Mucho se habla de los adolescentes y jóvenes que cometen delitos en Chile y del aumento de la violencia, pero poco se habla de los factores que inciden para que lleguen a infringir la ley a temprana edad. La agudización del consumo de sustancias como el tussi o la marihuana, contextos de vulnerabilidad y diagnósticos psiquiátricos no identificados a tiempo, son algunos de los ejes que llevan a que este fenómeno no sea solucionado a tiempo. Hablamos con un experta, que en primera persona, hace un diagnóstico sobre una generación vulnerada.
Es el mediodía del miércoles 6 de julio. Está nublado y pareciera ser un día como cualquier otro en la salida 7b de la Costanera Norte, pero no lo será. En la llamada “salida de la muerte”, un grupo de sujetos obligó al conductor de un Ford Explorer a entregar el auto para posteriormente huir en él. Poco después, una patrulla de Carabineros consiguió identificar en las cercanías del lugar a tres personas que huían con una cartera, que antes había estado al interior del vehículo.
Por la declaración de la víctima y la información que recabó Carabineros, se estableció que los detenidos habían participado de la denominada encerrona. Tenían solo 12, 17 y 19 años, y mantenían en su propiedad un revólver a fogueo adaptado.
Así como ese caso, hay varios más que se repiten día a día. Durante los últimos años se ha visto el evidente aumento en la participación de adolescentes en delitos, especialmente en las encerronas o portonazos. Según el último reporte de encerronas en la Región Metropolitana elaborado por la Fiscalía Metropolitana Oriente, entre el 1 de enero de 2020 y el primer trimestre del 2022, el 34% de los detenidos asociados a esos delitos fueron niños, niñas y adolescentes.
Pero no es un fenómeno tan sencillo de abordar. En algunos casos, detrás de esos jóvenes que cometen delitos como esos existe un consumo problemático de drogas que se debe a distintos factores, fenómeno que también ha vivido un crecimiento en el último tiempo. De acuerdo a la Estrategia Nacional de Drogas 2021-2030 del Servicio Nacional de Drogas (SENDA), el consumo de sustancias en jóvenes y adolescentes de todo el país está siendo incluso mayor que el de los adultos, con excepción del alcohol.
Incluso, el estudio dio cuenta que entre estudiantes de 8º básico y 4º medio las sustancias que más se están repitiendo son la marihuana, la cocaína, la pasta base y los tranquilizantes sin receta médica.
A la problemática del consumo se suman los diagnósticos de salud mental que arrastran desde la niñez algunos adolescentes infractores de ley, las que no siempre son identificadas en los colegios o recintos de salud.
Alejandra Gatica (28) es directora de un centro de rehabilitación ambulatorio en la Región Metropolitana que tiene vinculación con Senda y Sename. Desde hace cinco años que trabaja viendo la situación de cientos de jóvenes y adolescentes que se ven enfrentados al consumo problemático de alguna sustancia y que además, que han cometido algún delito en sus vidas.
En conversación con POUSTA, Alejandra relató qué está ocurriendo con este grupo de la población. El panorama, según cuenta la especialista, trata de adolescentes que ya vienen con historias críticas de vulnerabilidad y trayectorias en común que los llevaron a delinquir, pero que con la pandemia se exacerbaron aún más los factores de riesgo de estos niños y jóvenes.
¿Cómo está la salud mental de los adolescentes infractores de la ley?
“Son varias aristas, pero lo más contingente es lo del fenómeno sociosanitario de la pandemia que de alguna forma agudizó el consumo de drogas, especialmente de tussi y marihuana. De hecho, parte del alza de consumo de tussi se debe a que la composición de esta mezcla estética ni siquiera está muy clara, entonces los jóvenes están expuestos a la compra de esta sustancia a nivel ilegal de la cual ni siquiera tienen conocimiento de sus compuestos. Muchas veces son benzodiacepinas molidas, anfetaminas, incluso con cafeína y colorante rosado.
Estas sustancias generan fuertes alteraciones físicas y psicológicas durante y posterior al consumo, sobre todo lo que tiene que ver con la resaca y la alta dependencia. Lo que nosotros hemos visualizado es que produce una sensación de vacío, de ansiedad y que si no tiene un abordaje psicoterapéutico eficaz, puede gatillar también un riesgo suicida. Más aún, en jóvenes que tienen en la base un diagnóstico psiquiátrico, donde el que más se repite es el trastorno límite de la personalidad en este perfil de jóvenes”.
