Ignacia, 27 años, de Santiago de Chile.
Sofía es la perrita que encontré un sábado, hace nueve años, en una caja rodeada de otros cachorros como ella. La gente rápidamente se llevó a sus hermanos, y ella quedó sentada al medio con su pequeñez de cachorra de un mes de vida. En esa época yo estaba saliendo de cuarto medio, no me llevaba mucho con el alcoholismo de mi papá. y una tía, muy querida para mi, estaba batallando la última etapa de un cáncer cérvico-uterino.
Yo no creo que su entrada a mi vida haya hecho un milagro, pero encontrarla fue un bálsamo que suavizó una época en que lo pasaba particularmente mal. Tengo un recuerdo muy claro de que durante sus primeros meses viviendo conmigo, se durmió encima de mi brazo víctima de auto-lesiones. Recibí el amor que, sin saberlo, añoraba tanto de mi entorno.
Como persona de región que armó su vida en Santiago desde que dejó el colegio, la casa de mis papás, donde vive Sofía, ya no fue mi lugar principal para vivir, y con el tiempo las visitas se hicieron cada vez menos frecuentes. Con el inicio de la pandemia y de las restricciones para viajar esto empeoró, y la veía solo en ciertas ocasiones. En una de las últimas veces que estuve con ella encontré un bultito en su pecho. Entré en pánico.
Sabiendo que los perros viven mucho menos que un humano, el día que se muera, es un fantasma que me ha hecho llorar desde que la conozco, y que me ha tocado el hombro en medio de fiestas en Bellavista, estando sola con insomnio, o viajando a Rancagua para visitarla. Decidí escribirle una carta, aunque no sabe leer, porque escribir los pensamientos que me nacen me hace materializarlos y ordenarlos, y de alguna forma, el orden me trae un poco de paz.
“Sofia, encontrarte fue como encontrar un diamante negrito y brillante en una cajita. Llegaste en un momento oscuro de mi vida, y hasta hoy abrigas mi corazón entre tus orejitas. Aunque tu cuerpo es mucho más pequeño que el mío, tu presencia es inmensa en comparación a mi existencia, que tantas veces siento disminuida por las exigencias que implica el ser humana.
A veces siento que todo el amor que te puedo dar no alcanza a cubrir esa inmensidad, y me vuelvo a sentir chica (y en deuda) contigo. Tu vida son todas las cosas buenas que conozco, y te amo tanto que pensarlo me desborda y anuda la garganta.
La ciencia todavía no anuncia un descubrimiento que me asegure que los de tu especie pueden sentir esta marea de sentimientos que brotan en mí cuando te veo. La incertidumbre me lleva a saturarte con las formas en que sé dar cariño, para que de alguna manera sepas que mi corazón tiene la forma de tu cuerpo hecho bolita”
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Aunque no imagino mi vida sin ella, y si intento hacerlo me es doloroso, yo no espero que viva para siempre. Ella está sana dentro de todo. Seguiré un estudio de su bulto en el veterinario, e intentando mirar lo que pueda pasar con optimismo, aunque la incertidumbre me haga zancadillas cuando lo intento. Anteponerme a la tragedia es un rasgo muy típico en mí, y me hace sentir casi siempre ridícula, pero en esta situación, también colapsada de amor.