Para Lissette, la tía Chany, como solía decirle, fue su tía favorita por mucho tiempo, incluso un modelo a seguir: ella la encontraba bonita, inteligente, con un desplante y un encanto único. Pero la imagen querida que tuvo de ella por casi dos décadas, se derrumbó de un día para otro cuando se enteró de una verdad que pesa sobre su familia y que explotó cuando a Adriana Rivas la detuvieron en 2006 bajo la investigación del Caso Conferencia, conocido por los secuestros y homicidios perpetrados por 53 agentes de la DINA contra dirigentes del Partido Comunista en los años 70.

Lissette Orozco (33) no siente culpa alguna porque “no ha hecho nada malo”, cuenta. Sus manos están limpias, pero en su espalda carga con un peso del que no es responsable. Lissette es sobrina nieta de la ex secretaria de Manuel Contreras, Adriana Rivas, quien hoy enfrenta cargos por su presunta participación en el secuestro y desaparición de siete personas durante la dictadura de Augusto Pinochet, entre ellas, una mujer embarazada. 

La versión de la historia que le contaron a Lissette era muy distinta a la que conoce hoy: para ella su tía había trabajado tres años en las Fuerzas Armadas como secretaria. Nunca hubo mención alguna a la DINA, menos a la frase “violaciones a los Derechos Humanos”: “La policía secreta de Pinochet operaba de forma criminal, entonces no era lo mismo. (Lo que me contaron) fue la típica versión fascista de lo que pasó, la reconstrucción de un pasado que no fue tan así”, admite Orozco. 

Fue con esa versión que la hoy cineasta comenzó a filmar el documental El Pacto de Adriana (2017), una película que partió como una manera de contar la versión de Adriana Rivas sobre su trabajo en la dictadura, y que terminó siendo el relato de cómo Lissette afrontó el secreto más doloroso de su familia. 

La “tía Chany” -como solía decirle- fue su tía favorita por mucho tiempo, de hecho, siempre había querido ser como ella: bonita, inteligente, con un desplante avasallador y un encanto inigualable. Pero la imagen sagrada que tuvo de ella por casi dos décadas, se derrumbó de un día para otro cuando se enteró de una verdad que pesaba sobre su familia y que explotó cuando a Adriana Rivas la detuvieron en 2006 bajo la investigación del Caso Conferencia, conocido por los secuestros y homicidios perpetrados por 53 agentes de la DINA contra dirigentes del Partido Comunista entre 1976 y 1977.

A los 19 años, Lissette se enteró que su tía, aquella que la visitaba en los veranos desde Australia (“el paraíso de los violadores de DD.HH”, dice sobre la información que descubrió poco después de enterarse de la verdad), quien le traía regalos y la cuidaba con cariño, era una criminal de lesa humanidad y no cualquiera: Adriana Rivas es considerada una de las mujeres más terribles de la dictadura. “No me cabía en la cabeza cómo alguien tan humano pudo haber hecho cosas tan inhumanas” cuenta Lissette Orozco.

Mi tía, la criminal

El Pacto de Adriana tardó cinco años en filmarse, y en ese período de tiempo la información que Lissette recopilaba era cada vez más violenta. Para enterarse de la historia que no le contaron, habló con abogados, psicólogos y víctimas de violaciones a los DD.HH que le hablaron de los horrores que se vivieron por 17 años en el país bajo el mando de las FF.AA, y peor, de aquellos en los que su tía aparecía implicada: secuestros, torturas, asesinatos, espionaje. 

La “Chany” había dejado de ser su tía favorita, y se había convertido en una extraña, comenta Lissette: “Cada cosa que iba descubriendo me hacía crecer, ser más fuerte, pero también me demolía”, relata Orozco acerca del largo proceso en el que también su tía abuela tuvo que enfrentar a la justicia en variadas ocasiones: fue detenida en 2006, y pasó tres meses presa para luego salir con libertad condicional. 

De ahí vivió en casa de familiares un tiempo, hasta que una amiga la ayudó a escapar a Argentina para volver a Australia a pesar de su arraigo nacional. Hoy, Rivas se encuentra encarcelada en Sydney a la espera de su extradición a Chile, un proceso que lleva años inconcluso y que aún no tiene fecha a pesar de estar aprobado en tribunales internacionales. 

Adriana nunca admitió en el documental su participación en los crímenes de los que se le acusan. Ni siquiera frente a su sobrina regalona. Según ella, nunca escuchó ni vio nada, ya que su trabajo era meramente administrativo. Hasta el día de hoy, Lissette Orozco “no sabe qué tan manchadas de sangre tiene las manos” ella, y tampoco tiene certeza de lo que tiene que pasar para que su tía “pueda reconocer algo”. ¿Por qué? Porque por su orgullo, dice, “prefiere morir con su versión de la historia”. 

Desde que estrenó su película que Lissette no tiene contacto alguno con su tía. Después del estreno, rompió lazos con una parte de su familia que ahora, relata, “la odian”. Hace poco incluso vio una foto de Adriana Rivas en la cárcel y no la reconoció: “Creo que tiene cáncer, pero no he sabido más que eso”, cuenta. 

