El futbolista David Beckham, el escritor John Green, el presidente electo Gabriel Boric y la puntaje nacional Antonia Guerrero comparten el mismo diagnóstico: Trastorno Obsesivo Compulsivo. Y como ellos, para el 2018, solo en Chile se contabilizaban cerca de 500 mil personas con TOC, una cifra que los expertos estiman que se duplicará tras la pandemia. ¿Por qué? ¿Cómo es vivir así? ¿Qué se siente ver cómo se banaliza una condición en la cultura pop y las redes sociales? ¿Cuánto vale el tratamiento? ¿Es efectivo? Hablamos con tres personas diagnosticadas, porque con la salud mental no se juega.
En 2018, cuando Gabriel Boric era diputado publicó que tomaría una licencia por salud mental debido al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) con el que convive. En ese momento su capacidad para ser una autoridad fue cuestionada. Pero cuatro años más tarde y tras ser electo como el nuevo Presidente de Chile, volvió a ser noticia por su diagnóstico, pero esta vez por inspirar a Antonia Guerrero a estudiar y alcanzar el puntaje nacional en la última Prueba de Transición (PDT).
“El TOC se define como un trastorno crónico que implica la presencia de obsesiones, compulsiones o de ambas cosas al mismo tiempo” explica el especialista Tomás Miño, Psicólogo Clínico Infanto-Juvenil de la PUC y especialista en psicoterapia y Trastornos Obsesivos Compulsivos en niños y adolescentes de Harvard. “Por una parte, cuando hablamos de obsesiones son pensamientos e ideas que causan un alto nivel de ansiedad o un malestar significativo en las personas. Y las compulsiones son actos o comportamientos de carácter repetitivo que la persona pone en marcha como respuesta a la obsesión”.
Para 2018, en Chile había entre un 2% y 3% de personas diagnosticadas con TOC, algo así como 500 mil personas . “Y probablemente ese dígito va a crecer post pandemia, porque hemos visto un aumento en las consultas de niños y adolescentes por TOC relacionados con la llegada del covid, por ejemplo en la limpieza y el orden”, señala el experto.
Hablamos con tres mujeres de distintas edades y ocupaciones que fueron diagnosticadas con TOC para conocer cómo conviven diariamente con esta condición y sus percepciones sobre cómo la sociedad trata estos trastornos a nivel cultural.
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Josefina Gutiérrez (26) y trabaja como ingeniera comercial en una empresa auditora. Hace siete años, una psiquiatra le diagnosticó TOC, luego de que le consultara por una obsesión que tenía por bañarse y evitar el contacto con objetos o personas que pudiese considerar desaseadas, las cuales se encontraba frecuentemente mientras se preparaba con clases particulares para entrar a la universidad.
“Fue una catarsis de ansiedad y angustia, me dí cuenta de que hacía actividades de manera muy ritualista, no podía vivir tranquila”, relata, para luego detallar que “había un profesor que cambiaba las hojas del cuaderno con su saliva” y otro que siempre vestía una polera “llena de grasa”.
Aquello la obligaba a pasar más de una hora en la ducha, mientras que tenía que meter su ropa a la lavadora cada vez que llegaba a su casa. Incluso, evitaba tocar objetos ajenos y para guardar registros de la materia, prefería sacar fotografías para después pasarlas en limpio. “No podía estar en paz”, reitera, para después comentar que desde su etapa escolar presentaba síntomas de ansiedad que le provocaban vómitos y la incitaban a comer mentitas para tranquilizarse, “eso lo podía manejar, no era normal, pero no me impedía hacer mi vida”.
Si bien, los fármacos que le recomendó su primera psiquiatra la ayudaron a reducir su conducta obsesiva, estos también influyeron en que subiera 16 kilos y que desarrollara resistencia a la insulina. Más tarde, al consultar a otra profesional, esta le dijo que le habían dado dosis tan altas que incluso le podrían haber generado hipertensión. El reemplazo de estos la ayudó a estabilizarse.
