Pobreza y delincuencia: el espectáculo se presenta ante la sociedad como parte de ella y como una herramienta de unificación. La tele-realidad, los noticieros y la publicidad no son más que una secuencia de actos que acrecientan las diferencias de clases, pero que al mismo tiempo democratizan el quehacer nacional, poniendo la atención en la supervivencia del show business o también conocida como “farándula”. Aquí, la delincuencia y la pobreza se toman las pantallas creando el reality show de la violencia.

Policias en accion – pobreza y delincuencia como espectáculo

Pobreza y delincuencia como espectáculo

Sin embargo no es sólo la farándula y sus personajes quienes crean y popularizan la idea de la democracia televisa, sino que la delincuencia y la pobreza también cooptadas por la industria del entretenimiento tienen un lugar privilegiado en el horario prime de los noticieros nacionales.

Es el caso de Chilevisión. Según un estudio de la Alianza de Comunicación y Pobreza el ex canal de Piñera lideró la relación de pobreza con delincuencia, con un 48% de sus noticias estableciendo este factor común.

Hoy la estación chilena presenta un programa bastante gore. Alerta Máxima: Fronteras. Un espacio de televisivo en el que recorren desde el morbo una escena precaria, un momento de dolor se transforma en un espectáculo.

Este espectáculo, como describe Guy Debord, es el resultado del modo de producción existente. Entonces, si extrapolamos el Capitalismo Gore de Sayak Valencia, podríamos entender que esta mediatización de la pobreza y la delincuencia se deben al hipercapitalismo y los mercado-naciones en los que vivimos, en los que los países no se entienden como un espacio concreto para desarrollar la vida sino que son pequeños minimarkets en una esfera de supermercados compitiendo entre sí, donde Chile, por ejemplo, es otro mercado que tiene a la venta diferentes estímulos de dinero, como el cobre, fruta o vino.

El filósofo y activista, teórico del arte y las redes, Luis Navarro también aportó ante esta discusión en una entrevista con El Diario, y definió el espectáculo como “la forma en que nos relacionamos a través de las imágenes que se construyen desde los grandes medios de comunicación y no de la experiencia viva, es la forma en que consumimos un menú de mercancías degradadas y aceptamos una construcción artificial y dirigida del sentido del mundo como si fuese nuestro medio natural”.

Además, agregó “El espectáculo cumple en la sociedad de masas una función equivalente a la que cumplía la religión en las sociedades tradicionales o el arte en la formación del capitalismo. Su lógica consiste en hacer de la representación que muestra algo más real que la experiencia vivida, más real que nuestras propias necesidades, reduciendo al individuo a la condición de espectador pasivo en la política, en la producción y el consumo, en la aceptación del estado de cosas existente”.

Sayak Valencia es una Dra. en Filosofía, Teoría y Crítica Feminista por la Universidad Complutense de Madrid, es también profesora investigadora, poeta, ensayista y performer. Ha escrito y publicado tres libros, Adrift´s Book (Aristas Martínez, Badajoz, 2012), Capitalismo Gore (Melusina, Barcelona, 2010), El reverso exacto del texto. (Centaurea Nigra Ediciones, Madrid 2007). Jueves Fausto (Ediciones de la Esquina / Anortecer, Tijuana 2004), también numersos ensayos y artículos en resvistas de Estados Unidos, México, Argentina, Colombia y España.

¿Qué es el capitalismo gore?

Este es un término que propone la autora para hacer un análisis sobre la realidad del capitalismo contemporáneo unido a la violencia que se está generando en México a partir de todo el crimen organizado, el narcotráfico y toda esta espectacularización de los cuerpos que se puede observar en los medios o en la calle.

“Pensaba que gore, por la menos mi generación hacia arriba y hacia abajo, es un término que define muy precisamente este derramamiento de sangre, este desmembramiento de cuerpos, donde le cuerpo no sólo se vuelve un espectáculo, sino una mercancía. Y el cuerpo se vuelve una mercancía rentable, no sólo para los medios sino para también estos grupos delictivos y hay una estructura económica que sustenta todo este procedimiento“, dijo Sayak en entrevista con Síntesis TV.

Pero ¿qué tiene que ver el espectáculo con la pobreza y la delincuencia en Chile?  Al parecer, mucho más de lo que se puede creer. ¿Cuántas horas pasan al día frente a la televisión los chilenos?

“En promedio los chilenos pasan 2 horas 220 minutos al días frente al televisor, 835 horas al año y lo que más ven son noticieros y después novelas, según un estudio elaborado por el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) el 2015”.

Este mismo señala que niños de entre 4 a 12 años vieron 1 hora y 7 minutos al día, y de todo ese contenido sólo el 1,8% era dirigido, creado o posicionado en el espacio televisivo en específico para ellos, el resto, es programación para adultos o jóvenes.

