Las grandes corporaciones evaden la Justicia ayudadas por una “industria de la defensa de la riqueza”. Propongo una “industria de la defensa de la democracia”. O más bien una artesanía.

En esta segunda parte voy a exponer algunas ideas que pueden revivir al periodismo de calidad. Estas propuestas –más bien bocetos de propuestas– están basadas en supuestos y análisis que describí en la columna anterior, por lo que es necesaria una breve recapitulación.

El periodismo de calidad que me preocupa es el que examina críticamente al poder económico y político y logra ponerle cercos, limitarlo.

Ese periodismo tiene fortalezas y debilidades particulares. Pocas veces constituye un medio de comunicación en sí mismo. En la mayoría de los casos es un apéndice de medios que seducen audiencias con otras estrategias. Quienes defienden la idea de que la prensa es clave para la democracia, suelen pasar por alto esa distinción. Una revista de moda, un diario que entiende los negocios como la aventura de emprender, o una radio comunitaria en Franklin, generan un bien público pues dan voz a grupos diversos: mientras más voces e intereses circulen, más rica es una comunidad.

Pero el periodismo de calidad hace otra cosa. En casos de violaciones de los derechos humanos, por ejemplo, no se limita a “dar voz” a víctimas y victimarios, para luego se hacerse a un lado y dejarlos debatir. Tampoco se reduce a creerles a las víctimas. Es empático y respetuoso con el dolor, pero tiene que dudar siempre porque su tarea es intentar determinar qué pasó y por qué. Juntar evidencia, contrastarla, tratar de superar el nivel de las versiones que se empatan. Su resultado no solo ayuda a las víctimas, sino a la discusión pública, pues limpia la evidencia, identifica pruebas falsas, inconsistencias.

El particular bien público que este periodismo entrega es la posibilidad de generar mayorías mejor informadas que, a la larga, son el principal cerco al poder.

Lo que quiero remarcar es que un medio económicamente viable no necesariamente tiene condiciones para hacer periodismo de calidad. Se trata de dos asuntos distintos, cada uno de ellos muy complejo. Incluso es frecuente que la calidad y la viabilidad económica choquen, pues el periodismo de calidad espanta a los financistas que en general forman parte de las redes de poder.

Un aspecto distintivo del periodismo de calidad es que busca incidir en el poder. No hay mucha reflexión local sobre cómo se logra eso. Usualmente los periodistas pensamos que basta con dejar en la red un hecho grave, bien documentado, para que haya reacción. Si eso fue cierto en algún momento, me temo que en un mundo con tanta información es una idea naif.

Lo cierto es que muy pocas veces es un solo periodista quien logra que el sistema político pestañee. No solo porque los mejores artículos son fruto del diálogo en una sala de redacción, sino porque aún cuando se trate de una gran exclusiva, el poder corcovea, le baja la importancia a los hallazgos, da por cerrado temas e incluso miente.

Se necesita una red de periodistas que cuestionen una a una esas defensas. También se necesita tiempo, persistencia en esos cuestionamientos.

La experiencia indica que el periodismo de calidad influye en el poder cuando actúa en manada, es decir, cuando una red de salas de redacción persigue una veta noticiosa. Lo que nos enseña la experiencia hasta ahora es que esa manada está compuesta de unidades independientes que se critican y compiten.

Karadima es un gran ejemplo de lo efectiva que puede ser esa manada para acorralar a un gran poder como la Iglesia y hacer reaccionar al mismo Papa.

El público ha atribuido este impresionante final al coraje y la persistencia de las víctimas; también es válida la explicación de que, por ser de clase social alta, la Iglesia no pudo ignorar a los denunciantes como lo ha hecho en tantos otros casos. Siendo todo eso cierto, el fin de Karadima es también resultado del trabajo de una red de medios. Las denuncias fueron recogidas por TVN y La Tercera. Luego fueron chequeadas y ampliadas por CIPER, The Clinic y el Mostrador, entre otros. Ese trabajo permitió tener certezas sobre las denuncias, pero también descubrir aspectos que los denunciantes desconocían, como el poder económico de Karadima, o las redes que ese cura manejaba al interior de la Iglesia.

