La cantante y actriz nos envió una columna revelando los fuertes episodios de acoso sexual que ha vivido. “Se que muchas al leerlo dirán a mí también me pasó”, escribe.
por Sofia Oportot
Con respecto a la hermosa ola feminista que se ha venido fraguando en el último tiempo y que explotó en una conmovedora marcha este pasado martes de mayo, me veo en la necesidad de poner en líneas experiencias guardadas por mucho tiempo, contingentes a los movimientos anti machista, anti violencia sexual y de género.
Quiero contar que mi primer beso me lo dio un hombre mayor de 60 años cuando yo tenía 7 u 8 años.
Era maestro carpintero en el campo de mi familia. Yo lo consideraba un abuelo más, me encantaba sentarme en sus rodillas cuando tomábamos mate en la cocina con mi nana, oír sus historias acerca del diablo, acompañarlo mientras trabajaba plena confianza.
Una tarde, íbamos de la mano porque yo le quería mostrar una casita que había construido bajo un árbol, me agarró la cara y me plantó un beso que me dejó helada, temblando, con la voz quebrada y sin entender por qué había pasado.
No volví a tener cercanía con él desde ese día, tampoco la valentía de contarle a mi mamá o cercanos que esto había pasado, simplemente me alejé de mi viejo amigo.
Tenía yo 12 o 13 años y estaba esperando micro para para ir a casa de una amiga del colegio y un hombre me abordó, explicándome que la micro que yo esperaba no pasaba ahí y me ofreció caminar juntos hasta otro paradero.
Acepté (inocente yo) y comenzamos a caminar por calles interiores de Providencia, al poco andar -no recuerdo bien de qué forma empezó a introducir temas sexuales en la conversación-, me contó que él era profesor de gimnasia en un colegio y que mantenía relaciones con un niño, en la enfermería de ese colegio, lugar que también le prestaba a una pareja de niñas lesbianas para que tuvieran relaciones.
Me describió detalles explícitos de su sexualidad con este menor, lo que hacían, todo. Me dijo: “Ser homosexual no está bien, pero sí está bien ser un poco homosexual”.
Luego me empezó a preguntar detalles de mi vida íntima. Me preguntó si yo me masturbaba, y le contesté toda nerviosa que no lo hacía. Me pidió el número de mi teléfono porque él me iba a llamar y me iba a enseñar a hacerlo. Yo toda miedosa le di un teléfono falso, no sabía cómo huir de esa situación.
En un momento pasamos cerca de una familia y yo paralizada sin saber pedir ayuda, él me dijo: “Viste a ese joven estupendo, le miraste el paquete, tenía el medio paquete”, y yo… “no, no me fijé en eso”. No estaba preparada para reaccionar ni protegerme en una situación así. Luego hablamos de deportes y me dijo que tenía una ropa deportiva muy linda en el departamento de un amigo “por ahí cerca”, si yo lo acompañaba me podía regalar una polera.
Llegamos al edificio, me dice: “¿Me acompañas a buscar las cosas que te voy a regalar?”
Yo le dije que mejor lo esperaba abajo. Ok. Luego bajó del edificio sin nada, argumentando que el amigo no estaba o cualquier excusa inventada. Por suerte puse ese límite ahí. No quiero pensar qué me hubiera pasado si subo al edificio.
Continuamos nuestro camino, ahí me empezó a decir que anduviéramos de la mano, yo por todos los medios excusándome, que no, que hacía mucho calor, que me transpiraban las manos. No sabía en ese momento como rehuir de una forma más clara o pedir ayuda.
Este calvario terminó cuando por fin me dejó en el paradero y llegué a casa de mi amiga, sana y salva, pero asustada, con la adrenalina a mil, sintiendo que me había salvado de algo peor. ¡Viejo cerdo!
Un par de años más tarde, a plena luz del día, iba en la micro y de pronto siento algo raro en el asiento de atrás mío, movimientos muy extraños. El hombre que estaba sentado atrás se levanta, con su polerón cubriéndose la zona pélvica y se sienta al frente mío, al otro lado del pasillo. Se quita el polerón y se empieza a masturbar (que es lo que obviamente estaba haciendo antes atrás).
Salté de mi asiento y me baje lo más rápido de esa micro. Quede choqueada. Luego le conté a mi pololo de ese entonces lo ocurrido… y ¿sabes que me dijo?: “Pero Sofía, te dije que no salieras a la calle con esa blusa que se te trasparenta”. Una blusa de niña hippie, una blusa blanca holgada, estilo hindú, falta larga. Se supone era culpa mía salir con ese look tan provocador.
Luego vinieron otros acosos callejeros. Venía del colegio y un taxista se movía despacio a mi lado por una calle poco concurrida. Yo, inocente nuevamente, pensé que quizá buscaba una dirección, por eso venía tan lento, hasta que me interpeló. “Mira como acabo, acabo una y otra vez”, me decía.
Con una amiga, nos pararon y dijeron: “Chicas ¿les puedo hacer una pregunta? ¿Hacia donde queda tal dirección?” Le contestamos, sin saber que esto sería lo que nos diría después. “¿Les puedo hacer otra pregunta?, ¿A alguna de ustedes dos les gustaría que les chupe el clítoris?”.
En una ocasión quedé muy pasada de tragos en una fiesta y una amiga tuvo que convencer a los zorrones para que no me violaran en grupo por tonta, por haber quedado tirada.
Unos años después estado en la universidad, en la micro iba tejiendo, abstraída, muy temprano y sentí ese tipo de extraño movimiento del que mi inconsciente ya me tenía alertada. Era un hombre, unos asientos por atrás. Esta vez, ya más preparada psicológicamente para estas situaciones, me paré y fui a hablar con el conductor. El hombre de inmediato saltó a la defensiva argumentando: “Yo a ella no le hice nada, ella se confundió, me estaba cortado las uñas, tengo señora”, entre otras estupideces. Justo llegábamos a plaza Italia, así que el chofer paró donde estaban los carabineros y me dijeron que si tenía algo que denunciar nos bajábamos ahí mismo y a la comisaría, cosa que hice, pero realmente no sirvió de nada.
Como estas, hay mil y unas historias de pequeños y grandes abusos más, de humillaciones e intentos de subyugación, de violencias hacia el cuerpo y hacia la diferencia. Está instaurado el acoso en nuestro devenir cotidiano, sé que muchas al leerlo dirán “A mí también me pasó”.
Mi testimonio, dentro del espectro de abusos, es bastante suave comparado al que han sufrido hermanas que hoy se levantan valientemente. Para ellas, mi admiración.