Con la muerte de un inocente turista a manos de la mafiosa y burra forma de protestar de los taxistas, el gremio se anotó el punto más grave y quizá definitivo en su infame historial de pataletas.
En mi último año de universidad, tomé un taxi desde mi departamento hacia la facultad. Era la noche de la gala y me había atrasado. Tomar el metro no era opción a pesar que la fiesta era a pocas cuadras de la estación Los Héroes, me iba a atrasar más.
Tomé el primer taxi que vi. En cosa de minutos el tema de conversación con el taxista fue sobre Uber y Cabify. Callado, me dediqué a escuchar.
Generalizando, el taxista apuntó que todos quienes tomaban un Uber eran parte de una liga de fraude. Que todos los choferes de Uber eran delincuentes y que lavaban dinero. Incluso me contó con gracia como una vez, entre tres colegas, acorralaron a un Uber bajando a su chofer para luego quebrarle los vidrios. El hombre, quien manejaba el taxi con un sticker que mostraba que era parte de la Confenatach, contaba con “choreza” su hazaña.
Al bajarme, descargué Uber y creo que desde ahí nunca más tomé un taxi.
Ahora, mucho tiempo después, he vuelto a pensar si efectivamente somos nosotros, los usuarios de estas aplicaciones, responsables de lo que está sucediendo. Para qué estamos con cosas, llegue por enésima vez a la conclusión que los responsables no somos los usuarios.
Es su servicio, su mal servicio. Su falta de higiene, sus ganas de fumar mientras manejan y su música desagradable. Son también sus taxímetros adulterados, sus 100 mil pesos cobrados a los turistas desde el aeropuerto a sus hoteles o los precios injustos que obligan a pagar cuando alguien quiere volver a su casa de Bellavista.
Es su violencia, las denuncias en su contra, la violencia contra los pasajeros y hasta casi atropellos contra quienes los descubren en su mal actuar.
No es su gremio, es su mafia. Esa mafia que se ve estacionada frente al Parque Arauco o alrededor del Costanera Center (por mencionar algunos lugares) y que no devuelve las billeteras, carteras o lo que sea que se haya quedado en sus asientos.
Son sus rutas dudosamente “más cortas”, es su envidia al servicio de Uber y Cabify que solo satisface la necesidad de transeúntes que jamás encontraron respuesta justa en ustedes.
Son ustedes y sus pésimas, estúpidas e inútiles estrategias de presión que no los ayudan en nada y que solamente hace que la gente los desprecie más todavía.
También es su última brillante actuación, casi merecedora de un Óscar, de bloquear el aeropuerto obligando a chilenos y extranjeros a tener que subir caminando para hacer su check-in, provocando que seamos aún más los que usan Uber e incluso provocando la muerte de un turista. Sí, es culpa de ustedes (o responsabilidad, como quieran llamarle). No es “un caso fortuito” como dijeron en la prensa.
Son ustedes que no se adaptan tampoco a los tiempos modernos y que no presentan voluntad alguna de cambiar. Es su flojera no querer asumir que si no cambian se convertirán en el próximo Blockbuster.