En estos momentos, tenemos un Estado fundado en mucho orden y mucha autoridad, pero fundado en pocas reglas, en pocos estándares y de poca calidad. Quizá por ahí, las izquierdas deberían iniciar la activación de un discurso: haciendo que la gente quiera mejores reglas.
Uno de mis analistas políticos favoritos está volviendo a lo suyo, después de un largo periodo sirviendo al aparato bacheletista (en ambas administraciones). Francisco Javier Díaz está publicando periódicamente en La Tercera PM. Desde ya, les recomiendo seguirle.
Anunciado esto, quisiera tomar su última columna.
En ella, Díaz destaca que el gobierno de Sebastián Piñera está haciendo suyo un discurso enfocado en el orden y en la autoridad. Esto le permite a Piñera ganar dos cosas: por una, reunir a las diversas sensibilidades de derecha en torno a un argumento común; por otra, diferenciarse de las izquierdas a partir de un argumento que a éstas les es incómodo a priori.
Un ejemplo. Piñera se ufana de haber participado en una ronda de arrestos el pasado fin de semana. Durante la madrugada del sábado 16, las patrullas de Carabineros organizaron una megaredada en la que más de diez mil efectivos arrestaron a casi cinco mil personas. Entre medio, Piñera se subió a una de las patrullas y fue a “acompañar” a víctimas de la delincuencia (!).
Con estas medidas, Piñera se dedica a actualizar un discurso del orden, mientras que las izquierdas no tienen un discurso cohesionado argumentalmente ni cohesivo entre sus militancias para contrarrestar al gobierno. Si las personas de a pie quieren orden y quieren autoridades, ¿qué se puede presentar?
¿Cómo las izquierdas se quedan fuera de esto?
El dilema del huevo o la gallina fue ganado por el huevo, pues la gallina solo es una variación de un huevo. Entonces, es necesario zanjar el dilema entre reglas y orden. ¿Y qué estaría antes que el orden? Las reglas. Los órdenes (y las órdenes) están subordinados (y subordinadas) a las reglas que estén establecidas. La autoridad solo puede sancionar las irregularidades determinadas por las reglas (bueno, en teoría).
En consecuencia, las izquierdas pueden arrebatar a las derechas el discurso del orden, haciendo suyo el discurso de las reglas.
¿Necesitamos reglas más duras? ¿Necesitamos reglas más eficaces? Las izquierdas deberían poblar las conversaciones de corte normativo. La agenda de género es una muestra de cómo se puede intervenir en el espacio público a través de mejores normas para una mejor convivencia, nuevas normas que impliquen una sanción para costumbres que antes fueron toleradas.
¿Quién fijó estas reglas? ¿Bajo qué supuestos estas reglas existen? Apropiarse del discurso de las reglas será un reto intelectual para las derechas, pues las obliga a fundamentar los juicios y prejuicios subyacentes a las reglas que nos rigen actualmente.
El discurso de la seguridad ciudadana tiene un enfoque de contención y castigo solo porque la gente quiere ver brevemente cómo una violación a una regla tiene su correspondiente sanción. ¿Pero cuáles son las reglas que nos conducen a ese enfoque? ¿Cuáles supuestos?
Pensemos en las reglas del ámbito orden y seguridad. ¿La cárcel va a ser una efectiva condena para un marginal que delinque? ¿Cuáles son las condiciones psicológicas del marginal que delinque? ¿Cuáles son sus motivaciones para delinquir? ¿Puede acceder una persona marginal que delinque a un nivel de vida semejante a través del «trabajo honrado» (mismas horas de trabajo por un mismo ingreso; ganar un mismo ingreso por llegar a un mismo lugar de trabajo)?
La posibilidad de no ver la angustia en la marginalidad lleva a las derechas a confinar todo a un esquema de orden basado en el castigo. ¿Cuáles son las reglas para determinar que todo termina en castigo? ¿Tenemos la angustia o la ansiedad (es decir, el campo de la salud mental) cubiertos como parte de una reinserción social, por dar un ejemplo? Como vemos, es necesario definir cuáles son las reglas con las cuales veremos la marginalidad; pero desde sus propias necesidades, no desde un orden que los obligue a resignarse de su propia marginalidad: eso sería aporofobia (es decir, aversión al pobre), como lo acuñase la filósofa española Adela Cortina.
Es necesario que las izquierdas lleven a las derechas a argumentar desde el por qué de las reglas y no desde el por qué del orden.
Por lo general, el discurso de orden lleva a las izquierdas a actuar desde el desmentido: si en una marcha, cae una molotov y ésta incendia a una persona, la izquierda debe actuar desde el desmentido (“condenamos categóricamente”); si en un incidente político, alguien prende fuego a una iglesia, los movimientos”de izquierda deben actuar desde el desmentido (otra vez, “condenamos categóricamente”).
Este acto hace recaer en las izquierdas el peso de la sospecha. Los deja de antemano como un potencial grupo de cómplices de la subversión de un orden ya establecido por otro grupo. ¿Se fijaron? Hay un juego de roles aquí entre dos grupos. En uno, tenemos una izquierda que debe decir “yo no fui” porque hay un otro (grupo) que se arroga un orden.
Este orden es asimétrico. Por lo tanto, esto prueba que no hay un orden corresponsable porque no existen reglas igualmente corresponsables entre grupos en concurso. Eso hace que, en la práctica, se defina en el lenguaje político cotidiano un bando de dadores de órdenes y otro de potenciales sospechosos de quebrarlo.
Entonces, ¿por qué debo aceptar de antemano ese orden? ¿Por qué me llevan a mí a aceptar que ese es el orden? ¿Por qué no hablamos desde las reglas, entonces? Hablemos de reglas. Como izquierdas, nos toca orillar a las derechas a hablar desde el desmentido, pero desde el desmentido de las reglas que ellos mismos fijaron: por qué las sostienen, por qué las defienden, sobre qué base las justifican.
No se puede no querer un orden determinado, pero sí se puede determinar cuál orden (es decir, cuáles normas) se quiere. Y quizá no queramos, desde las izquierdas, este orden. Mientras tanto, acusemos a las derechas por las reglas en las cuales justifican su orden, en su discurso de seguridad.
En estos momentos, tenemos un Estado fundado en mucho orden y mucha autoridad, pero fundado en pocas reglas, en pocos estándares y de poca calidad (algo que ya dije la semana pasada). Quizá por ahí, las izquierdas deberían iniciar la activación de un discurso: haciendo que la gente quiera mejores reglas.