La acumulación de evidencia y la mantención del tema en la agenda durante años, llevó a la justicia civil y eclesiástica a pasar desde la indiferencia a ciertos niveles de sanción. Cuando el caso parecía olvidado y el obispo Juan Barros se sentía protegido por la impunidad, la persistencia de la periodista Nicole Martínez de Bío Bío consiguió que el Papa diera el paso en falso final: “El día que me traigan una prueba en contra del obispo Barros, voy a hablar”.

Pruebas era lo que más había. La evidencia acumulada por la comunidad periodística chilena, no solo sobre Karadima, sino sobre los abusos de Cristián Precht, los de los Maristas y tantos otros, prendió como leña seca. La conferencia episcopal saltó por los aires.

Lo que quiero remarcar es que la habilidad del periodismo de calidad de hacer que las autoridades restablezcan la justicia es el logro de una red.

Eso hace más complejo pensar en las soluciones. No se trata de que un solo medio encuentre un modelo de negocios viable. Se requieren estrategias que permitan que varios lo hagan, pues sin esa red difícilmente se pueden poner cercos al poder y emerge el bien público que este periodismo puede ofrecer a la democracia.

Si el periodismo de calidad no logra incidir, pierde sentido. En la primera parte de esta reflexión usé la metáfora del voleibol para remarcar las expectativas que tiene el lector: dada la capacidad de este periodismo de identificar situaciones injustas o ilegales, cuando levanta un tema, genera en la sociedad la necesidad de respuesta: alguien tiene que remachar y restablecer la idea de justicia. Si eso no ocurre, el juego pierde sentido para el lector.

Mi hipótesis es que el daño que la impunidad produce a la democracia afecta también al periodismo de calidad. Para decirlo en breve, si el sistema político no puede proveer justicia ante las situaciones que la opinión pública considera abusivas, los periodistas no podemos esperar que los lectores se interesen en nuestras historias sobre justicia.

En ese sentido considero la crisis del periodismo de calidad como un reflejo de la crisis de la democracia. A nivel internacional, esta crisis se atribuye, entre otros factores, a la concentración de la riqueza (ver Wolfang Streeck). A nivel nacional, Fernando Atria ha puesto el acento en la Constitución, que organiza de tal modo el poder que nada relevante puede ser resuelto democráticamente. Sea cual sea el elemento dominante, en un sistema donde la mayoría no logra victorias importantes, tenemos que esperar que la democracia pierda votantes y el periodismo de calidad pierda lectores, cosas que de hecho, vienen ocurriendo desde los 90.


Trabajo en red

Sigamos. Dado que el problema se origina en la crisis de la democracia y de sus instituciones, ¿Qué soluciones prácticas hay para quienes quieren hacer un periodismo de calidad?

La pregunta resulta tan difícil de contestar como preguntarse qué hacer para revitalizar a los partidos políticos, otro dispositivo clave de la democracia que también está moribundo.

No veo soluciones puramente de marketing o tecnológicas. Lo que afecta a ambos dispositivos tiene un origen político y, más específicamente, es causado por la desigualdad de poder. Mis sugerencias tratan de equiparar el poder de fuego de las redacciones periodísticas.

  1. Trabajo en red para defender la democracia.

Hay importantes lecciones en el caso Karadima y en cómo un reporteo, que es a la vez competencia y a la vez posta, puede forzar a las autoridades a reaccionar (1).

¿Es posible avanzar hacia coordinaciones en temas específicos entre periodistas chilenos que normalmente compiten? Una especie que está en peligro de extinción tiene el derecho y la obligación de hacerse todas las preguntas posibles. En el plano internacional el trabajo hecho por el ICIJ con los Panamá Papers y los Paradise Papers muestra cómo la coordinación de muchas redacciones no solo logra resonancia mundial, sino que es imprescindible para abordar temas donde la complejidad de las operaciones excede las habilidades de un solo equipo (2).

Un paso previo para pensar en ese trabajo es crear comunidad. Esto implica hacer algo que no se hace frecuentemente: leer con atención el trabajo de los otros, destacarlo, citándolo bien y ver cómo avanzar sobre esa senda abierta. Reconocer que otro medio ha golpeado, no es solo un acto de honestidad intelectual sino un aviso, al que fue denunciado, de que todos estamos al tanto y muy interesados.

