Un imperdible ensayo que repasa la historia de una canción que el 2003, fue subestimada ¿invisibilizada? porque la derecha se vendía como “centro derecha” pero que describe perfectamente el Chile de los “Tiempos mejores” y de JVR y Kast adulando a Bolsonaro.

Por J.C. Ramírez Figueroa, periodista y escritor. Autor de CRASH! BOOM! BANG!: Una teoría sobre la muerte del rock y director de LuchaLibro

A veces en la música pop adelantarse a los tiempos —aunque sean apenas 5 segundos— te puede jugar en contra y sólo recibirás carraspeos de la audiencia, indiferencia mediática y que otro, más vivaracho que tú, se lleve todo el crédito.

Y no me refiero al sonido y casos tan reveladores como el de Sister Rosetta Tharpe, Los Saicos o Talk Talk; sino que hablo de las letras, esa área que ni a los músicos pop les importa tanto pero que, paradojalmente, saben que un coro bien puesto puede convertir ese lado “b” en un himno universal.

Aunque quizá no se trata de adelantarse, sino de lo rancio del momento que se vive. Daniel Melero, que algo sabe del tema lo diría muy elocuentemente en el libro de conversaciones con Gustavo Alvarez Núñez, Ahora, antes y después (Derivas, 2012): “Lo que ocurre es que el contexto es mucho más retrógrado. Llamar futurista a lo contemporáneo es vivir en el pasado”.

Y eso es justo lo que la pasó a Los Prisioneros y “Ultraderecha” (2003) que fue el primer single radial del grupo —no versión alternativa, ni maqueta, ni registro en vivo– desde “Corazones rojos” (1991).

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18 de mayo de 2003. La fecha está marcada en YouTube por el usuario Oscar Oyarce que subió varios segmentos del programa De Pé a Pá — transferido de VHS seguramente— donde vemos a Pedro Carcuro reír nerviosamente, mientras Los Prisioneros son sometidos a la típica entrevista promocional pre-redes sociales: en un estelar de TV y en directo.

Todo se ve rancio, añejo a excepción, claro de la lucidez de J.G. Desde las preguntas (“¿Creen que en los matrimonios elegantes está representada la ultraderecha?”) hasta la metodología del show: primero, les muestran un ejemplar de La Segunda donde festinan con el supuesto interés por el dinero que los motivó a reagruparse (“¡imbéciles!”, grita una fan a los editores del vespertino); después, una serie de cuñas de políticos opinando sobre el single.

Lily Pérez fue salomónica (“Alguna de las cosas que dicen son bastante ciertas respecto a la ultraderecha y son super válidas también para la ultraizquierda”), Lavín se hizo el loco (“tendría que escucharlo”) y Moreira recitó su guión (“Los Prisioneros cada día están más prisioneros de una lucha ideológica de clases, del resentimiento, del odio, la venganza. La verdad es que así no se construye con esa música una sociedad mucho más solidaria”).

Sólo un sonriente Sebastián Piñera asegura con su oficina nevada de fondo: “Me gustó mucho la canción y me gustó mucho la crítica, pero creo que ellos deberían enfocar la crítica en aquellos que no creen en la verdadera libertad sino que cree en los fanatismos”. Es que el actual presidente tiene una fe ciega en la infinita capacidad mutante del capitalismo hacendal chileno, capaz de tomar una canción que lo ataca y transformarlo en argumento de venta televisivo de su propia personalidad emprendedora.

J.G., cuyo lenguaje corporal ya empieza a ponerse a la defensiva (¿quién no?) responde: “Llama la atención que tengan tanto tiempo como para opinar sobre una canción… ellos tienen que ganar votos y hacerse los simpáticos, pero yo sé que a la gente de derecha le gustan Los Prisioneros, porque cuando Chile estaba lleno de prisioneros estaban felices”.

El público aplaude, Carcuro dice que “es bueno discutir”, pero González insiste en decir que la izquierda ya no existe tras el exterminio de Pinochet y que el capitalismo está llevando el planeta a la destrucción.

