Una pandemia se define como una enfermedad que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región. Hasta que conocimos el covid-19, muchos de nosotros no habíamos experimentado en carne propia lo que significaba pasar por una. No obstante, ya habíamos sido testigos de cómo otros virus se esparcen por la sociedad: los discursos de odio.
Al igual que el coronavirus, estas enfermedades son invisibles, pero finalmente también cobran víctimas o lesionan a personas. Estos discursos también tienen vectores de contagio que esparcen el virus de un organismo a otro. Y si no se toman las medidas correspondientes, se generan brotes de odio, sin ir más lejos el año pasado marcó una cifra histórica en denuncias por agresiones a personas de la comunidad LGBTIQ+.
Una de las mejores medidas para que la población no se contagie es el aislamiento de las personas que ya tienen el virus. Sin embargo, el matinal de Mega, Mucho Gusto, prefirió hacer caso omiso a esta recomendación y puso en pantalla al pastor Soto, exponiendo a miles de personas a oír a una de las voces que no necesitamos escuchar en medio de la peor pandemia que hemos vivido en el último siglo.
En estos tiempos donde lo más importante es la responsabilidad que debemos tener con el resto de las personas, los editores del programa tuvieron la genial idea de llevar al pastor que ha llamado a sus seguidores a salir a la calle a predicar y no quedarse “como una rata cobarde escondida en su guarida”.
Seguramente, la aparición de Soto en la televisión generó miles de comentarios en redes sociales y debe haber sumado algunos puntos de rating que dejaron felices a los directores del mencionado programa. Sin embargo, cómo un canal de televisión puede llamar a las personas a tomar medidas de cuidado si precisamente saca de la cuarentena a un personaje que debería estar condenado al ostracismo, al menos, en los medios de comunicación.
Siempre es bueno recordar que los medios tienen el deber ético de informar a la población de manera responsable y oportuna, cuestión que en este caso no se está cumpliendo por preferir la espectacularidad que causa el debate estéril entre un fanático religioso y un doctor que lo llama a entrar en razón.
Lamentablemente, no hay distanciamiento social ni mascarilla que impida la propagación de la ignorancia. Sin embargo, lo más preocupante es esa insistencia crónica de la televisión abierta de seguir repitiendo las lógicas que llevaron a la sociedad a dejar de tener confianza en ella. A la luz de la evidencia, tal vez, lo mejor que podamos hacer, por ahora, es alejarnos de los focos de contagios como los matinales y centrar nuestra atención en los medios que prefieren darle cabida a voces menos llamativas y polémicas, pero que no expanden el odio de manera innecesaria.