Renata (29), Viña del Mar, Chile.

Cuando la pandemia llevaba unos meses instalada en nuestro cotidiano, sentí el peso de estar encerrada en un departamento de 40 metros cuadrados, mirando el concreto de la pared que se veía desde mi ventana. Empezaban a pasar los meses y, como vivo sola y soy diseñadora gráfica independiente, me cuidé al máximo para no contraer el virus y no quedarme sin trabajo.

Eso me aterraba. Entonces fui bastante estricta. Pero con el paso de los meses, la biología hizo lo suyo y mis hormonas se volvieron locas. Sí. Necesitaba algo más que ver porno  y masturbarme usando solo mis dedos. O fantasear con las mejores parejas que he tenido. No vi a mis amigas, no vi a nadie, evité cualquier contacto Covid. Ellas, por otro lado, sucumbieron al Tinder. Y concretaron. Esa idea me panicaba. Pensando en que yo, como rutina, le echaba alcohol y spray anti bacterias hasta a la suela de mis zapatos.

Un día, mientras navegaba por internet, vi descuentos en una página para juguetes sexuales. La verdad es que jamás se me pasó por la cabeza tener uno, porque al menos mis ideas sobre estos eran erróneas: que tenían formas fálicas y eso me disgustaba, me enfrascaba en la eterna discusión de si la tecnología podía ganarle a los humanos, etcétera, y finalmente, un poco abrumada por la presión social, caí y agregué al carrito un estimulador del clítoris.

Esperé ansiosa la llegada del juguete y como quien se prepara para una cita, hice lo mismo: puse las luces bajito, me puse mi ropa interior favorita -asumo que consumí algo de marihuana, porque créanme o no estaba MUY nerviosa- y recostada en la cama, sin saber si entendía o no lo que estaba haciendo (con la misma torpeza que uno enfrenta con una pareja sexual) apreté play.

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La sorpresa fue maravillosa. Nunca antes había sentido algo así en mi vulva. Un cosquilleo que venía desde lo más profundo de mi cuerpo y una sensación que iba creciendo y creciendo, sentía que en cualquier momento iba a explotar. Lo que antecedió al orgasmo fueron olas y olas (de diferentes intensidades) de placer, que involuntariamente me hacían moverme a un ritmo que aumentaba esa sensación de que pronto vas a acabar, esa sensación de que no puedes seguir conteniéndote, cuando los músculos de las piernas están tan apretados que solo queda dejar ir, junto una sonrisa tonta llena de satisfacción que me causaba sentir algo que no había sentido antes.

Tuve un orgasmo. Un orgasmo maravilloso. Un orgasmo entre mi juguete sexual, mi intimidad pandémica y yo. Y pude decirle: “Hola, clítoris. Creo que esta es la primera vez que nos presentan como corresponde. Desde ahora nos llevaremos muy bien”.

Creo que aprendí de mí. Muchísimo. Y obviamente la tecnología -al menos para mí- no reemplaza el contacto con otre, pero me mostró cosas sobre mí misma. Cosas que le puedo enseñar a una futura pareja sexual con muchísimo gusto. Y en el cajón está el famoso  succionador, que un par de veces a la semana, tiene encuentros con mi cuerpo.