Una galería de fotografías para recrear la vista.

Por Francisco Torres Soza.

¿Y si tuvieras total libertad de elegir a qué parte del mundo ir, dónde irías? Esa fue la pregunta que me hice un año atrás (luego de llevar varios meses recorriendo Sudamérica y Europa) e hice trampa, no pude optar por un solo lugar. Para tomar la decisión pensé en distintas variables: tiempo, costo, clima, cercanía, idioma, entre otros. Pero al considerar todo esto me di cuenta que ya no estaba respondiendo la pregunta con total libertad.

El primer lugar no sé si llegó como un llamado natural, un sueño premonitorio u otra cosa, pero algo me movía a cruzar las puertas de África septentrional. Una vasta región, con clima estepárico y desértico, una larga historia de antiguas civilizaciones y múltiples conquistas, sumado a un idioma imposible de decodificar, eran más que nunca mi fuente de motivación. Y en ese sentido, había un país que tenía todo esto (y mucho más) por lo que tomé el primer avión y partí en dirección a Marruecos.

Llegué hasta la antigua capital del Imperio islámico, Marrakech. Una de las ciudades más importantes del país árabe, con sus mercados de especias, telas, cueros, frutas y su rica cultura del té, me fui perdiendo por las callejuelas del antiguo casco histórico, la Medina. Dominada por un color rojo/ocre van apareciendo antiguos palacios, mezquitas, y los más hermosos albergues con patio interior, los Riads.

Pero lo que me atraía profundamente de Marruecos era ese gigante y seco desierto, el Sahara y el trayecto que debía atravesar para llegar hasta ahí. Un largo viaje que incluía cruzar la cordillera de Atlas y un sinnúmero de pequeños pueblos que aparecían en medio de rocosos y áridos paisajes, verdaderos oasis en medio del desierto. Con el sol ocultándose, me voy internando -montado en un camello y guiado por un bereber, hombre libre del desierto en las más impresionantes e infinitas dunas de aquel hermoso paraje.


Para el segundo lugar lo tenía más claro (inspirado por la película The Truman Show) quería llegar a un lejano lugar de Chile; tan lejos que si avanzas un poco más, en vez de ir, estás volviendo. Es por eso que decidí partir hacia el sudeste asiático.

A pesar de ser un destino popular entre gran parte de los jóvenes viajeros europeos, australianos y norteamericanos, el sudeste asiático aún conserva la esencia de la cultura, de las tradiciones y de los paisajes de ese lado del mundo.

Y fue así como me pasé más de 5 meses moviéndome de un lado a otro, perdiéndome entre las agitadas metrópolis asiáticas, probando las múltiples opciones de comida local en las calles, visitando sorprendentes templos budistas, bañándome en paradisiacas playas, caminando a través de campos de arroz y té, explorando colosales cuevas, manejando una moto a través de verdes paisajes montañosos y maravillándome con los más hermosos amaneceres. Todo esto siempre acompañado de una sonrisa, de un gesto, de una invitación o de un simple “hello, my friend” que se agradece cuando te encuentras lejos de casa.

Hoy, sin duda alguna, puedo estar seguro que elegí bien.