Sus clientes se van felices después de ser insultados, comer comida de perro, hacer el aseo y pagarle un montón de plata.
Con 61 años, Sherry, se divorció de su esposo, pero ya no tenía tiempo para deprimirse o estar triste y en contra de todo. No tuvo que “tratar” de ver las cosas de una manera distinta sino que simplemente canalizó la rabia, la pena y los sentimientos negativos en una total transformación.
Partió con un cambio de imagen y luego empezó a trabajar como dominatriz. Sherry cobra 120 euros por hora a los hombres que quieren sus servicios, sin embargo lo que deben hacer es vestirse como criada francesa y limpiarle la casa. Algo así como una Marie Kondo porno-erótico.
“He estado disfrutando de la vida a través de mi alter ego”, dijo Sherry, cuyo nombre laboral es Mistress Sophia y trabaja en el Reino Unido.
“El hecho de que tenga más de sesenta años no significa que no pueda ganarme la vida dominando a los hombres mientras llevo ropa de PVC”.
Tiene cientos de clientes ya que la oferta de dominatrices mayores o “senior” está retirada. “¡La mayoría de las damas de mi edad se han retirado, pero mi vida acaba de comenzar!”.
Estaba en su casa viendo un documental sobre sexo telefónico, intentó trabajar cobrando por sexo por llamadas y fue así como descubrió que disfrutaba gritar y menospreciar a los hombres.
Anotó el número de un cliente y después le envió un mensaje de texto para que fuera a su casa a juntarse con ella. Llegó y Sherry le ordenó limpiar su casa con vestido de mucama rosado y blanco, y con tacos de aguja.
“Tan pronto como lo vi, estaba tan emocionada”, explicó Sherry. “Lo encerré en la habitación de repuesto y lo liberé dos horas después”.
“Entonces lo azoté en la parte inferior y le exigí que limpiara mi cocina. Al verlo trapear, nunca me sentí tan viva. Después me pagó 250 libras. Era tanto dinero, no lo podía creer”.”Me encanta ser dominante, así que decidí hacerlo a tiempo completo”.
Con ese dinero, Sherry, fue a comprar todo lo que iba a necesitar para profesionalizar este nuevo trabajo de dominatriz. Compró látigos de cuero, máscaras, esposas, vendas para los ojos y otros artilugios del sadomasoquismo moderno.
Su sala de repuesto se convirtió en una sala de juegos donde los hombres van a pagar por sus servicios. Hay una cama con jaula de metal, látigos que cuelgan del techo, cadenas, y decoraciones varias.
“Tengo hombres de entre 19 y 84 años que me visitan”. “He castigado a todos, desde abogados a cirujanos. Los hombres me visitan porque necesitan desestresarse, solo quieren desahogarse. Para algunos es su fantasía sexual, pero para otros encuentran el dolor relajante”.
“Brindo un servicio profesional y los hombres aman lo que hago por ellos. Algunas de mis sumisos están casados, pero nunca me siento culpable, porque no estamos teniendo relaciones sexuales. También odio a la gente que cree que le quito dinero a los hombres por nada, nunca haría eso”.
“No soy una prostituta, estos hombres nunca me tocan. Aunque a veces pagan por la adoración de los pies, que es cuando juegan con mis pies”.
Lo más escandaloso que ha hecho hasta ahora es salir a la calle con una correa atada al cuello de un cliente. Le lanzó una pelota para que fuera a buscarla y un perro la persiguió al mismo tiempo. La gente les miraba con curiosidad y pese a que siempre trata de hacer de esto un lugar privado, pero al hombre le gustaba sentir vergüenza, eso le encantaba.
“Nadie se atrevió a decirnos nada, debieron haber tenido miedo. Luego lo até al columpio y lo hice comer comida de perro de un cuenco de perro. Fue increíblemente divertido”.
No sólo tiene una carrera que va en asenso, sino que también cuenta con una familia que está completamente de acuerdo con su trabajo. De hecho uno de sus hijos llevó a sus amigos ver la sala de fetiches.
“Estoy sobre la luna de que mi familia me apoya tanto, si no lo hicieran, no lo haría. Hago lo que puedo para mantener a mis sumisos en el conservatorio, pero a mis hijos no parece importarles que las criadas que limpien la casa”.
Ahora espera que este cambio de rumbo en su vida pueda inspirar a otras mujeres para que intenten castigar a los hombres y sacar dividendos de aquello.
“He ayudado a numerosas mujeres en sus sesenta años cuyos esposos las han dejado ver la luz de nuevo, y las he inspirado a embarcarse en el trabajo de dominatriz. No puedo imaginar mi vida sin mis sumisos ahora, me encanta poder castigar a los hombres”. “Incluso si ganara la lotería, todavía lo haría. No hay mejor sensación que sacarme el látigo y hacer que un hombre se estremezca”, concluye.