Por Vicente Matta.
Agarré a dos amigas guapas y partimos a la inauguración de Tanaka, un restaurant fusión japo-peruana que prometía una recepción explosiva a la altura de Alonso de Córdoba. Hola, Mi nombre es Vicente, vengo de Pousta – y de un salto aparece el simpático chico de corbatín delgado indie adelantándose al gorila empaquetado y me saluda gentilmente y le guiña el ojo a la bestia de terno barato que nos deja pasar y enfrentamos a las impenetrables modelos aburridas; más piernas que curvas ahí. Le robo un beso a cada una en la mejilla sin decir palabra y entramos al delicado espacio cuando ya comenzaba a llegar la gente. Aún no.
A la barra sin más retraso. Aún atardeciendo el día estábamos ahí en el cómodo y bien decorado patio interior trasero del atractivo restaurant con olor a nuevo, escuchando las recomendaciones del barman de acento peruano. Buena pronunciación. Jack Daniel’s Old Nº7. Mandarinas. Música electrónica de buen gusto. Malabares con la de Jack y mandarinas frescas al vaso machacadas con un par de ingredientes secretos y voilà: un trago con un balance supremo. Dos de esos. Tres. A sentarnos en una bien adornada mesa y recibir sushi calientes y fríos, otro de Jack. Vodka con arándanos para las chicas. Cigarrillos. La fiesta repuntaba. Llegaban ahora las caras conocidas. Javiera Diaz de Valdés, la chica de Mandril que es realmente chica, Lasalvia. La atención empeoraba gracias a la sobrepoblación. Demasiadas invitaciones, poco personal a cargo. Cinco Jack’s con mandarina ahora. Nos doblábamos de hambre ya y para conseguir algo de comer había que pararse cerca de la barra donde los maestros armaban rolls y platos y a esperar junto a las vacas. Habían unas 15 personas paradas con platos en las manos esperando como perros que algo les cayera. Ok, fuck it. A pararse y pelear con el piño de perros bien vestidos pero ya estaba María ahí, adelantándose, con un plato con trozos de pulpo y atún frescos, camarones ecuatorianos al ajillo, sushi de camarón y queso crema. Una delicia. A la mesa.
Ya era hora de tomar una decisión: o asaltábamos el bar y destrozábamos el lugar, o nos íbamos como invitados de buen haber. La comida, nada nuevo, pero fresco. El servicio, flojo. El lugar, muy cómodo y agradable. Los tragos, lo mejor. La fiesta, la zorra. Me repetiré el plato a la hora del happy hour. De todas formas dejé mi email. Ahora soy un socio de Tanaka.