Y a pesar de que en un inicio no tomó terapia psicológica por la inseguridad de asistir a un lugar desconocido, sí lo hizo cuando inició la pandemia y se estableció la modalidad online: “Ahí dije ‘este es mi momento’, me ayudó a entender que una es mucho más que un diagnóstico y que puedes aprender a manejar tu vida y a superar millones de barreras que te vas poniendo”.
Según sus cálculos, los 7 años de terapia psiquiátrica se traducen en una consulta de aproximadamente $90.000 al mes, además de fármacos mensuales que le cuestan $70.000 en total. A eso se le suman las sesiones psicológicas semanales que inició en 2020, las cuales tienen un valor de $50.000 cada cita. “Es algo vergonzoso de hablar, porque la mayoría de la gente no entiende, juzgan mucho, por lo que tener el apoyo de tu círculo es fundamental. No todos tienen la fortuna de contar con esa base o el dinero que los respalde para salir de ahí, porque si no tomas los remedios, es súper difícil hacerlo”, sentencia Gutiérrez.
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Antonia Silva tiene 16 años y fue diagnosticada hace cuatro, cuando una de las crisis más fuertes la dejó tirada en su cama por varios días. “Me diagnosticaron oficialmente a los 12, pero en realidad haciendo memoria yo siento que lo tengo desde hace más tiempo, desde los 4 años, pero fue diagnosticado como depresión infantil y fue tratado de esa manera”, cuenta.
El especialista cuenta que esto es frecuente. “En general entre un tercio y la mitad de los adultos diagnosticados con TOC comienzan a presentar síntomas en la niñez y en la adolescencia”, agrega Miño, “Los tipos que se presentan con mayor frecuencia son de contaminación, agresivos, religiosos, somáticos, sexuales y de simetría y exactitud. Pero tiene que interferir marcadamente en la vida de la persona para entregar un diagnóstico: Tiene que marcarse alguna de las obsesiones o compulsiones más de una hora al día y que afecte sus relaciones familiares, académicas o laborales”.
“Empecé con síntomas como de culpa, que me atormentaban. Sobre todo con el uso por ejemplo de garabatos, es como ´pienso que equis persona es weona´, pero cómo le digo que pienso eso de ella. Y eso era un tema que me atormentaba, tenía pesadillas, angustia y eso al final me daba más ansiedad y se convertía en un círculo vicioso”, relata la adolescente.
Poder buscar ayuda temprana es lo que, dice Antonia, le salvó la vida. “Me estaba volviendo loca, pensaba que me iba a morir, quería que me sacaran el cerebro y poder descansar, porque tu mente va a 200 km/h”. La jóven agradece que siempre contó con el apoyo de su mamá y su abuela, quienes hasta el día de hoy costean su tratamiento que supera los $300.000 pesos mensuales entre fármacos y terapia.
“Me indigna cuando se apropian de la enfermedad o la toman para el chiste. Decir ‘ay tengo TOC’. Ordenar algo es una cosa, lo hacen porque seguramente les molesta a la vista, pero no es algo que se quede en sus cabezas siempre o que les produzca miedo”, dice mientras explica de manera gráfica lo que pasa por su mente: “yo grafico mi TOC para que lo entiendan, es como una sala de espera donde van pasando todos los pensamientos y el asistente está colapsado, todo acumulado de papeles y pensamientos”.
Ella es autora de Descubriendo a Tocito, una especie de guía para aquellos que están recién diagnosticados puedan entender y clasificar de manera más fácil sus pensamientos y emociones. Para Antonia, este es el verdadero propósito de haber sido diagnosticada, “Mi TOC es como mi superpoder, no me imposibilita, no es una discapacidad. Si me quedé en este mundo, fue para poder ayudar a la demás gente a entender que el TOC no te define, que yo no soy mi TOC y que ninguna de las enfermedades mentales debería ser tratada así”, confiesa con una sonrisa esperanzada que llena su cara.
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Javiera Torres (31) conoce los TOC desde que era pequeña. Ver a su madre prender y apagar las luces varias veces para asegurarse que estuviesen realmente apagadas y cerrar las puertas por si quedaban abiertas, hicieron que lo tomara como algo habitual en las conductas de las personas. Hasta ese entonces aún no conocía el concepto médico para esta condición.
