Yo todavía me rasco la cabeza pensando cómo diablos, literalmente robaron, un pedazo de playa y la plantaron en la azotea de aquél estacionamiento de Santiago. Porque la última terraza corona fue eso, una especie de burbuja, en el medio de la ciudad, en la que sólo faltaba la brisa y el gusto a sal en el aire para ser como si estuviésemos frente al mar.
Arena, sol, toallas, “vendedores ambulantes”, helado y cosillas para comer fueron parte del perfectamente ejecutado montaje de la última versión de las terrazas corona.
¿La música?, salvo Dënver, la mayor parte de los cover fueron un desastre tal como si lo cantaras tú con tu grupo de amigos frente a la fogata, así que hasta eso fue cuidado al detalle.
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