Por José Manuel Rodriguez M.
El estallido social que se ha suscitado en Chile es sin duda el más fuerte movimiento ciudadano desde la lucha por el retorno de la democracia. No obstante, sus motivaciones no son en ningún caso ideológicas y mucho menos partidistas como antaño.
La crisis social se ve completamente opacada por una muchísimo más profunda: la institucional.
Los chilenos, de manera transversal, dejaron de creer y con bastante fundamento hace bastante tiempo en las instituciones que componen los poderes del Estado, las fuerzas armadas y de orden y- aún más fuertemente- en los medios de comunicación convencionales.
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Las razones son incontables, pero principalmente es consecuencia del constante y desbordado cruce entre todos los sectores políticos y el mundo empresarial ha sido práctica transversal en todos los gobiernos desde el triunfo del NO. Lo anterior ha forjado una cultura institucional/empresarial que va de la mano y se orienta a extraer siempre el máximo a perpetuidad a los ciudadanos comunes y corrientes que se ven obligados a asumir compromisos imposibles de cumplir para acceder a la salud, la educación, la vivienda e incluso a los más básicos servicios que componen el “desde” en un país en vías de desarrollo.
El alto nivel de abstención en las elecciones ha profundizado en extremo la nula representatividad de las autoridades que ocupan cargos de elección popular y la casi total deslegitimación de la clase política chilena. Es por esto que, pese a torpes intentos en los medios de comunicación, ningún sector político ha logrado apropiarse del movimiento ciudadano que involucra a todos los sectores a lo largo del país. Mención honrosa para el descaro de la presidenta de la UDI, representante de la derecha más dura, quien luego de reunirse con el Presidente y algunos de sus pares declaró comprender el espíritu de la lucha. Lo anterior hace recordar los intentos de la extrema derecha francesa por arrogarse las motivaciones del movimiento de los llamados “chalecos amarillos”.
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Los pocos detractores de las movilizaciones han emplazado a un grupo de chilenos de clase media trabajadora que, según sus argumentos, se han visto afectados por los daños y destrucción que dejan los excesos que sin duda siempre son parte de un estallido social tan fuerte. Sin embargo; son estos mismos chilenos los que- sin justificar la delincuencia ni el vandalismo- apoyan incluso de manera más firme las demandas y se sienten representados por los manifestantes, si es que no son ellos mismos los que se unen a las convocatorias terminadas sus jornadas laborales.
Lo más importante para analizar, seguir e intentar entender lo que está pasando en Chile es partir por la base de que las banderas han sido reemplazadas por simples cacerolas y cucharones; los discursos populistas por cánticos entonados por miles de ciudadanos de los más diversos orígenes que rezan un claro y estridente ¨Chile despertó¨; y las etiquetas que estigmatizaban a los chilenos por su procedencia social o color político han sido eliminadas y hoy prima por sobre todo la cohesión por un objetivo común.
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