A los 74 años ha muerto Tobe Hooper, artesano clave en la serie B del terror y el cine fantástico de los 70s y 80s (Poltergeist, Salem’s Lot, The Funhouse). También ha muerto el padre del simbólico Leatherface y este breve retrato va sobre su último baile. Uno que lo recuerda agitando su motosierra a la luz del amanecer en los páramos más perversos del interior de Norteamérica.
por Fernando Delgado
Es una historia de lazos sanguíneos, de un secreto de familia y de costumbres enfermizas. Una herencia putrefacta, vomitiva, capaz de alterar la paz de cualquier ser humano emocionalmente resiliente. Ni siquiera a punta de Rize o de la más relajante cepa cannabica se podría anestesiar el impacto ofrecido durante los absorbentes ochenta y tres minutos en los que se desarrolla esta pesadilla de contracultura y psicosis compartida.
En ese asfixiante verano de 1974, post dimisión de Richard Nixon y los asesinatos de la familia Manson, el clima moral de los EEUU aún invadiendo Vietnam estaba convulso. En ese plano espinoso, nada volvería a ser igual para dos hermanos y sus tres amigos mientras atraviesan el país en busca de la tumba de sus abuelos. Porque el miedo ya no estaba puesto en un ataque nuclear ni en ser enviado a la guerra como carne de cañón. Lo verdaderamente siniestro era ser convertido en embutidos, o en el hirviente plato de fondo para una prole de caníbales disociados.
Sentir los dientes de una sierra a toda velocidad descuartizando tu cuerpo, es por lejos, el peor de los escenarios posibles para un mortal. Inspirado en los crímenes seriales y en las horrorosas manualidades de Ed Gein. –Conocido como el Carnicero de Plainfield- Tal vez la prueba empírica hecha hombre (y hambre) de los feroces alcances de la colisión entre el progreso y lo rural. Esa leyenda negra de la historia criminal americana fue la piedra basal para que Hooper ejecutara su segunda y ultra rentable película; una mutación de cine guerrilla con proto-slasher y hasta una dosis de cinema verité. Una producción modesta resuelta con ingenio para llevar a las salas esta revolución post era hippie. Una odisea –literal- de esqueletos en el closet, de la profanación de tabúes culturales y de una puesta en escena necrófila. Donde todo se siente como un ultraje a los sentidos, o más bien como una granada que mutila la razón y cuyas heridas dejan a sus valientes testigos amputados de por vida.
El motor de la sierra no ha dejado de sonar desde entonces; un remake menor, una precuela feroz, cuatro secuelas olvidables y otra precuela dispuesta a ser estrenada este año luego de múltiples postergaciones son parte del legado de una obra fundamental, prohibida y redescubierta con justicia.
El monstruo ha quedado huérfano, pero no busquen adoptarlo, podrían salir gravemente dañados en el intento. A veces, es mejor así.