¿Estas situaciones no se están identificando a tiempo?
“No, de alguna forma el sistema fracasa antes de pesquisar a tiempo. Eso mismo tiene que ver con la prevención y la detección temprana en los colegios, pero ahora no es obligatorio que los colegios tengan una dupla psicosocial. Eso es súper importante porque es uno de los factores importantes para evitar la deserción escolar temprana, entonces de alguna forma si no hay un área psicosocial en las instituciones educativas, no se logra abordar las problemáticas adolescentes ni que tampoco se realicen las derivaciones por necesidades de salud mental. Especialmente, en aquellos que están en el consumo problemático de drogas”.
¿Está bajando la edad de consumo de sustancias?
“Sí, en algunos casos el inicio del consumo de marihuana está siendo a los 10 años e incluso a menos edad, entonces ya mantienen ese patrón de consumo hasta los 17 años. La pandemia produjo que los jóvenes agudizaran el consumo de sustancias, específicamente de marihuana, tussi y pastillas. Por la composición de estas sustancias, para los jóvenes es mucho más accesible el tussi porque de alguna forma les ofrece estas sensaciones más eufóricas y por otra parte también depresoras, que les permite un poco evadir la realidad de sus hogares”.
¿Y han cambiado otras conductas a lo largo de los últimos años en estos niños y adolescentes que llegan a ser infractores de ley?
“Ha cambiado que muchos de los delitos se cometen bajo los efectos del consumo de sustancias, específicamente con el consumo de benzodiacepinas. Eso es porque de alguna forma se logran disociar del momento presente y les da el coraje para poder cometer delitos violentos. Sin sustancias, es difícil que cometan un delito violento, pero con el uso de sustancias como benzodiacepinas aumentan más ese tipo de delitos entre los jóvenes”.
¿Crees que es posible reconducir a estos adolescentes que en ocasiones son considerados como “insalvables” por la sociedad?
“Creo que es posible si tuviéramos las condiciones de mayor fortalecimiento de la red, más oferta de hospitalización psiquiátrica para los jóvenes, más participación de los colegios y tribunales. Con ese sistema ideal sí, se puede lograr una rehabilitación más óptima. Difícil es cuando el porcentaje público en salud mental es súper bajito, porque cuando tienen el alta terapéutica de nuestro centro la idea es poder dejarlos vinculados a su consultorio o al COSAM. No obstante, si ellos no dan respuesta óptima con la oferta que están ofreciendo, difícil es que ese joven ya egresado de nuestro programa pueda seguir teniendo los cuidados del sistema de salud si no tiene la continuidad de tratamiento en otro dispositivo de salud”.
¿Qué es lo que más te ha impactado en este último tiempo?
“Me ha impactado el aumento de los delitos de homicidios, que específicamente se relacionan bastante con que no hubo una pesquisa temprana por parte de programas preventivos de lo que ocurría a ese joven en su niñez. Y cuando ingresan a nuestros tratamientos e indagamos en sus antecedentes nos damos cuenta que, por ejemplo, se presentaba violencia intrafamiliar en sus hogares y otro tipo de vulneraciones como abuso sexual, que no se que pesquisaron por ningún dispositivo preventivo de salud o en el colegio. Con todo eso, obviamente este joven al crecer se da cuenta que está en un mundo súper hostil y desarrolla posiblemente un diagnóstico psiquiátrico y ejerce un delito tan violento que llega al homicidio”.
¿Y qué otros hitos se suelen ver en el camino de estos jóvenes?
“Es súper clara la trayectoria: empieza con episodios de vulneración de infancia, luego se ve un patrón que comienza a tener conflictos en el colegio como problemas de aprendizaje, inasistencias, deserción escolar, peleas graves con los compañeros. Y ya fácilmente después de esa trayectoria se ve que comienzan a cometer delitos, sumado paralelamente a la del consumo de drogas”.
Aunque luego sean adultos, no se suele ver esa trayectoria.
“Claro, y ahí radica lo importante que es una política eficaz en la prevención del abordaje de la niñez. Si eso no es efectivo, difícil es que los programas como el nuestro sean realmente reparatorios y rehabilitadores. No es imposible, pero es muy complejo. Se necesita la articulación de todas las redes que están involucradas”.