Penélope Cruz y Ricky Martin lo dan todo en la segunda temporada de American Crime Story.
Por Fernando Delgado
Fueron cincuenta y tres minutos cautivantes en su estreno por FX la noche del jueves, donde pestañear significaba traicionar la historia desplegada en esta segunda entrega de la antológica serie de crímenes iniciada con el mediático juicio a O.J. Simpson.
Ahora, la tensión se traslada a las veredas reflectantes de sol y vicio de Miami para reconstruir los vibrantes claroscuros de Gianni Versace; hombre, creador y símbolo de una medusa en llamas que se niega a extinguir sus fuegos.
Lo nuevo de la siempre fructífera compañía de los showrunners Ryan Murphy/ Brad Falchuk (Glee, American Horror Story, Feud) ha parido un primer episodio cristalino en la superficie y turbio en sus aguas más profundas. Estos serán nueve episodios consagrados -otra vez- a una deuda en curso de la sociedad norteamericana con los suyos, porque si en la anterior temporada el esqueleto en el closet a exhibir era la discriminación racial, ahora es el turno de la homosexualidad post Guerra del Golfo y previa a los encuentros vía Grindr.
Si, son cuatro protagónicos sólidos en su ejecución (Edgar Ramírez, Penélope Cruz, Ricky Martín, Darren Criss), pero todo indicaría que las futuras entregas de premios ya tienen un indiscutido ganador; el ex chico Glee aturde y agobia en su interpretación del psicopático Andrew Cunanan, el asesino y escort conductor de sus últimos días en sentido contrario y a máxima velocidad mientras permaneció prófugo luego de acribillar a su víctima más notoria.
Sería reiterativo y obvio sacar al escenario la imagen del infierno para ensalzar los méritos bautizados anoche.
Todo es un panteón de espectros de lujo dentro y fuera de la mansión Versace, estando puesta en los espectadores zombies de la masacre, una mirada justamente sucia cuando no miserable. La espectacularización descontrolada de una audiencia ideóloga de la selfie-moral, una que desde los crímenes de la familia Manson supo convertir morbosamente en souvenir cada artefacto teñido con la sangre del alma mater de un imperio.
Ese gesto tan deslumbrante como el guiño de una súper modelo noventera (de las mismas que desfilaron para GV), es un hito a considerar en los siguientes episodios, donde espectadores carroñeros, hermanos custodios y una justicia paralítica se dejaron ver avasallados por un estilo de vida fascinante, escandaloso y multimillonario.