“La oferta de programación infantil ha ido disminuyendo progresivamente en la televisión abierta. Hoy, los niños, niñas y adolescentes ven, en mayor medida, telenovelas, seguidas por programas informativos y misceláneos. El consumo promedio de televisión abierta en este segmento es de 1 hora y 7 minutos, y hoy no hay oferta suficiente dirigida a este público propiamente tal, por eso se trasladan al cable y otras tecnologías como el tablet y el celular”, como señala el presidente CNTV, Óscar Reyes Peña.

En el 2016 un estudio de la Unicef Chile titulado “Los niños de hoy: percepción de las madres”, concluyó que el 75% de los y las niñas ven televisión como actividad principal y el 23% pasa su tiempo jugando al aire libre.

Los medios de comunicación y la publicidad, sobre todo en Internet, están en un “clickbait eterno“; una constante batalla para llamar la atención con titulares, imágenes, colores y personajes reconocibles, relatos identificables y datos que tengan que ver contigo. En este esfuerzo, enfocan estas aristas y las transforman en un reality show.

Uno de los mercado-nación más grandes es Estados Unidos, con su producción cultural parece estandarizar la vida en sociedad, de maneras irrisorias. Por ejemplo, se acerca navidad y en las costas de Chile se preparan para celebrar este día comprando en sus tiendas favoritas pinos blancos, otros que traen nieve y algunas familias más osadas adhieren algodón para simularla, un “viejo pascuero” rojo por una multinacional de bebestibles y abrigado en verano reculturalizando -siempre violentamenta- un acontecer del sur, latino, moreno y empobrecido.

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La idea de la industria cultural siempre fue apaciguar la violencia, naturalizarla como dice Valencia. Desde este pensamiento se puede entender mejor la inmensa producción de filmes relacionados con la guerra y con la muerte de cuerpos en pantalla de la mano de armas, enemigos y sangre después del periodo de Guerra Fría y la Segunda Guerra Mundial.

Estos días veía en los noticieros, las peores detenciones ciudadanas. Las ya típicas noticias sobre portonazos, asaltos o robos a mano armada, los diferentes robos del siglo, mientras candidatos a la presidencia de la república se atacan en grupo para probar quién sería mejor para usar la banda tricolor y recorrer el mundo promoviendo acuerdos económicos.

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Alerta Máxima (programa que cuenta con una millonaria multo por violación de dignidad con su contenido), Aquí en Vivo, En la Mira (también multado), En su Propia Trampa (multado), Misión Encubierta, entre otros, son programas que de alguna u otra forma exacerban la realidad y glamorizan la delincuencia. No falta mucho para ver una película al estilo Sophia Coppola con The Bling Ring o como su antónimo de clase Niñas Araña de Guillermo Helo.

Se mercantiliza la experiencia humana a través de las presentaciones idealizadas del espectáculo, como explica Debord, o como dice Navarro:

El espectáculo cumple en la sociedad de masas una función equivalente a la que cumplía la religión en las sociedades tradicionales o el arte en la formación del capitalismo. Su lógica consiste en hacer de la representación que muestra algo más real que la experiencia vivida, más real que nuestras propias necesidades, reduciendo al individuo a la condición de espectador pasivo en la política, en la producción y el consumo, en la aceptación del estado de cosas existente.

La serie de Netflix, Black Mirror, que debe su nombre a una pantalla de celular apagada, advirtió y predijo las relaciones sociales que nacen a partir interacciones mediadas por los medios de comunicación, la competencia, la muerte, la violencia, los goples, los gritos, el capitalismo, la glamorización, y el espectáculo.

Black Mirror

Como dice Diamela Eltit en una carta enviada a su vecina en el diario español El País, “Vemos escenas espantosas que ocurren en la geografía del mundo que parece estallar a cada instante. La violencia se precipita y no existe un espacio posible que contenga la tristeza. Las imágenes (crueles, insensatas) son emitidas por los noticiarios que seguimos con total fidelidad. Los noticiarios son ahora un espacio cada vez más vertiginoso para dar cuenta de cómo se planifican y se expanden los cementerios sociales. Ha recrudecido la avaricia, lo sabemos. Sí, porque basta mirar los noticiarios para comprender la extensa especulación que salta y nos asalta con la velocidad de una pantera”.

Este espectáculo elimina toda forma de pensar, centrándonos en lo que se nos ofrece desde ahí. De esta forma y como un torbellino este show se impone como dictadura.

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Todo esto es algo que aceptamos, al parecer, sin quejarnos gracias al valor que tienen las experiencias bajo el sistema, la fama, el dinero, los likes, seguidores y retweets, los segundos de fama en la delincuencia, el celebrar ser grabado por una patrulla de Carabineros que busca en compañía de canales de televisión a los más temidos traficantes como los paparazzis buscan a Lady Gaga en sus vacaciones. 

El valor del cuerpo muerto, del robo, de las armas o de la pobreza en Chile es alto, y se transmite por todas las pantallas. Chilenos y chilenas, extranjeros, niños y niñas frente a la televisión, en el cine viendo las películas en taquilla, o en las calles. En todos lados, incluso en la cárcel, como el caso de la chica trans Shayna, a quien las cámaras de Chilevisión siguieron y transformaron en icono de burlas y comentarios transfóbicos.

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