Soberbia: Sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo.

“Lo que hemos aprendido duramente en esta pandemia es que todos los ejercicios epidemiológicos, las fórmulas de proyección con las que yo mismo me seduje en enero, se han derrumbado como castillo de naipes”, dijo un apesadumbrado Jaime Mañalich ayer.

“La realidad ha superado cualquier modelo que uno pueda simular”, explicó

“En ese contexto -hay que decirlo con franqueza- navegamos en una suerte de oscuridad en que cada día vale: cuántos pacientes nuevos hay, fallecidos, hospitalizados, el número de ventiladores… tenemos que ser obsesivos en enfrentar la realidad cómo es”, cerró.

Desde sus palabras a su lenguaje corporal, se notaba que Mañalich le bajaba un par de cambios a su intensidad habitual y se mostraba por primera vez cansado y humano.

Ese mismo día su mano derecha, el subsecretario Arturo Zuñiga se acogió a cuarentena tras estar en contacto con un contagiado; había muerto el primer médico por Covid-19 en Chile (sumándose a cuatro funcionarios y a varios casos de trabajadores de la salud graves). El ministro de Energía se sumaba al del MOP como sus colegas contagiados, y las protestas saltaban de las poblaciones a los mismísimos hospitales colapsados.

En cifras, ayer daba la sensación de que nos íbamos como país por el drenaje.

Chile se ubicaba en el puesto dos a nivel mundial (solo detrás de Qatar) en el promedio de casos diarios por millón de habitantes, y superó a los países que más mal estaban en cuanto a cifras y críticas hacia sus erráticos manejos, como Estados Unidos y Brasil.

Por otro lado, la Deutsche Welle coronaba el terrible fin de mes con un viralizado reportaje que entregaba un “demoledor análisis” a la gestión gubernamental chilena desde el estallido social hasta la pandemia.

Luego se le sumaría el estudio de la universidad de Washington que anticipa que es posible que en julio podríamos llegar a las 200 muertes al día y llegar a casi 12 mil muertes.

El balance de hoy miércoles 27 de mayo no ayudaba: llegamos a los 82.289 contagiados, con 841 fallecidos.

 

Con una mano en el corazón, reconozcamos que nadie quisiera estar en los zapatos de Jaime Mañalich. Se supo que el tipo no ha podido ver a su esposa desde que esto empezó porque está muy delicada de salud. Todo el mundo ha tenido costos personales y psicológicos y nadie piensa que Mañalich no. Adicionalmente, recordemos que él mismo es población de riesgo.

Tampoco hay que ser tan obtuso para no entender que no hay una manera mágica y 100 % efectiva de hacerle frente al virus (salvo Nueva Zelanda que es una isla) y que es algo totalmente nuevo y mutante para el mundo globalizado.

Pero…

La impresión que da es que nadie acusaría con tanto ímpetu al ministro de Salud por no tener la situación totalmente o más o menos bajo control (porque imposible) sino fuera por la soberbia con la que ha actuado desde el inicio.

Recordemos que desde el colegio de Médicos, Izkia Siches ha denunciado no tener al ministro como interlocutor directo. Que desde los municipios tanto de la Región Metropolitana y sobre todo de regiones han gritado a los cuatro vientos que hablar con Mañalich es como dirigirse a una muralla.

 

Que desde el mismísimo Comité Científico, creado por el propio Gobierno para apoyarlos, han salido a decir que sencillamente tanto el ministro Mañalich como el presidente Piñera no los toman en cuenta.

Que desde la Mesa Social Covid en la IV región, la epidemióloga Muriel Rámirez renunció diciendo textual “que no los escuchan”.

Las y los funcionarios de la salud, que están ahí mismo donde la gente se está muriendo: lo mismo.

Todos los actores involucrados por igual, han sufrido o al menos dicen haber sufrido, el mismo trato ninguneador por parte del ministro.

Eso es lo que se le cobra, la soberbia. No el no tener bajo control el virus.

Uno podrá estar de acuerdo o no con las medidas (la mayoría de las veces desde la más total ignorancia, desde la tribuna).

Pero, avalados por información de gente entendida, uno puede argumentar que la cuarentena masiva llegó tarde y mal, que pudieron primar intereses corporativos sobre el bien común, que la experiencia en equis país funcionó allá y acá no. Hay varios ejemplos.

Mil variables y en muchos sentidos, guardando lo sideral de la relevancia, a ratos esto se ha parecido a cuando juega la selección y el país se transforma en 17 millones de técnicos.

Pero ahí está la diferencia con lo que planteaba en tono muy de defensa corporativa el periodista José Luis Repenning cuando mandó a callar a los “epidemiólogos de Twitter” y que dejaran al Minsal hacer la pega.

El problema es que justamente, parte fundamental de la pega del ministro es escuchar atentamente las opiniones expertas, desde la ciencia a la administración pública, y luego tomar decisiones.

Y eso, a menos que todo el mundo académico, gremial y político estén mintiendo, es exactamente lo que no ha hecho.

A eso se le llama soberbia.

Y en este caso, una soberbia con consecuencias mortales.

https://www.youtube.com/watch?v=_iqlyQVHDn0