siente retribución emocional”, explica el experto, quien agrega que tras este golpe mediático, hay dos planos, por un lado el ético y moral y el otro el afectivo o empático.
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“Aquí no debería haber doble lectura. Lo único que cabe es la censura e incluso las consecuencias de la mentira. Que la ciudadanía abrace esto empáticamente no corresponde, eso queda para sus cercanos”, dice el psicólogo.
Tali Sharot, investigadora de la Universidad London College, participó de una investigación donde los sujetos de estudio le mentían a sus pares. A través de resonancias magnéticas el resultado fue increíble: mientras más miente el humano, más cómodo se siente con su narrativa. Los científicos notaron que en el acto de mentir se produce cierta excitación emocional.
Por eso, no es raro que una mentira, en la mayoría de los casos, lleve a crear otras más grandes. Y en términos neuroplásticos, cuando el mentiroso convence a otros con sus historias, según este estudio, ve al resto como crédulo y poco inteligente, y al mismo tiempo cree que, de ser descubierto, podría encontrar la forma de salirse con la suya probablemente a través de más mentiras.
Pero Bachler reafirma: “No está enfermo (…) Él está consciente de su mentira y del error moral que significa”, y aunque le haya tomado ocho años reconocer públicamente que -según sus propias declaraciones – esa no era la verdadera enfermedad que padece, su discurso está bien articulado y no dibuja alucinaciones o delirios. “Yo creo que como señal social y cultural lo único que cabe es que salga de la convención y reciba todos los castigos que correspondan”, afirma el experto.