Karadima también nos enseña que el poder solo cede si se persiste en los temas. ¿En cuáles asuntos podría haber confluencia de largo plazo entre los medios chilenos

Cada redacción tiene su línea editorial, pero me gustaría sugerir algo que nos interesa a todos: la protección de la democracia. Volveré sobre esto al final, pero quiero sostener que el financiamiento ilegal de la política traspasó todos los límites. Como si se hubiera entreabierto un closet lleno de cadáveres, alcanzamos a ver apenas las caras de algunos financistas (Penta y SQM y algo de las pesqueras) y sólo una sinopsis de cómo ese dinero les generó leyes a la medida.

Cuando esperábamos que la puerta se abriera y algunas colectividades saltaran por los aires (como recientemente ha saltado en España el Partido Popular, acusado de ser “un sistema de corrupción institucional”), lo que salió volando fue el prestigio del Servicio de Impuestos Internos y de la Fiscalía.

El clóset se cerró y las manchas de sangre se baldearon con multas e impunidad.

No creo que podamos hacer que los lectores piensen que el periodismo de calidad sirve, si en los próximos meses o años no logramos identificar tanto a los políticos que se financiaron ilegalmente como a sus empleadores; si no logramos que los parlamentarios implicados estén permanentemente horquillados como lo están hoy los miembros de la conferencia episcopal chilena, impedidos de hablar de otra cosa que no sean sus faltas.

Más allá de los vaivenes de la agenda que nos hacen saltar de un tema a otro, tenemos que saber que los cadáveres en el clóset de la democracia siguen ahí. Los lectores y los votantes lo saben. La corrupción instalada continúa produciendo su efecto. Hoy es bastante claro que nadie va a hacer algo al respecto si no lo hace el periodismo de calidad. Y vamos a necesitar que los mejores talentos disponibles de nuestra profesión trabajen coordinadamente en ello y busquen alianzas con actores dentro del sistema.


Aliarse con la academia

Chile ha hecho una enorme inversión en capital humano avanzado en muchas áreas. Hoy las universidades cuentan con investigadores de gran nivel trabajando sobre una gran variedad de temas sociales y políticos. La investigación académica puede ser una gran alidada del periodismo de calidad, proveyendo miradas, análisis, datos que a los periodistas nos costaría mucho conseguir por nuestros medios. No tienen el golpe, pero tienen el contexto, que es la explicación del golpe. Como dije en la columna anterior, el periodismo de calidad no se define solo por lo que persigue (el poder, la circulación del dinero) sino también por su ánimo de entender la complejidad social.

Esta simbiosis es posible porque la academia necesita difundir sus hallazgos en la comunidad. Sería muy beneficioso para ambos mundos una modificación en las bases de algunos de los fondos concursables de modo que se exigiera a los proyectos de investigación en ciencias sociales, políticas y jurídicas, aliarse con unidades de investigación periodística para que sus hallazgos no solo deriven en papers que circulan entre especialistas.


Más allá de la elite

Las sugerencias anteriores tal vez pueden revitalizar algunos aspectos del periodismo que hay, el cual se concentra en informar a la elite que toma decisiones. Hace décadas, sin embargo, que los sectores medios y populares no cuentan con un periodismo de calidad de nivel nacional: uno que se piense desde las complejas realidades que enfrentan. Hoy, cuando se cubren las realidades populares, los periodistas (en su mayoría de sectores medios y alto) lo hacen desde el interior de un radiopatrullas. Los sesgos y distorsiones que genera tanto el origen social del periodista como los intereses de la audiencia a la que se busca llegar (a la que ciertos problemas no les interesa), dan para otra reflexión.

Hoy no hay proyectos concentrados en recuperar lectores perdidos en esos grupos que constituyen nada menos que la mayoría. Si se tiene alguna adhesión a la idea de que la democracia necesita ciudadanos informados, esta falta de medios debería estarse debatiendo hace tiempo.

