Los glory hole más que hoyos, son un túnel que conecta una carne con otra, dos cuerpos masculinos que confluyen en un instante y que, tal vez, cuando salgan de ahí, no volverán a mirarse o ni siquiera serán capaces de reconocerse.
por Jaime Pérez Vera
Es difícil huir de los prejuicios cuando se habla de sexo. Con tantas ideas preconcebidas en la cabeza también resulta complejo buscar el placer: dejarse de juzgar a los demás para poder parar de juzgarse a sí mismo y explorar las oportunidades que la ciudad ofrece.
Caminar perdido por Santiago para apreciar el paisaje de lugares de encuentros casuales es más fácil de lo que cualquiera pudiera pensar.
En los recorridos habituales desde el trabajo a la casa, en un paseo por el centro, un día de compras, las oportunidades abundan; los baños y sus glory holes están por todas partes, conectando las partes de cuerpos que se conocen a través de un par de centímetros, único portal de experimentación sexual gay, clandestino, húmedo, accesible, barato, rápido y anónimo posible en una ciudad veloz como esta.
Tres casos típicos: el incidentalmente capitalista, el oficinista y el favorito de todos, el
contradictorio.
El primero nace de la oportunidad que la expansión de los mall en Santiago han abierto, se encuentran en lugares céntricos, populosos, siempre llenos de posibles usuarios/amantes, son lugares limpios, privados y con nula intervención de guardias.
Costanera Center, ícono del capitalismo chileno, sin querer serlo, es un centro de placeres no solo consumistas, sino también sexuales. Las grandes puertas de sus baños permiten una privacidad inusitada, las cabinas nunca se encuentran llenas y los glory holes, tapados a veces con papel fácil de quitar, permiten mirar y testear al compañero de búsqueda de amores y, si se tiene suerte, se encuentra uno grande que permite el contacto para pasar de ser un mero voyeur a un agente de la situación.
Hay mucho que mirar por los pasillos del mall, lugar que se ha vuelto centro de
convenciones gay, miradas furtivas que pueden terminar en los baños, para recordarnos que nuestro cuerpo puede satisfacerse también sin cosas materiales, más bien, con seres carnales.
Mismo caso para el Portal Ñuñoa, la diferencia es que el perfil de gente es más joven, estudiante, dado el barrio en el que se asienta, cabe la pregunta si los vigilantes que miran las cámaras de seguridad justo afuera de los baños estarán atentos a los amantes que entran, o a aquellos que entran una vez y salen horas más tarde. ¿Se emocionarán al comprender que ahí hay una posible reunión de partes pudendas y rostros desconocidos? ¿Se excitarán apostando a las múltiples probabilidades que un orificio de diez centímetros de diámetro puede ofrecer?
La sorpresa: el nivel de producción del baño del Mall Panorámico, en Providencia. Un mall deslucido, pequeño, con pasillos que a ratos parecen muertos, en claro contraste con lo que ocurre en el menos uno, un baño que por 400 pesos es un mundo con un lenguaje propio. La cajera siempre atenta a su celular, parece entender que no debe mirar, así que si se avanza por ese pasillo se ven las casetas de los baños llenas de pequeñas rendijas y orificios que facilitan la comunicación, las miradas previas que invitan a quien se ha seleccionado para compartir ese aposento iluminado artificialmente, con las paredes rayadas y el techo en desnivel.
Nadie pensaría que en un mall aparentemente tan poco concurrido se pudiera ver tanto público a la espera por ese hoyo milagroso. Ojo que los urinarios pueden ser el consuelo si no hay nada mejor: mirar al compañero de al lado, incluso tocarlo está permitido, siempre y cuando no entre alguien y haya que parar unos segundos para que se una con facilidad. Código ético: el baño de niños no se ocupa.
El segundo caso: el de oficinistas. Da la impresión que es la práctica más antigua de Santiago, los restaurant del centro ofrecen algunos instantes de mucho alboroto cuando las ganas abundan y la hora de colación es el momento perfecto para que dos instintos animales emerjan: la comida y el sexo. Recomendación: los baños públicos del Paseo Ahumada son baratos y amplios, sus puertas dan mucha privacidad, el problema es que siempre están en mantenimiento y los orificios duran poco. Pero por su ubicación son perfectos para encontrar siempre un público fiel a su horario, musicalizando con jadeos un ambiente que encuentra su clímax entre 12:00 y 14:00 horas.
Último caso, el mejor de todos: el contradictorio. Resulta sorprendente y excitante a la vez, apreciar cómo los baños de los Campus de la Universidad Católica se prestan maravillosamente para la juerga sexual. En Alameda, la Casa Central es como un motel con diferentes temáticas, Ciencias, Extensión, Medicina, entre otros, cada uno de ellos con diferentes tamaños de glory hole, algunos solo para mirar, otros para follar, es gracioso como en la Facultad de Derecho a cada rato ponen papel para tapar los hoyos, cuando las paredes son de acrílico y se abren con un cigarrillo tan fácilmente.
Estar en el centro de Santiago tiene sus beneficios, tanto así que pareciera que los
guardias saben la popularidad de los baños y miran atentos a quien entra. Después de las seis de la tarde, entrar a los baños se convierte en un ejercicio de selección, cuántas caras parecieran no ser universitarios, sino hombres cargados de ganas que, como esperan, serán descargadas entre esas paredes.
Campus Oriente no sorprende, en medio de carreras artísticas y humanísticas es obvio que el relajamiento de las convenciones es parte del diario vivir. Lo mejor es que hay baños para todo: unos alejados de las salas, por el patio al lado del casino: grandes, íntimos, solitarios. Otros en el segundo piso del patio del kiosco, con puertas de madera tan grandes que una cabina es suficiente para dos o tres y sin que nadie lo note. En ese mismo patio, pero en el primer piso, el glory hole más famoso de Oriente, tanto así, que ya nadie se da el tiempo de intentar arreglar esa pared. Es un orificio lo suficientemente grande para que ambos participantes puedan verse las únicas partes que interesan en ese momento, observación que puede continuar con la introducción de esas partes en el orificio, o bien, en algún rincón de esa casona, o en los pastos.
El más contradictorio de todos: el glory hole del baño de la Facultad de Teología, en Campus San Joaquín. Su ubicación también atrae a gran cantidad de público, el enorme campus ofrece muchos lugares donde se podría sostener un encuentro sexual, pero la fantasía de un momento caliente en teología es más poderosa. Ese glory hole tiene su propia publicidad, hay usuarios de Grindr que pasan horas ahí captando a sus comensales, agradeciendo en cada fellatio, en cada penetración, la generosidad de Juan Pablo II, cuyo nombre está asignado para la sala de enfrente del baño.
Muchas historias ocurren a diario en estos lugares, momentos que configuran una geografía del placer capitalino digna de ser mostrada para poder establecer un mapa sobre el cual, ojalá, se puedan contar futuras historias cotidianas de satisfacción rápida y anónima.
Un juego en el que se participa con mucha calentura y sin ningún prejuicio, para aquellos que no han encontrado un lugar libre para el sexo y que se refugian en las paredes agujereadas de los baños públicos como trincheras para un cuerpo que pide a gritos que sus deseos dejen de ser reprimidos. Los glory hole, entonces, más que hoyos, son un túnel que conecta una carne con otra, dos cuerpos masculinos que confluyen en un instante y que, tal vez, cuando salgan de ahí, no volverán a mirarse o ni siquiera serán capaces de reconocerse.