Nuestro amigo Lucas Quintana fue asaltado junto a su novia después de estrenar el documental “Hemosestadopeor” en el Sanfic. Escribió su experiencia y reflexionó al respecto.

Por Lucas Quintana


Cuando chico vivía en Osorno entre la Manuel Rodríguez y la Bernardo O’higgins. A veces nos tirábamos en skate por la cuesta, y una vez volvimos sin tablas y sin gorros.

En la escuela me intentaron ahorcar. Otro día, unos compañeros me invitaron a jalar aspirinas.

Quince años después vivo en La Cisterna, estudio con crédito y no sé cómo lo voy a pagar, mi plan es esperar a que en unos años más nos condonen la deuda a todos. Tengo más-que-claro que mi plan es un mal plan. Cuento todo esto porque antes de cualquier cosa se me hace necesario explicar que mi situación está lejos de ser cómoda, al igual que la del noventa por ciento del país. Tengo problemas, pero ninguno de ellos tiene que ver con aceptar la realidad.

El miércoles estrené, “Hemosestadopeor”, mi primer documental, en el SANFIC. De vuelta pasamos a tomar una cerveza con mi pareja. Entonces un hombre y una mujer de unos cuarenta años se nos acercaron corriendo. Apenas estuvieron frente a nosotros la mujer puso violentamente a Gabriela contra la muralla. El hombre me tomó del cuello y me puso un puñal de cuarenta centímetros en el estómago.

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Intenté cruzar miradas con mi polola para entender la situación, pero ella estaba en shock. Dijeron que les pasáramos todo. Así lo hicimos. No es importante mencionar el valor monetario de lo que perdimos, pero para que se hagan una idea, me demoraré un par de meses en reponerlo. Ni bien huyeron, un auto se detuvo.

El conductor nos preguntó amablemente cómo estábamos. Yo estaba tranquilo, pero la Gabi estaba tan cerca de desmayarse que nos apuramos en llegar a su departamento.

Después de unos minutos nuestra preocupación era que ella entraba a trabajar temprano y ahora no teníamos despertador. En este punto terminaré la historia, para pasar a hablar de algo que siento que me ha tenido muy cerca de explotar desde hace varios años.

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Supongo que todos vamos a estar de acuerdo con que Chile está en una situación compleja, el pueblo está indignado, el otro pueblo se burla de nosotros y el gobierno no nos quiere escuchar porque debe tener cosas más importantes que hacer.

¿Qué tiene que ver un asalto con esto? Pues, para mí, todo.

No sentí la rabia tan explosiva con la que he escuchado que mucha gente queda luego de estas situaciones tan desagradables, no me sentí víctima en ningún momento.

Desde el fondo de mi corazón y de mi estómago no sentía nada más que una tristeza abrumadora. Tristeza y nada más que eso. Tristeza porque en el fondo nosotros somos los culpables, porque hay gente que quiere matar a los que los asaltan, porque algunos lo hacen y porque otros lo apoyan, tristeza porque aún pensamos que es chistoso decir que hay que poner una bomba en un estadio de fútbol y pitearse a todos los flaites culiaos, olvidando que hace algunos años muchos de nuestros viejos murieron en uno. Tengo pena porque ni siquiera fue una alternativa fugaz en mi cabeza acudir a carabineros, me siento pésimo porque veo a Chile enojado por las razones correctas pero con las personas equivocadas, y yo mismo, otro peón no más, no puedo convencer a nadie que los verdaderos culpables están en otro lugar y que los que nos asaltaron no son más culpables que nosotros mismos.

07 de Diciembre de 2011/SANTIAGO Esta noche se llevo a cabo la proyección del árbol de Navidad más grande del mundo, como parte de un espectacular show de luces que el megaproyecto Costanera Center exhibe desde su gran torre, para conmemorar fin de año desde este miércoles 7 y hasta el domingo 25 de diciembre. FOTO:MARIO DAVILA/AGENCIAUNO

No está mal que estemos enojados y no está mal que gritemos y lloremos nuestra rabia, lo que está mal es que matemos y pensemos que está bien, porque esto no se queda aquí, se traduce y extrapola a muchos ámbitos.

No me había decidido nunca a escribir sobre mi pena, pero aquí está, porque no quiero que en Chile nazcan niños homosexuales que crecen pensando que ser homosexual es malo, no quiero que en Chile vuelvan a morir fotógrafos quemados, no quiero que en Chile una mujer vuelva a defender al hombre que le sacó los ojos, no quiero que en Chile otra mujer muera sola por haber decidido abortar hundiéndose en el miedo y la vergüenza.

Yo nunca he robado, nunca le he pegado a nadie y no estoy defendiendo la delincuencia, pero creo firmemente que entrar en el delito es una decisión marcada por la falta de oportunidades, y mientras como país no nos hagamos cargo de eso no vamos a poder cambiar nada. Lo que escribo es un grito desesperado para que por favor no perdamos las fuerzas, no dejemos de marchar, no dejemos de gritar que no estamos contentos.

Quizás (por favor, énfasis en este quizás) la pareja que nos robó haya estado satisfecha con que tuvieron una buena noche, pero sin miedo a sonar imbécil, ojalá, de todo corazón, nuestros teléfonos signifiquen que dos niños van a pasar menos hambre este mes o que una familia irá al cine a ver la nueva de Pixar.

Y si bien el prejuicio podría llevarnos a pensar que nuestros teléfonos robados se convertirán en cocaína o pasta base, no sé qué otra respuesta podemos permitirnos esperar de un pueblo regido por y subordinado a veteranos de costumbres decrépitas que nos gobiernan y legislan mientras les sangra la nariz por la misma droga y las manos les sudan de tanto meterlas en nuestros bolsillos.