Sin embargo, siente que se merecen una conversación, sobre todo después del revuelo que tomó el documental tanto en la familia como en el público. Después de enviarle la película para mostrársela, Lissette recuerda que “la tía Chany” le mandó unos audios al teléfono de grueso calibre, con “mucho odio”. Esa fue la última vez que hablaron, pero a Lissette aún le quedan dudas que responder: “Quisiera saber si en todo este tiempo ha recapacitado y si quiere cooperar, ayudar a la sociedad. Si llega a decir ‘yo no he hecho nada, no vi a nadie, nunca supe nada, yo no sabía que habían desaparecidos’, si sigue con eso, será hablar con la misma pared con la que estuve discutiendo 5 años”.

El golpe emocional que le provocó el documental caló hondo, pero Lissette sabe con certeza que era necesario hacerlo. “Nuestro país necesita sanarse. Y si le tocó a mi tía estar en la cárcel para reparar a las víctimas, bueno, ahora nos tocó sufrir a nosotros. Las víctimas llevan más de 40 años sufriendo” dice sobre el proceso que hoy mira con una perspectiva distinta, con dolor, pero con tranquilidad. En algún momento le llegaron comentarios sobre que “había sido muy blanda” con ella, pero está segura y conforme con su trabajo porque era lo que tenía que hacer: “No sé si fui demasiado blanda. Quizás podría haber torturado a mi tía, pero no soy eso. No soy como ella”, aclara.

Los comentarios más dolorosos no provinieron de su familia pinochetista, ni tampoco de su tía. Lissette Orozco recuerda perfectamente que después de una de las tantas exhibiciones del film, una mujer se le acercó desesperada y le preguntó con angustia: “¿su tía nunca le habló de mi hermana?”, refiriéndose a su hermana asesinada y desaparecida durante la dictadura, de la que no volvió a tener noticias tras su detención.

“Me da pena no poder darle una respuesta a esas personas, qué pesar saber que hice lo que pude pero en verdad no tengo ninguna respuesta para nadie, no puedo hacer justicia por las mías. Me da rabia también haber hecho una película que termina en la impunidad.  Me habría encantado que terminara con justicia”, reflexiona la directora. 

Ni perdón, ni olvido

Quizás Lissette no puede dar respuestas, pero sí puede contar su historia para evitar que se repita. Y eso es lo que hace hoy en el colectivo Historias Desobedientes, agrupación que reúne desde 2018 a familiares de violadores de Derechos Humanos que buscan justicia para las víctimas. “El gran enemigo de las familias de las víctimas y de los victimarios, es el silencio”, explica Lissette sobre la razón por la que hoy lucha para que se rompa el pacto que aún mantiene impunes a su tía y a miles de otros agentes del Estado.

En su primer año como organización, los Desobedientes (como se hacen llamar), decidieron asistir a una de las marchas conmemorativas del Golpe de Estado y así caminar junto a las familias de aquellos que sufrieron sus consecuencias de forma directa. Le escribieron por semanas a distintas organizaciones de DD.HH para coordinarse con ellos y no llegar de sorpresa, pero nadie les contestó. 

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Con miedo a la reacción que podría gatillar su presencia para aquellos que aún lloran por sus muertos, fueron con lienzos, carteles y panfletos para gritar a viva voz que las acciones de sus antepasados no los representaban, ni ahora ni nunca. Algunos no lo podían creer, no entendían qué hacían “las familias de los malos” -en las palabras de Lissette-, luchando mano a mano como dice el dicho, “para que nunca más en Chile”, existieran atrocidades como las ocurridas desde el 11 de septiembre de 1973. Ese día, Lissette y sus compañeros de colectivo supieron que no estaban solos, y que su trabajo es una manera de romper con el silencio de la impunidad.

Hasta que no se destapó la olla de su secreto familiar, Lissette no entendía el por qué de la frase “ni perdón, ni olvido”. Pero una vez que pudo conversar con aquellas personas cuyas vidas se vieron afectadas con las acciones y/u omisiones de su tía en la DINA, entendió que esto va mucho más allá del pedir disculpas, de las condenas judiciales, de las funas: “Hay que evitar que nuevamente pasen 40 años para que exista justicia. Porque más encima pasaron 40 años y los viejitos están pidiendo que los dejen pasar sus condenas en sus casas porque están viejitos y es como ‘oye loco pero mataste gente’”.

Que se haya vuelto a repetir la historia es una frustración muy grande, porque yo hice mi película con el esperado fin de que no volviera a pasar algo así, y sucedió otra vez”, señala con rabia en la voz la cineasta acerca del estallido social que movilizó a un país entero y nuevamente, al igual que en 1973 y los 17 años que le siguieron, también movilizó a las Fuerzas Armadas. 

Así como hace 43 años, las nuevas generaciones están comenzando a cargar con el mismo peso que Lissette por crímenes que ellos no cometieron, pero que dañaron profundamente a un país y que se traspasan de generación en generación. 

La idea, añade Lissette, es que se hable del tema para cerrar las heridas. Además de la justicia, tiene que existir la memoria. Y con su relato y el de otros tantos que disienten de una historia criminal, están dando el primer paso: “Yo sé que en mi familia hay muchos que me odian pero queramos o no, yo liberé a mis futuras generaciones de este daño. Y los que estamos en el colectivo, también hemos liberado a las futuras generaciones”.