“¿Qué le pasa al movimiento #MeToo cuando una acusada es feminista?”, se preguntaba Zoe Greenberg en el New York Times, luego de que un estudiante homosexual acusara a Avital Ronell, académica feminista lesbiana de la New York University.

Hoy, la actriz italiana y ex pareja de la personalidad gastronómica Anthony Bourdain de 42 años, Asia Argento, también está en el ojo del huracán luego de que el New York Times publicara un artículo en el que se le acusa de abusar sexualmente de un hombre de 17 años al que se le pagó por mantener en silencio. Argento fue una de las primeras denunciantes de Harvey Weinstein, acusación que dio inicio al movimiento #MeToo.

Estos hechos, según relata el diario estadounidense, habrían ocurrido en la ciudad de Los Angeles, Estados Unidos, en el año 2013, cuando Argento tenía 37 años y la víctima, Jimmy Bennett, 17 recién cumplidos.

Según relata Bennett, el delito ocurrió en una habitación del hotel Marina del Rey en California. Aquí Argento le practicaría sexo oral para luego mantener relaciones sexuales con Bennett.

El diario neoyorkino asegura tener pruebas de este hecho. Contarían con una fotografía que data del 9 de mayo del 2013 y también una carta de la abogada Carrie Goldberg, en la que daba detalles a Bennett sobre cómo se iba a realizar el pago por su silencio.


Esta situación enmarca límites y hace preguntas que ponen en disyuntiva discursos neoliberales y de justicia social, como dice la académica queer Lisa Duggan:

Si somos feministas de la justicia social y no neoliberales, nos preocupamos por las amplias estructuras de poder, y no las malas manzanas individuales caso por caso. Tal vez deberíamos comenzar a pensar en un proceso de justicia restaurativa que se centre en los departamentos, que sea transparente, que responsabilice al personal docente y evalúe la cuestión de los límites en el contexto local.

De hecho Duggan es más enfática en esta situación y describe este feminismo neoliberal como una privatización del movimiento.

¿Por qué llamarlo neoliberal? Porque las acusaciones se enfocan principalmente en personas malas, en lugar de estructuras de poder, y porque el modo de responsabilidad es principalmente la investigación corporativa y el despido, y la prohibición de los medios de publicidad (un contrato de Netflix, una aparición televisiva). Esto no es feminismo de justicia social. Es más bien un cambio del feminismo carcelario neoliberal (reforzando el sistema de justicia penal para “proteger” a las mujeres), a la privatización del feminismo (una dependencia de las juntas corporativas para repartir las consecuencias).

¿Qué hacer ante estos casos?, ¿Qué hacer cuando las acusadas son feministas?, ¿Cómo se establecen los límites en las relaciones entre estudiantes-profesores, actrices-seguidores, y así?. Es necesario preguntarse por las estructuras de poder que configuran relaciones interpersonales que van desencadenando desde confusiones hasta situaciones de violencia. ¿Qué se debe condenar? ¿Al acusado/a o a las estructuras patriarcales?