En el concurso de Santiago en 100 Palabras no solo quienes manden un cuento tienen posibilidades de ser ganadores, sino que también quienes voten para ayudar a elegir al “Premio del Público”.

El concurso de cuentos, Santiago en 100 Palabras, organizado por Plagio, Minera Escondida y Metro de Santiago sorteará $100.000 entre todos los votantes, quienes elegirán el “Premio del Público” galardón que estará acompañado de 1 millón de pesos para el autor. Este se sumará a los premios elegidos por el jurado, que son el clásico primer, segundo y tercer lugar que se llevará $2 millones, $500 mil y $300 mil pesos además de un premio de “Talento Jóven” para menores de 18 años quienes se llevarán $250 mil pesos.

Los cuentos ganadores además serán publicados junto a ilustraciones en una edición de los 10 años de aniversario con los 114 cuentos finalistas hasta la fecha. Y como es de costumbre se exhibirán en las calles, estaciones de metro, paraderos y cada rincón de Santiago, pero al parecer esta vez no nos encontraremos con un montón de líneas cursis exhibidas en afiches gigantes por todas partes, ya que éste año entre los finalistas hay varios cuentos interesantes! Y aunque siempre se camuflará entre los seleccionados uno que otro demasiado teleserión que termina con unas líneas sin sentido, esperamos que los grandes premios se los lleven algunos de nuestros favoritos: “27/2”, “Dignidad” ó “Infancia”.

Puedes elegir tu favorito de éste año entre los siguientes cuentos:

27/2

Fue la noche del terremoto. Como siempre, habían compartido un cigarro. Luego él se levantó de la cama y buscó la ropa dispersada por el suelo. Se estaba vistiendo cuando empezó a temblar. Momentos después quedaron en una oscuridad absoluta, abrazados junto al marco de la puerta, mientras la tierra todavía oscilaba suavemente como un barco sobre el mar. Ella, aún desnuda, se dejó deslizar hacia el suelo hasta quedar sentada junto a sus pies, sin soltar sus brazos. “Quédate, por favor”, le dijo. Y, por primera vez, él se quedó.

Kristin Meyborg, 19 años

Bostezo

Sentado en el metro, sólo me bastó cerrar los ojos por una fracción de segundo para hacer que todos desaparecieran.

Pedro Mora, 26 años

Dignidad

Porque, a fin de cuentas, sólo los árboles saben morir de pie.

Jonathan Bidwell, 23 años

El Infeliz

Era necio. Su creatividad se limitaba a la extracción de ideas en revistas extranjeras que compraba en el Persa. Se colgaba de sonrisas baratas. Hablaba fuerte para que lo vieran. Comía todos los viernes en ese lugar que no podía pagar y le molestaba hablar de política. Fumaba como carretonero, pues tenía la idea de que un hombre con vicios era más apuesto. No le gustaban las morenas ni las altas. Era alérgico al maní. Se paraba siempre algunos minutos en Irarrázabal con Pedro de Valdivia para tratar de fundirse entre la gente y quizás un día, quién sabe, desaparecer.

Katherina Steinmetz, 24 años

El oficinista

A un amigo mío de la oficina, que es el rey de los optimistas y a quien nunca se le ve triste, le pregunté cierto día cuál era su fórmula. “Estoy muriendo”, me respondió simplemente. Avergonzado de mi torpeza le pedí disculpas, pero él repuso sonriendo: “¿Y acaso tú no?”.

César Serrano, 54 años

Infancia

Me di cuenta de que había dejado de ser niña cuando ese invierno empecé a esquivar las pozas en vez de pisarlas.

Valentina Ríos, 20 años

Johanna

Bajó de las últimas en el terminal de buses de Temuco. En el momento en que pisó de nuevo esa tierra, se acordó cómo cinco años antes había partido a Santiago por estudios, dejando a sus padres mirándola desde el sur. Había vuelto porque le dijeron por teléfono que ahora la casa de adobe donde creció estaba vacía. Cuando llegó, le llamó la atención que estuvieran los dos cajones bajo la luz de una sola vela.

Pedro Mora, 26 años

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