Pizza Hut y Telepizza ahora tienen mucho en común.

Por Pablo Acuña

Son tiempos oscuros. Oculto bajo este bombardeo constante de malas noticias, este miércoles el grupo Telepizza solicitó formalmente a la Fiscalía Nacional Económica aprobar la adquisición de las operaciones de Pizza Hut en nuestro país. La solicitud se enmarca dentro de una operación global en la cual Telepizza será controladora de Pizza Hut en el mercado iberoamericano, y aunque esta jerga económica pareciese ser fuera de contexto en este texto y una noticia absolutamente irrelevante para nuestras vidas, es un hito significativo en la consolidación global de la mediocridad.

Primero, es necesario establecer que la pizza es una categoría exageradamente amplia. Existen maestros pizzaiolos entrenados en Nápoles, el slice newyorkino y las pizzerías argentinas, dónde la masa es sólo un acompañamiento a una cantidad de queso sólo posible en un país con mejores vacas y prioridades. Chile, país carente de tradición de pizzas, suele ignorar estas distinciones y disfrutar sin culpa masas precocidas o ingredientes cuestionables, algo escandaloso y a la vez una forma inocente y quizás más feliz de vivir, no así ser consciente y activista respecto a estas arbitrarias distinciones.

Su actitud avasalladora ha permitido un crecimiento exponencial, más parecido al narcotráfico que a cualquier negocio legítimo. Su sabor promedio, absolutamente ignorable y cargado al aceite, inspira más odio propio que placer, crimen de guerra cuando se trata de la alegría que hasta la mala pizza debiese inspirar.

Dicho esto, los grandes conglomerados de la pizza son una categoría por si sola. Aquí, donde históricamente han informado nuestras opiniones respecto a que constituye una buena o mala pizza, sus prioridades y valores tienen una influencia desmedida en el mercado, factor que dudo los ingenieros comerciales y abogados de la Fiscalía Nacional Económica tomen en consideración cuando evalúen la asimilación de una cadena de pizza venida a menos, Pizza Hut, por ese leviatán del mal gusto que Telepizza insiste en ser. Estas cadenas no son sólo restaurantes de comida rápida, son la United Fruit y la Anaconda Copper Mining Company en un frágil mercado de pizza nacional.

Discutamos ambas cadenas. Telepizza, cuya única proposición de valor es su bajo precio, promueve casualmente placeres con finales violentos. Sus aportes a la conversación en torno a la pizza son aberraciones como la pizza nachos o la pizza hamburguesa, trágicas promociones sólo diseñadas para desesperadamente llamar la atención. Su actitud avasalladora ha permitido un crecimiento exponencial, más parecido al narcotráfico que a cualquier negocio legítimo. Su sabor promedio, absolutamente ignorable y cargado al aceite, inspira más odio propio que placer, crimen de guerra cuando se trata de la alegría que hasta la mala pizza debiese inspirar. Pizza Hut, en cambio, ocupa otro espacio en nuestra memoria emocional. Es la primera cadena de pizza que recordamos llegar, tal como cuando grandes músicos nos visitan. En su mejor momento, tenían locales limpios, amigables, cargados a ese olor de masa de pizza lista en vez de la acidez del exceso de levadura. Eran la promesa de la globalización cumplida, la cual al comenzar a fracasar hoy sólo nos produce la tristeza indiferente de ver la mediocridad triunfar.

Si bien existen otras cadenas y un mercado competitivo el cual permite técnicamente esta adquisición, es prudente considerar la tragedia implícita, a la par con la caída de Constantinopla o las automotoras chinas adquiriendo Volvo Motors. La marca Pizza Hut, cuyos rostros han incluido a Ringo Starr y Donald Trump, será apropiada en Iberoamérica por Telepizza, y sus estándares, valores y peso histórico se convertirán en una fachada para las prácticas predatorias de otro conglomerado español más. Así como se protesta por los capitales extranjeros en los servicios básicos -entre los cuales la pizza debiese incluirse- es imperativo observar con sospecha como Telepizza, brazo armado -con pizza- de las ambiciones expansionistas de la Corona Española, recoloniza nuestros estómagos y limita nuestra posibilidad de elegir con su producto mediocre bajo la falsa bandera de recuerdos ajenos y una marca mejor.


Puedes leer más contenido de Pablo Acuña subscribiéndote en el siguiente enlace.