La idea de Netflix por apostar hacia las comedias románticas da resultados parciales, aunque se establecen las bases para cambios estructurales y necesarios dentro de la industria.


Las comedias románticas parecen madurar de forma descendente dentro del público: simplemente su conceptualización amorosa y ambigua no tiene lugar en nuestra época donde Tinder prima y la idealización de las relaciones interpersonales como tal va muriendo conforme pasan las décadas (y el cine lo sabe).

Sin embargo, y sin esperarlo, tenemos una especie de contragolpe gracias a Netflix y sus últimas producciones, que apuestan por adaptaciones literarias que van por lo ligero con un mensaje directo: la búsqueda del amor propio por sobre cualquier relación con terceros.

Pasa con “Sierra Burgess…” y “Nappily ever after”, últimos largometrajes de su catálogo que podemos ver un domingo por la tarde con caña sin mayor esfuerzo neuronal por seguir la trama.

El acierto de la película es la inclusión de cuerpos no normativos en un género donde la chica nerd siempre debía hacer un makeover para ganar la aceptación de todos (Pff) además de explorar de forma completa y constante la evolución de los personajes conforme ocurren los cambios en su vida. Esto se hace de una forma madura que nos hace ver más allá del prisma existente y dual que nos hicieron creer sobre las relaciones amistosas entre adolescentes occidentales.

Como un adelanto sin spoilers, Sierra es una chica impopular que lucha contra su némesis porrista que le hace la vida miserable en la típica escuela norteamericana. Todo cambia cuando esta chica porrista, Verónica (interpretada por Kristine Froseth) le da el número telefónico de Sierra (Shannon Pruser) a un chico haciéndole creer que es ella. Sierra se hace pasar por Verónica y comienza una seguidilla de mentiras hasta que ambas acceden a un trato: Verónica le hará creer al chico que efectivamente es ella mientras que Sierra ayudará a Verónica a reconquistar a su exnovio universitario.


Ambas forjan una amistad a raíz de hacer catfish…y acá es donde debemos parar, porque si bien todo sucede de forma espectacular para los personajes, la suplantación en internet y el slut shaming que ocurre dentro de la película no tiene repercusiones negativas para nadie siendo un mensaje difuso para el público adolescente al que va dirigido esta producción.

Existen aspectos positivos dentro de la misma -como sus actuaciones y el papel de Verónica particularmente- pero las decisiones de los guionistas por intentar llevarnos a la vida real de los adolescentes nuevamente falla y se queda en el intento. En una época donde la suplantación de identidad es algo diario y difícil de tratar por las legislaciones contemporáneas, embellecer esta práctica mediante la ficción no es una buena idea.

Sin embargo, se notan cambios dentro del género de lo que debería ser una comedia romántica tomando en cuenta los tiempos actuales. Sierra Burgess no logra su cometido, pero se acerca.