A medida que crecía comenzó a presentar conductas compulsivas parecidas a las de su madre y decidió acudir a un especialista psicológico, pero él le aseguró que no eran heredables y que podrían ser provocadas por el estrés. En simultáneo, a sus 26, entró a estudiar psicopedagogía y en una clase donde hablaron del TOC comentó que al salir de casa tenía que volver cuatro veces a comprobar que la puerta de entrada estuviera cerrada por completo. “Le pregunté al profesor si podría tener TOC y dijo que sí”, recuerda Javiera. Decidió buscar la opinión de otro experto y pagó 25 mil pesos para acudir a una sesión donde confirmaron su diagnóstico y le aclararon que esta condición sí puede ser hereditaria.
“Se han visto casos de TOC pediátrico hasta adultos mayores. Y en los casos de niños muy chiquititos hay una alta carga genética, si alguno de sus padres tiene TOC, es probable que el niño también tenga. Y en este caso es difícil diagnosticar, porque no saben bien cómo explicarlo”, explica el especialista en psicoterapia y Trastornos Obsesivos Compulsivos en niños y adolescentes de Harvard.
Javiera confiesa que sus episodios compulsivos se exacerban cuando está en situaciones de estrés, sobre todo las relacionadas a la seguridad física. “El momento previo a salir de mi casa es un martirio porque reviso muchas veces la salida de gas y las ventanas”, cuenta, “Lo mismo pasa en la noche y siento que si no lo hago moriré o seré responsable de una gran tragedia familiar”.
Ella trabaja en servicio al cliente y vive con su esposo, el único integrante de su familia al que le comentó su diagnóstico, y su hijo recién nacido. Aún no le cuenta a las demás personas con las que tiene relación sanguínea y tan solo le ha contado a sus amigos cercanos, “porque culturalmente te ponen muchos adjetivos y le bajan mucho el perfil”.
Además, el diagnóstico de los Trastornos Obsesivos Compulsivos (TOC) no es tan fácil de hacer. “Es un trastorno que tarda mucho tiempo en detectarse y en manifestarse también clínicamente. De hecho las investigaciones muestran que una persona puede demorar entre 10 y 17 años en pedir ayuda, tanto por temores, prejuicios sociales, sentir que están locos o no entender lo que está pasando”.
Antes de este embarazo Javiera tuvo dos pérdidas prenatales, “lo que no ayudó a mi condición”, sostiene. Temiendo que pudiera sucederle lo mismo que antes, Javiera decidió comprar un monitor para latidos de bebés en gestación, para así controlar diariamente que todo estuviera bajo control. “Cuando nació revisaba todo el tiempo que estuviese respirando y me llegaban muchos pensamientos esclavizantes y horribles; a veces pensaba que no le había dado un remedio y si se lo daba de nuevo podría pasar algo grave”, cuenta.
Javiera comenzó y dejó el tratamiento psicológico con la llegada de la pandemia, ya que fue golpeada económicamente y no pudo pagar la terapia por consultorio que estaba tomando y también por el trato que recibió por parte de uno de los servicios públicos a los que acudió.
“Me llamó la psicóloga y me dijo que me escuchaba mejor y que tenía que aguantar por mi hijo y ser fuerte por él”, relata. Desde ese momento no buscó más ayuda y hoy dice que tiene otras prioridades económicas que cubrir antes de poder hacerse cargo de su salud mental. “Me gustaría que en el futuro este tipo de tratamientos fuera de más fácil acceso para los ciudadanos comunes”, afirma.
Cuenta que tiene miedo por si su hijo llegase a heredar su trastorno, sobre todo porque “hay muchos tipos y no sabemos cuál podría desarrollar”. Sin embargo, “si llegara a tenerlo, como mamá y papá lo apoyaremos y guiaremos en lo que sea necesario”, enfatiza.
Si quieres saber más sobre TOC y tratamientos psicológicos pasa por HablemosdeTOC.cl, donde encontrarás entrevistas a expertos y guías sobre terapia tanto para personas que conviven con este trastorno, y también para sus familiares y círculo cercano.