Hace diez años Alejandro Guerra enviudó y meses después llegó Leoncio, su perro y compañero. Y hoy, a sus 86 y con la llegada de la pandemia y el distanciamiento social, entre ambos se acompañan en su casa de Colina. Juntos han pasado cumpleaños, fechas históricas para el país y otras celebraciones. Esta es la historia de cómo el perro se transformó en su familia mientras recorrían las calles de Colina en bicicleta.
Fotos por Mila Belén
Desde siempre Alejandro Guerra (86) convivió con animales. Vivía cerca de Lo Pinto, en Lampa, trabajaba en fundos y en su casa tenía perros y criaba cerdos, pollos y hasta una vaca. Solía ver las caricaturas de Hanna-Barbera, Leoncio el león y Tristón, con sus cuatro hijos. Fue así como llegaron al nombre de algunas de las mascotas que tuvieron desde esa época.
Con el pasar de los años Alejandro se fue a vivir a Colina con su esposa. Pero hace una década enviudó y sus hijos le ofrecieron que viviera con alguno de ellos para que no se quedara solo, pero él no quiso. “Me las arreglo yo no más”, cuenta a través del teléfono. Y en ese instante suenan ladridos que lo interrumpen y que señalan que no está realmente solo. Se trata de Leoncio, con quien ha pasado toda la pandemia.
“La vecina de mi hija Alejandra tenía una perrita que tuvo varios cachorros y ahí le regalaron al Leoncio chiquitito”, recuerda emocionado, “Me lo trajo y simpatizamos altiro, dormía conmigo en mi cuello porque era chiquitito”. Su compañero, como él mismo lo llama, llegó meses después del fallecimiento de su esposa y no se han separado desde entonces. Lo describe como bien portado y juguetón: es limpio y le encanta perseguir pelotas de tenis con sus nietas.
Alejandro acostumbró a Leoncio a ir en el canastillo de su bicicleta desde que era un cachorro hace nueve años. Todas las mañanas salen a pasear para que su mascota pueda ir al baño. Van juntos a la feria y, según cuenta su dueño, Leoncio es fotografiado y grabado por más de algún transeúnte cuando los ven llegar. “Ahí y en Colina casi todos lo conocen porque nos ven pasar y también porque camina al lado mío y no se va a ningún lado”, explica.
Con la llegada del coronavirus y la aplicación de medidas de distanciamiento social Leoncio se transformó en el único compañero de Alejandro, y viceversa. Antes acostumbraba a ver a su familia de forma regular, sobre todo porque tiene siete nietos y los cumpleaños de todos están repartidos por todo el año, así que siempre tenía la casa llena. Pero ahora cuenta que ni siquiera pudieron verse para Año Nuevo. “Cuando mi hija venía a verme y se iba quedaba apenado, pero se me pasaba porque cuento con Leoncio”.
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Sin embargo, una de las rutinas que la pandemia no cambió en su familia fueron las vacaciones que toman en enero desde hace siete años. Se coordinan para ir por Alejandro y llevarlo con ellos a una casa en Tongoy durante una semana. Para él esos momentos son de mucha felicidad, pero siempre tiene a su compañero en la mente. Leoncio se quedaba en casa y una familiar o alguna vecina quedaba a cargo de ir a verlo y alimentarlo. Al reencontrarse los dos saltaban de felicidad, menos una vez en que llegó y su mascota no se movía.
“Estuvimos solo seis días y cuando llegué me cambié de shorts a pantalones para que el Leoncio no me rasguñara”, cuenta riendo y después se aclara la garganta, “Pero cuando llegué apenas se movía y estaba flaco porque no quiso comer”. Alejandro automáticamente lo llevó al veterinario para ver qué le pasaba. Le inyectaron vitaminas y tuvo que alimentarlo con pequeñas cantidades y muy despacio por una semana. Después de esa vez nunca volvió a ocurrir.
Es más, durante el viaje de este año le dejó comida especial en sobres para hacerle sentir su cariño hasta que volviera. Al llegar, Leoncio lo recibió saltando y rasguñando como siempre. “El Leoncio hasta sin pandemia me ha ayudado mucho. En la tarde me voy a mi pieza, casi en la noche, y él se echa a los pies de la cama y le converso”, cuenta mientras el perro le ladra para que vuelva a darle atención.