Opinión: ¿Son los trolls un verdadero virus que se expande por redes sociales?

Desde que descubrí Internet, pienso y siento que este debería ser un espacio que facilite la interacción entre lectores y medios, o personas y personas, pero pasa que de un tiempo hasta ahora, eso parece más bien imposible. Tan alejado de la realidad es el asunto, que diferentes sitios y plataformas han suspendido su sección de comentarios hasta nuevo aviso porque no han sabido qué hacer con las recurrentes y violentas discusiones entre internautas que de nada sirven y que en nada aportan a un debate real.

Este año, populares medios de comunicación y portales como The Verge, VICE, Chicago Sun Times, The Daily Beast, Re/code y Popular Science cortaron por lo sano y dejaron de publicar intervenciones y opiniones debido a la naturaleza incendiaria de éstas. Ahora, los lectores no tienen la opción de emitir juicio alguno en sus publicaciones.

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Que esté pasando esto es una verdadera lástima porque deja de existir la instancia para verdaderas conversaciones y legítimos debates. Es una tendencia creciente que en lugar de reforzar la comunicación, afecta a los generadores de contenidos e implica la pérdida de lectores.

En la juerga de Internet existen conceptos como trolls, haters o flamers y aunque busqué el significado de cada uno, para mí son lo mismo; personajes que bajo el efecto de desinhibición que les proporciona el anonimato de Internet, atacan gratuitamente al resto y se expresan como no lo hacen en la vida real.

Son terrible de choros bajo un nombre de usuario falso; de verdad no se me ocurre algo más cobarde que eso.

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John Suller, sicólogo de la Universidad Rider en Estados Unidos, en su libro “La Sicología del Ciberespacio”  nos aclara un par de cosas con respecto a estos amiguitos. Según él, son personajes inventados para Internet que se rigen por reglas distintas a las que aplican en la vida real; eso aumenta la probabilidad de ser más hostil con los demás porque no se tiene contacto visual con las personas. Los separa la distancia y el no poder ver la reacción del otro. Además, los niveles de autocensura de las personas para evitar conflictos son altos dentro de la sociedad pero no en Internet y por eso, se permiten decir todo eso que acostumbran a callar o que con suerte, comparten con los más cercanos.

Y de hecho, según la encuesta “Jóvenes, Participación y Medios 2014”, de la U. Diego Portales y Feedback, un 54% de los entrevistados tienden a expresar su opinión solamente frente a amigos o gente en quien confía y es que como cultura nos cuesta ser frontal. Pero ¿Ser reprimidos respecto a lo que piensan o sienten les da el derecho de ofender, agredir o desvirtuar y descontextualizar ideas? Obvio que no.

Ojo que no es un problema solo de los chilenos pero existen dos condiciones que potencian el fenómeno; somos uno de los países con mayor uso de la red y además, evitamos a toda costa el conflicto cara a cara.

Me cae mal este tipo de gente pero esa información no la inventé yo. En el estudio “Futuro Digital 2014” realizado por Comscore, Chile ocupa el tercer lugar en alcance de redes sociales en América Latina con un 96,9% por sobre el alcance global que es de 85,4%. A esa información sumémosle que un tercio de los mensajes de Twitter y más de la mitad de los comentarios de Facebook son descalificaciones, insultos y sarcasmos en mala onda.

Todo parte con un intercambio de ideas inofensivo pero se mete uno de estos personajes enmascarados y la conversación sube de tono, empiezan los ataques y las peleas a garabato limpio y en cuestión de minutos, todo se fue al carajo.

El director de proyectos digitales del The Washington Post, Greg Barber presenta una analogía que deja bien claro el panorama: “Cuando la gente se está dando tortazos, lo más probable es que agarres un pedazo de torta y lo lances también.  En cambio, si leen una conversación razonable, querrán contribuir de una manera razonable”.

Los trolls, haters o como se llamen, buscan molestar por el simple hecho de disfrutar la sensación de saltarse las normas de civismo y hacer enojar a la gente; de eso se alimentan. Ignórelos y hágale caso al mantra “dont feed the troll”. No hay que caer en el juego y escoger bien “las batallas” (debates) porque bien sabemos que “ganar es mejor que perder, pero todo el mundo pierde cuando se trata de una guerra que no vale la pena pelear“.

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