La educación sexual no solamente debe considerar una seguridad antes del coito, sino una seguridad después del coito, una seguridad donde estén los abortos libres, las drogas posexposición y los tratamientos antirretrovirales.
“Hágase cargo de sus problemas”. “Asuma las consecuencias de sus actos”. No estoy hablando de castigos que forman parte del ámbito penal. Sin embargo, se usa el mismo lenguaje que el empleado para sancionar a un delincuente.
Pondré dos ejemplos: un cuerpo gestando un embarazo no deseado o una persona que vive con el virus de inmunodeficiencia humana. En ambos casos, domina socialmente una sanción social. ¿Usted quiere enfrentar su situación? Padézcala. ¿No le gustó andar pasando la raja? ¡Aguánteselas!
En ambos casos, “aguantar” significa resignarse al dolor de tener una consecuencia no elegida de un placer carnal. Esa es la forma que tiene el discurso conservador de limitar el goce del cuerpo. ¿Alguien elige de antemano un embarazo por el hecho de tener un coito? No, a menos que creas en el sexo con afán reproductivo excluyente. ¿Alguien elige contagiarse de VIH como consecuencia de un acto sexual? Salvo algún grado de adicción a la ruleta rusa, no. El VIH no es algo que las personas elijan padecer.
Por lo mismo, ni el embarazo ni el VIH son “pruebas” u “obstáculos” que hay que sortear para poder enfrentar la vida. No hay una “lección” moral que sea necesaria aprender del padecimiento. ¿Qué debo aprender? ¿Que debo sentir culpa? ¿Que me iría mejor en la vida si culeara menos?
El lenguaje de la culpa no considera al embarazo o al VIH como consecuencias evitables del goce sexual. Este lenguaje busca establecer que el acto mismo del sexo por placer debe evitarse; lo asumen como un “regalo de la vida”, que hay que saber bien a quién entregar. Tratan el sexo como un acto de prevencionismo de riesgos. A lo mejor, supondrán que conocer al otro es como inspeccionar la resistencia de una cornisa o la cantidad de extintores en una fábrica: debes conocer lo suficiente a la persona para entregártele.
Y eso es mentira.
Educar el sexo desde la culpa resulta contradictorio con la exaltación del erotismo. El despliegue del erotismo mutuamente consentido siempre tiene la posibilidad de que termine en una cama clavando, intercambiando fluidos. Es algo que surge desde el deseo carnal de dos personas; por lo mismo, no hay que censurar (ni considerar una amenaza de castigo social) la posibilidad de la existencia del sexo. Y, efectivamente, la profilaxis (y demás métodos de prevención) son un recurso imprescindible para asegurar un sexo seguro.
Sin embargo, no hay que condenar a las personas a un sexo seguro previo, sino también a un sexo seguro posterior al mismo.
Para evitar el embarazo no deseado, debe estar a mano las posibilidades del aborto libre. Para ponerle coto al VIH, deben ser accesibles las drogas posexposición, a precios asequibles, en lugares accesibles, para todas las personas sexualmente activas; para qué decir de garantizar acceso universal y reconocible (cuanto más expedito sea posible) a las terapias antirretrovirales, una vez que la persona esté en situación de VIH.
Un embarazo no deseado es precisamente eso: algo no deseado. No se trata de una vida que agradecer (eso es una superchería religiosa a recaudo de quienes las prediquen y nadie más). Tampoco el VIH es algo que debes resignarte a padecer:
En tanto que accedas de forma rápida a las drogas posexposición tras una situación de riesgo, puedes evitar la seropositividad. Y aun la seropositividad es algo que puede ser controlado a través de terapia antirretroviral: el camino no debe conducir a que la persona seropositiva termine en SIDA.
Ni un embarazo no deseado ni el VIH son situaciones que las personas merezcan elegir como sanción por haber hecho uso soberano de su sexualidad. La carne no es algo de lo cual haya que prevenirse. Por lo mismo, nadie debe asumir de antemano que su autocuidado sexual debe estar basado en evitarse de la otra persona, como tampoco dudar de otra persona: eso vuelve al sexo un acto basado en la culpa y no en el placer.
Por eso, la educación sexual no solamente debe considerar una seguridad antes del coito, sino una seguridad después del coito, una seguridad donde estén los abortos libres, las drogas posexposición y los tratamientos antirretrovirales. El derecho al placer debe estar garantizado sin que se nos martirice a los cuerpos vulnerables (cuerpos gestantes, población LGBTIQ+ por querer llevarlo a cabo.
El sexo no es una culpa ni debe llevar consigo una sanción social.
Lee más columnas de Bruno Córdova acá.