Cosas que hoy son casi de sentido común pero no en 2003, año de gloria para franquicias como Jackass y American Pie, o donde bandas como los Mox montaron “El copeteour” por todo el país (donde tocaban hits como “Ataque de caca” o “Te daría”) y “Sexo con amor” llevaba 990 mil personas al cine.

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Antes de puro ingenuo le criticaba a “Ultraderecha” la ausencia de una producción más festiva. Un hi-hat más cerrado, no sé, más new rave (para usar un concepto ondero de la época) o un ritmo más cercano al HI-NRG que le gustaba tanto a J.G.. Quizá un clip que se riera más de los cuicos, como al parecer era la idea original. Porque no pasó mucho con la canción que, según J.G. en el libro Maldito Sudaca de Emiliano Aguayo (RIL, 2005) estaba influenciada por XTC y “sólo el bombo está programado” y que las diferencias personales con Claudio Narea incluso llegaron al nivel de “echar para atrás” la grabación del disco.

En Biografía de una amistad (Thabang, 2003), el susodicho, dice que “era el mejor single que había” pero alega porque las composiciones de J.G. incluían “elementos electrónicos”. Ni siquiera está en el libro Hermosos Ruidos editado este año en Perú por Acetato donde 27 escritores peruanos y chilenos escriben sobre su canción favorita de la banda.

No, el tema no es el sonido, es que Chile estaba en plena burbuja neoliberal que sólo el movimiento pingüino dos años después vendría a intentar reventar en una larga cadena de repliegues que llega hasta a los egos desatados y liderazgos fragmentados del Frente Amplio.

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La tesis de “Ultraderecha” desde su demo es que, efectivamente, este grupo encarnado en los empresarios vinculados al Opus Dei, y Legionarios de Cristo, defienden la libertad.

Pero la libertad para vivir en la miseria, morir en la cárcel por deudas, torturar al esclavo, defender al millonario, globalizar el hambre, vender al estado, comprar la Iglesia, hacer mierda el planeta y defender el derecho a estafarte.

Es casi como el manual de instrucciones del infierno, ¿no?

Bueno, no deja de ser interesante que en 2003 esto fuera pasado por alto, como si el país –o la cultura joven— tuviera una ceguera voluntaria frente a una economía literalmente planificada con sangre en las manos gracias a una transición pactada con los mismos amigos de quienes fueron desmembrados (Frei defendiendo la vuelta de Pinochet desde Londres es demasiado delirante considerado que su propio padre fue asesinado por la CNI).

Todo esto lo venía diciendo toda esa prensa de oposición desde 1976 que, por cierto, cerró una a una tras la primera separación de la banda y que está a la vista de todos en MemoriaChilena, pero a nadie le importaba mucho planificarlo.

A veces pienso que esa cultura de los `90, desde la Zona de Contacto a la Rock and Pop, que nunca se llevó muy bien con J.G. fue justamente la que pulverizó esa prensa que ayudó a los mismos genios comunicacionales (Tironi, Correa) que materializaron la doctrina “no estoy ni ahí” achacada convenientemente al Chino Ríos. Pero ese es otro tema.

“Ultraderecha” podría haber salido el lunes y sería la mejor evidencia/explicación del auge de los Bolsonaros, Kast y otros especímenes que con toda la libertad y calma del mundo construyen discursos con guiños a los pentecostales, obreros empobrecidos y cesantes en torno a enemigos imaginarios como la diversidad sexual o los emigrantes.

En septiembre de ese 2003 la Comisión Valech volvería a horrorizarnos y los militares volverían a la dramaturgia de pedir perdón aunque, misteriosamente, no saben nada de esos detenidos desaparecidos; Los Prisioneros volverían a dar tumbos y finalmente, todo volvería a enredarse para tener a las víctimas defendiendo a esa ultraderecha que los ve alegremente como votos útiles y bots-análogos de las noticias falsas.