Es el hogar de los Maras Salvatrucha y eso no significa nada bueno.
Los problemas que enfrentan los habitantes de San Pedro Sula son mucho más grandes que el país donde residen. Honduras es un estado pequeño -como todos los de Centroamérica- caracterizado por los resquicios que la cultura Maya dejó en sus selvas tropicales.
Ni siquiera Kabul en Afganistán con los talibanes poniendo bombas en las escuelas; tampoco Bagdad, ciudad fragmentada por los grupos que intentan controlar Irak luego de la ocupación estadounidense, son tan peligrosas como San Pedro Sula.
Pocas ciudades son tan violentas como la capital administrativa de un país que ve menguar sus esfuerzos para detener los estigmas que lo rodean y si bien el puesto de inseguridad y crimen ha sido disputado de cerca con Caracas, capital de Venezuela, el gobierno de Nicolás Maduro ha dejado de publicar las cifras de defunciones argumentando que son manipuladas por los organismos internacionales que buscan perjudicar la imagen del país.
San Pedro Sula era una pequeña ciudad de paso que se vio beneficiada por el auge bananero y otras exportaciones que iban directamente a Estados Unidos durante los primeros años del siglo pasado. Con el correr del tiempo, logró diversificar su industria convirtiéndose en el punto económico hondureño más importante.
Sin embargo hoy la ciudad es víctima de las pandillas que extorsionan a más del 90% de la población y el año 2013, cerca de 200 personas fueron apuñaladas a muerte. Las tasas de homicidios se han reducido bastante durante los últimos dos años, pero no es suficiente para que sus habitantes se sientan tranquilos cuando el sol se pone en uno de los enclaves más hostiles del globo.
¿Qué pasa en San Pedro Sula?
Los problemas de la ciudad comenzaron muy lejos de sus fronteras por conflictos anexos a la idiosincrasia hondureña. De hecho, la violencia partió en 1980 con el estallido de la guerra civil en El Salvador.
Durante el conflicto -que dejó un saldo de 45 mil muertos- medio millón de salvadoreños escapó hasta California para encontrar una mejor calidad de vida lejos de la guerra, caracterizada por el reclutamiento de niños soldados además del tráfico de personas para financiar las actividades de los grupos en conflicto.
Sin embargo, los inmigrantes no encontraron la paz que deseaban, muy por el contrario. California tiene 40 millones de habitantes y está lejos de ser un lugar idílico, porque no hay lugar del mundo donde existan más pandillas que este (de hecho en el sur del Estado existen 250 agrupaciones criminales motivadas principalmente por el racismo).
Los recién llegados se vieron a merced de grupos consolidados que actuaban de forma clandestina disputándose las cuadras de ciertos sectores específicos. Estos grupos compuestos por coreanos, mexicanos y afroamericanos obligaron a que los centroamericanos buscasen refugio y protección en ellos mismos.
Salvadoreños, guatemaltecos y hondureños se agruparon en lo que llamaron Mara Salvatrucha, creando jerarquías que se reforzaron en las cárceles donde cayeron por delitos menores pasando a convertirse en sicarios y traficantes profesionales en sus países de origen.
Los Maras Salvatrucha
En 1992, el gobierno de Estados Unidos comenzó a deportar masivamente a todos los integrantes de las pandillas centroamericanas provocando un caos tremendo en sus países de origen. Salvador, Guatemala y Honduras funcionaban -y hasta el día de hoy lo hacen- bajo una fuerte corrupción convirtiendo sus fronteras en un caldo de cultivo para la proliferación de las pandillas encabezadas por los Maras Salvatrucha.
La organización -presente tanto en los países mencionados como en regiones de Italia- se financia mediante el narcotráfico mexicano y se caracteriza por poseer una metodología criminal cruel: su arma es el machete y mutilan a sus víctimas con 13 cortes que representan la M en el alfabeto latino.
Su signos son los tatuajes, reservados principalmente para los hombres (aunque las mujeres también participan en la organización pero son relegadas a tareas menores) y el uso de camisas blancas además de un lenguaje de señas específico.
La presencia de los Maras en las principales ciudades de Centroamérica no se limita tan solo a la periferia y barrios bajo su control específico. Cerca de un millón de personas son extorsionadas en San Pedro Sula cobrándoles un peaje de protección que de no ser cumplido, provoca fuertes represalias.
La metodología mara es conocida por ser brutal. El año 2002 en Boston, Estados Unidos, un grupo de pandilleros violó a dos chicas discapacitadas luego de que el padre de ellas se les enfrentase días antes.
Pero tanto Barack Obama como Donald Trump han sido culpables del fortalecimiento de la también llamada MS-13. Durante la era Obama el expresidente deportó en promedio a más de 74 centroamericanos al día y Donald Trump cumple con la misma cifra generando que más criminales con experiencia lleguen hasta ciudades como San Pedro Sula.
Actualmente, hay más de 100 mil maras que operan de forma activa en el mundo reclutando a niños y niñas de hasta 8 años (situación que generaciones anteriores intentaron evitar tras escapar de la guerra en El Salvador)
Como si fuera poco, los habitantes de Honduras deben lidiar todos los días con la problemática de vivir en el escenario de una guerra civil no declarada, porque los Maras tienen su contraparte enemiga: la pandilla Barrio 18. Cientos de familias en San Pedro Sula han quedado divididas tan solo por vivir en zonas donde opera una banda contraria.
Los diversos intentos gubernamentales han intentado de todo para frenar las actividades de una las organizaciones criminales más peligrosas del mundo -desde cárceles específicas para cada bando hasta periodos de tregua- pero no han conseguido su propósito, de hecho ha sucedido todo lo contrario.