Las personas que viven con esta condición, denominada trastorno del espectro autista, suelen desarrollar un mecanismo para imitar conductas socialmente más aceptadas, lo que se denomina “camuflaje social”. Y debido a diferencias en el desarrollo del cerebro femenino, sumado a las presiones sociales impuestas a las mujeres, sería más complejo identificar esta situación en ellas.

Cambios sensoriales e incomodidad extrema con algunas clases de ruidos o texturas, suelen ser algunas de las dinámicas que deben conllevar las personas que viven con trastorno del espectro autista (TEA). Esta condición es definida como una alteración al desarrollo cerebral que modifica de cierta forma la comunicación social de los individuos que la padecen, así como tener conductas repetitivas y consideradas como estereotipadas. 

“Tienen una forma diferente de percibir el mundo. Esto hace que dirijan su atención a otros elementos del entorno que no son necesariamente estímulos sociales”, explica Mirian Revers Biasão, profesora de la Escuela Internacional del Desarrollo en Brasil, en un reportaje de la BBC. Por estas razones, las personas con trastorno autista actúan y aprenden de forma diferente a lo esperado socialmente. 

La experta señala que quienes tienen autismo “pueden aprender a interpretar las acciones de otras personas y entender lo que se espera de ellos, pero no sucede tan naturalmente”, proceso donde se trata de imitar “comportamientos aceptados”, el cual es denominado como “camuflaje social” o “enmascaramiento”. 

Sin embargo, es un factor que puede afectar el desarrollo de estas personas. “Esas actitudes acaban gastando más energía cerebral y la persona puede agotarse, tanto física como emocionalmente”, sostiene. 

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Y estos efectos los sufren más los hombres que las mujeres, debido a las diferencias entre los cerebros de cada sexo biológico, según un estudio publicado en 2017 por la revista científica Autism, recoge la BBC. Otra investigación dada a conocer por la revista Neuroscience and Biobehavioral indica que el cerebro femenino se desarrolla más en áreas de comportamientos sociales. 

“Esto dificulta incluso que las niñas sean diagnosticadas”, aporta Joana Portolese, coordinadora del Programa de Trastornos del Espectro Autista del IPq (Instituto de Psiquiatría) del Hospital das Clínicas de São Paulo. Un estudio realizado en Suecia, de hecho, estima que por cada niña diagnosticada con trastorno del espectro autista, se determina la condición para 10 niños hombres. 

Además de los factores biológicos, señala Portolese que el miedo a cometer “errores sociales” es superior en el género femenino y que su hiperfoco está dirigido hacia intereses no tan diferentes a los más masificados en menores de su edad. Por su parte, la presión social otorga muchas reglas para las niñas, por lo que la exigencia de “adaptarse” empieza más tempranamente.