Sigue el intenso debate estético sobre arte urbano que se ha tomado Providencia.
Costó pero se logró. Es que el tema está álgido. Y está bien. Es bueno y es sano que a veces las discusiones estéticas, sobre el estado actual del arte, se den. No había pasado hace tiempo. Porque ni siquiera, al menos que yo me acuerde, ni siquiera cuando la Municipalidad de Providencia se mandó el cagazo de borrar un mural enorme y hermoso del artista peruano Elliot Tupac en el Mapocho, donde la alcaldesa de entonces Josefa Errazuriz tuvo que salir a pedir disculpas por el error, se armó tan acalorado debate.
Esta semana te contamos que el lunes el clásico mural- no finalizado- de Lyon con Providencia había sido reemplazado por un graffiti. Y ardió Troya.
El artista que había hecho el mural 100 caras y un país nos contó cuánto le había dolido ver su obra reemplazada por otra que, desde su punto de vista, le parecía “una mierda”. Sin embargo, también nos contó que entendía que esas eran las reglas del arte urbano y que más que nada le daba pena no haberlo podido terminar por falta de financiamiento y que reconocía que actualmente no estaba en condiciones de terminarlo.
El debate estaba instalado. Por un lado estaban quienes decían que efectivamente esas son las reglas del arte callejero y que además si el mural estaba sin terminarse prácticamente hace dos años, esto era lo que tenía que pasar. Otros opinaban que un mural tiene una categoría artística más alta que un graffiti, lo que hizo hervir en rabia y con justa razón a los graffiteros. También estaban los que dicen que si bien es la ley de la calle pintar encima del trabajo de otro, un artículo de esa ley no escrita era que si ibas a hacer eso tenías que reemplazarlo por otra cosa indiscutiblemente mejor. Y ahí la dialéctica se empantana en la subjetividad.
Para darle su derecho legítimo y necesario de réplica al artista en discordia, dimos con él. Para ser completamente honestos lo cierto es que primero nos mandó al diablo. Luego aceptó entregarnos una declaración, pero de forma anónima.
Primero, nos contó que “el muro se pintó autorizado, a cara descubierta y de día, fuimos consultados por seguridad municipal y se les informó de nuestra autorización y nuestros nombres”.
Desde la municipalidad de Providencia nos respondieron que ellos no habían dado esa autorización, pero que tampoco para el primero. Explicaron que eso depende del edificio, y aunque primero desde el edificio desconocieron la autorización, lo cierto es que la lógica indica que es completamente imposible pintar una muralla entera y terminar un graffiti sin ser interrumpido por la policía, sobre todo en Providencia.
Los graffiteros nos contaron que incluso los vecinos que les encargaron/autorizaron el trabajo les convidaron sanguchitos, bebida y que les prestaron una escalera.
Despejado ese punto seguimos con la declaración: “El mural anterior estaba abandonado y deteriorado, con rayas y firmas encima, hace años”, explica el joven artista.
“Como pintores callejeros sabemos que la calle es cambiante y lo que hoy existe, mañana quizá no, y a nosotros por lo menos no nos importa, porque somos felices el momento que estamos pintando, disfrutando el momento”.
Para finalizar nos dijo: “Comprendemos que la obra anterior era del gusto de mucha gente, pero eso siempre será subjetivo. La calle es libre, que pase lo que pase ahora, si otros tienen la misma motivación de expresar sus ideas, que lo hagan”.