La miniserie de Jean-Marc Vallée (Big Little Lies) para HBO explora el mapa tatuado en la piel de su protagonista (Amy Adams), una freak empeñada en esconder bajo sus poleras de mangas largas y escotes cerrados una cadena de heridas sin cicatrizar.

La adaptación de la novela de Gyllian Flynn (Perdida) producida por Blumhouse (Get Out) daba a un cóctel explosivo al imaginar el trailer antes del trailer, Se adivinaba medio babyjanesca inclusive (Algo de cuotas de psycho biddy hay) pero la tragedia y la sordidez residente en los bosques de Wind Gap bullen a fuego lento.

Superada esa expectativa ansiosa se tiene en frente algo mucho más osado; aquí se descorre el velo del multiverso neurótico, femenino y morboso –mucho más- de True Detective.

Dos adolescentes son asesinadas en un poblado clasista y no menos decadente, Camille Preaker (Amy Adams, una guapa reportera haciendo de desaliñada en todo su glorioso esplendor), es enviada a reportear in situ los alcances de los crímenes no resueltos. La decisión del editor no es antojadiza, Camille pertenece a una familia acomodada de la localidad, ella no tiene intención alguna en volver pero el trabajo es trabajo.

Entonces a su pesar, carga un bolso con algo de ropa y sube a su destartalado Volvo no sin antes provisionarse con miniaturas de Absolut vodka. Pero una vez habituada en su dormitorio de la casa materna en Wind Gap, aumentará la dosis por botellas de un litro camufladas en un adecuado envase de agua Evian.

En su alcoholismo soterrado está el botón de pánico obligado para soportar a una madre fría y cruel (Patricia Clarkson), a una media hermana quinceañera intrigante (Eliza Scanlen) y a un padrastro disminuido que se evade escuchando vinilos en su escritorio (Henry Czerny). Camille ha llegado a importunar, es una pasajera en tránsito a quien nadie esperaba, es la dueña de un pasado fatal que mancilló un honor (¿O horror?) familiar y es también una marginal de mirada agobiada por la desconexión emocional.

Sin el cableado necesario para desenvolverse en la tierra maldita de su infancia, la treintañera hace frente a recuerdos odiosos y no menos sucios. Espasmos de una pubertad dañada, los cuales Vallée monta con impecable soltura remixeando pasado, presente y (tal vez) alucinaciones infiltradas como una sola lengua de varios idiomas.

Camille vive en modo flashback, esa opción del menú mental es su tabla ouija de salvataje para dejar las heridas cerrando al sol. Porque dejando a un lado la exigencia editorial, la pelirroja lívida, se decide a encarar a esos fantasmas conservadores que deambulan con vasos de bourbon a mediodía por los antejardines de sus casas.

Ella corre el riesgo de ceder, de caer en la tentación del cinismo y por eso cada tanto en tanto repasa sus escarificaciones encerrada en el baño. Son huellas vivas, la mantienen despierta entre lobos y corderos, y por eso, si hace falta, no dudará en usar su cuerpo como cenicero aplastando colillas para armar el puzzle-pesadilla desde afuera.

Convertida en un artefacto raro para sus ex compañeras de colegio, en un sujeto de lástima para las amigas de su madre y en un ente misterioso para los hombres que se atreven a acercársele, la periodista del tabloide de tercera división no alcanza a comunicarse con las musas ácidas de Big Little Lies. Lo suyo es otra clase de sororidad, una consigo misma, en una purga donde las hojas de afeitar se vuelvan inofensivas de una vez por todas.

https://www.youtube.com/watch?v=DgljcMqPG98

*Capítulos estreno los domingos a las 21 horas, también disponibles en HBO GO.