La quinta película de Sebastián Lelio se estrena hoy jueves 6 de abril, luego de un exitoso paso por el Festival de Berlín.

Al principio no me gustaba el título. Me gustaba la idea de la película, ver a Daniela Vega de nuevo, antes actuó en “La visita” en el cine pero dirigida esta vez por Sebastián Lelio (“La sangrada familia, “Navidad”, “Gloria”).

Pero no, el título no me gustaba.

Después algo inusual: vi el trailer, obligado en todo caso, porque estaba en el cine…malditos trailer del cine, deberían ser opcionales. Ahí hice mi primer enganche con lo que después iba a ver, la película era aparentemente fantástica.

Tres imágenes:

  1. Marina (Daniela Vega) luchando contra el fuerte viento en la calle.
  2. Ella misma en un traje brillante volando hacia la cámara.
  3. Ella cambiándose tras una cortina mientras discuten dos personas: “Trátala como mujer”, dice Amparo Noguera. Ahí terminé de entender que era una película que había que ver.

Marina es una mujer que luego de que muere Orlando (Francisco Reyes), su pareja varios años mayor, comienza a tropezar con los juicios, sospechas e impedimentos para despedirse de su amado solo por ser una mujer transexual.

No solo estaba esa escena de Marina luchando contra el viento, son varias las imágenes que metaforizan artística y elegantemente el punto de la película: Marina contra el entorno que le impide despedirse y comenzar su duelo.

Me gusta que hayan riesgos de dirección, que se usen los distintos canales de información para repetir una y otra vez las barreras con que se topa Marina y el entorno del duelo que comienza para ella.

Por ejemplo la música, a cargo de Matthew Herbert, que te somete a un limbo emocional constante de angustia y agonía.

O la fotografía de Benjamín Echazarreta, director de foto de Gloria también. Sus encuadres te hacen sentir encerrado, la iluminación a ratos naturalista y a otros ficticia y los movimiento de cámara que priorizan en su mayoría el seguimiento de Marina. La decisión de seguir en casi todas las escenas a la protagonista, lo que te produce una empatía casi forzada con ella y nos da la sensación de estar viviendo su duelo. Nos transformamos, siento, en sus compañeros, en quizás el único apoyo que recibe, se da una rara relación entre espectador y película.

Son un montón de decisiones que se agradecen, porque hacen que la película sea un producto interesante no solo desde lo temático sino también desde lo artístico.

Después, el potencial (y la potencia) que le saca Lelio a Daniela Vega, que además de actriz es cantante lírica. Esto me parece es la segunda parte fantástica de la película. Podemos disfrutar de las otras características de la actriz, su voz, que es protagonista de varias escenas. Al comienzo, cantando y bailando salsa, destacando todo su desplante y versatilidad. Además, nos deleitamos con su belleza.

Y por supuesto, y a pesar de que no es el objeto de la película, está el tema trans de por medio. Y acá es donde creo que hace más sentido el Premio a Mejor Guion del Festival de Berlín que recibió.

Escrita por Gonzalo Maza y Sebastián Lelio, con aportes de Daniela, es una historia de amor, de sufrimiento, de injusticia, pero no es una película sobre la transexualidad, aunque se manifiesta como un punto de inflexión constante: Marina es tratada como una perversión, como prostituta, como asesina, como una cosa. Es discriminada, es violentada, es asechada. Eso es lo que provoca la angustia de la que hablé antes.

El ser espectadores de algo que muchos probablemente no conocen, que no entienden, plantea un desafía que la película sortea logrando la comprensión y la empatía necesaria para entrar en la historia. Y ahí se cierra esta idea de la angustia, del seguimiento casi compulsivo a la protagonista de la película; estamos obligados a empatizar con ella durante estos días posteriores a la muerte de Orlando, estamos obligados a ver cómo recibe el morbo que despierta en los otros por querer conocer sus genitales; obligados a ser testigos del mal trato que recibe al enfrentarse a los desconocidos, el constante acoso y la sensación casi intencional del entorno por hacerla sentir menos e interpelarnos en todas estas situaciones por aquellas veces que no hemos comprendido como sociedad lo que significa tener que justificarte por simplemente ser persona, y que el resto te ponga en una categoría de extraño, de quimera como le dice la ex de Orlando, Sonia (Aline Kuppenheim en un papel que debo decir le queda siempre muy bien: the bitch).

Es finalmente un reflejo de lo que como sociedad hemos construido con las personas trans; ponerlas en un lugar alejado y al margen de lo posible, en una situación de extrañeza que saca toda la falta de educación al respecto que existe no solo en Chile, sino en el mundo. Por eso, creo, genera tanto interés una actriz transexual, que tiene coraje para decir lo que dice.

Es una enseñanza, y una oportunidad de entender que las personas trans no son especiales solamente por ser trans, al igual que Marina no es más sospechosa de la muerte de su pareja por ser transexual. Ser trans, no es una característica a priori de las personas, no las define. Y acá también se termina de entender por qué la película gana el Teddy en Berlín (premio a la mejor película LGBTIQ+ del certamen) y la frase de Daniela al recibir el premio, que me estremece: “Para todas las personas trans que han muerto tratando de ser ellas mismas”.

Creo que no exagero al decir que esta va a ser la película más importante del año para Chile.

Entonces ahora, ¿Qué me parece el título? Espléndido. La película es fantástica, no solo por su factura, por sus imágenes fuera de lo real o porque explota una nueva estrella que tiene un futuro prometedor en el cine, sino porque cala en una herida y una deuda que tenemos como sociedad con la tolerancia, sin necesitar tener una bandera de lucha LGBTIQ+, y eso creo que es valioso desde lo artístico pero también desde lo humano. Una mujer fantástica, la película fantástica.