Por Valentina Muñoz
¿Recuerdan ese check list de eventos por cancelar que comenzó a circular cuando se acabó Chile? Tachamos Halloween, la Teletón, la APEC, la COP25, la final de la Copa Chile y hasta el amigo secreto.
Al final de la lista, había un ítem que para mí hubiese sido un logro nacional. Esperé febrero con ansias para ver cómo caía el orgullo criollo de Reginato, acuñado por algunos como “el certamen más glamoroso de América” (wtf, ahí quedaron los Oscars, Emmy, Grammy, etc.).
Sí, yo también me declaro culpable de creer que lo mejor para Chile era eliminar el Festival de Viña. Al parecer nos equivocamos tanto.
Quisimos ir al fondo del asunto y consultamos a tres expertos sobre qué tan real es que Viña 2020 ha sido sin querer la mejor franja política para el apruebo del plebiscito de abril. Por lo menos hasta ahora.
El gran evento de Chile
Para el director de la Escuela de Publicidad de la Universidad Diego Portales, Cristián Leporati, el impacto del Festival de Viña efectivamente es superior al de una franja política oficial.
Esto básicamente por el rating: en las elecciones presidenciales se promediaron 32 puntos con todos los canales conectados. Muy por debajo del peak con 57 que obtuvo Kramer o la media de 51 de Mon Laferte en esta edición de la Quinta Vergara.
“Es el gran evento de Chile, tiene incluso más rating que la selección nacional. Eso te habla del impacto sociocultural del festival”, explica el antropólogo.
El director de la franja del No contra Pinochet, Eugenio García, concuerda en cuanto al impacto mayor que podría tener el Festival en comparación a la franja oficial “en cierto sentido”. Más que propaganda, describe al fenómeno-apruebo del festival como “artistas que han dado su opinión sobre el tema que a todos nos mueve hoy día en cuanto a qué sociedad queremos tener”.
García destaca la creatividad y calidad que mostraron Kramer y Laferte, especialmente por “revivir el espíritu original de la gran marcha del millón y medio de personas cuando solamente hay manifestaciones violentas en el ojo de la opinión pública”. Se trata de una especie de limpieza de imagen al movimiento que ha sido socialmente criminalizado el último tiempo.
La historiadora Pía Montalva concuerda con Eugenio García al creer que el Festival de Viña no ha sido precisamente una campaña, aunque “sí ha habido alusiones explícitas al apruebo” por parte de los artistas.
“No estoy segura de que hoy día determine una opción política, a menos que aquellos que los siguen compartan con este artista un discurso en común, porque las audiencias hoy están super fragmentadas”, explica la académica de la PUC.
El monstruo es de izquierda
Días previos al festival, leímos rumores y advertencias de sectores conservadores de boicotear shows como el de Mon Laferte en base a pifeas. Tanto prometieron, para que finalmente las consignas a favor del movimiento fueran prácticamente transversales en el público.
El autor de la campaña para el plebiscito del 88 califica esta idea de la existencia de grupos preparados para pifear a los artistas en exhortaciones secundarias y marginales que en realidad no llegan a calar hondo en el público. Esto se podía pronosticar, indica, por los resultados de las encuestas notablemente a favor de una nueva constitución, y también por el tipo de audiencia física que asiste al evento.
Es relevante que históricamente el público de la Quinta Vergara ha sido predominantemente popular. Cristián destaca lo mismo: “No es un festival de música clásica en el Teatro Municipal, ni en el Lago Llanquihue. Es un festival del pueblo, música popular que se escucha”.
¿Censura?
Leporati conjetura que “el gobierno magnificó mucho la importancia del Festival de Viña previo al Festival de Viña”. Con todo el control que se intentó al prohibir pancartas y manifestaciones, “se le dio una relevancia inicial política que siempre ha tenido históricamente, pero se le rebalsó mucho”.
En otras palabras, en el intento de censurar al público se le salió el tiro por la culata al gobierno.
En ese sentido critica a las autoridades y los acusa de cometer un error comunicacional y político “porque en democracia no se le puede impedir a las personas pensar y decir lo que piensan”. De todas formas, el chileno es ingenioso y se ha logrado manifestar adentro igual.
Tanto Leporati como García descartan censura directa a los artistas, pero ponen en duda el aspecto técnico del sonido del público. Especialmente en el día uno.
Los tres le bajan el perfil a la pancarta -que fue prohibida- y destacan que actualmente las redes sociales son plataformas más influyentes en la opinión pública.
“El celular es la nueva pancarta”, cierra Leporati.