A diferencia de lo que ocurre en la elite -que tiene recursos para proveerse lo que quiere -, uno podría especular que aquí estamos ante una necesidad que el mercado no tiene interés en resolver: una falla de mercado. Y esas fallas o las resuelven los estados o quedan ahí sin importar a nadie. Dado que está en juego la información adecuada de los ciudadanos, me parece razonable apostar por financiamiento estatal. Si un sistema de Alta Dirección Pública puede proveer al fisco de especialistas de calidad, o el Fondart puede evaluar adecuadamente proyectos culturales, no veo por qué no podría un sistema similar entregar fondos concursables para crear una decena de unidades de investigación que busquen llegar a esos sectores con periodismo de calidad.

Esas unidades podrían acoplarse a medios existentes (especialmente a nivel regional, potenciando medios que no pertenezcan al duopolio) o actuar como medios de investigación independientes al estilo CIPER.

Si se proveyeran fondos para crear una red inicial de unos 10 equipos inspirados en modelos de trabajo que como los de CIPER o el Sábado (para usar parámetros fácilmente identificables), la calidad de la información con que se debate en Chile mejoraría substancialmente.


Padres de la patria

Queda pendiente el tema más complejo. La falta de una institucionalidad que restablezca la idea de justicia: el jugador que remacha los temas que el periodismo levanta.

Como es obvio, la ausencia de ese jugador no es un problema solo para el periodismo. Uno puede suponer, por ejemplo, que la impunidad desembozada, como en el caso del financiamiento ilegal de la política, alienta la corrupción en toda la sociedad, pues los actos venales de una elite que lo tiene todo “generan incentivos para que otros hagan lo mismo”, como dice el sociólogo Matías Dewey.

Mirado desde el periodismo de calidad, diría que su viabilidad futura (la subsistencia no sólo de uno que otro medio, sino la posibilidad de generar redes de medios) depende, además de un apoyo financiero público, de reformas políticas que construyan instituciones capaces de revertir la impunidad y que hagan que cuando una mayoría triunfa, eso tenga sentido.

El periodismo de calidad necesita una cancha donde el poder esté más equilibrado y eso eventualmente lo puede proveer una nueva Constitución. Involucrarse en esa tarea es parte de la agenda de defensa de la democracia que creo que el periodismo debiera tener.

Durante mucho tiempo adherí a una idea de un periodista español: “para salvar a la patria, están los padres de la patria. Los periodistas no estamos para salvar nada, sino para contar”.

Con claridad norteamericana lo ha dicho también la célebre Mary Mapes: “Debe haber un muro entre políticos y periodistas. Los periodistas no han de ser amigos de los políticos. Son dos intereses separados y este concepto es una parte fundamental de la democracia” (3).

Reconozco y entiendo el recelo. No somos los padres de la patria.

Pero tenemos que saber también que no podemos hacer nuestra tarea sin que haya autoridades que hagan la suya. Aún más, creo que la idea de que los periodistas levitamos sobre la política, así como la idea de que no podemos cooperar entre nosotros, son formas de entender el periodismo que tenían sentido cuando el poder estaba mucho menos concentrado. Hoy las grandes corporaciones que financias ilegalmente la política o se coluden, entre otras prácticas, tienen grandes posibilidades de derrotar a la Justicia porque cuentan con equipos de expertos capaces de diluir la ley y hacer que lo socialmente dañino no pueda ser perseguido.

El politólogo Jeffrey Winters llama a esos equipos “la industria de la defensa de la riqueza”. Y los describe como “las abejas trabajadoras de las clases medias y medias altas, muy bien remuneradas, que piensan no solo en cómo hacer más ricos a sus empleadores, sino en cómo imponer políticamente las ideas que los benefician”.

Frente esos equipos, propongo comenzar a pensar en una “industria de la defensa de la democracia”. Aunque dadas las características del trabajo del periodismo de calidad, es mejor hablar de una artesanía. ¿Cuáles son las fronteras sanitarias que esa artesanía debe mantener con la política? No lo sé.

Intuyo, sin embargo, que aunque no nos guste, si el periodismo de calidad va a sobrevivir, tendrá que relacionarse de otra manera con la política. Ya no con la libertad con que un entomólogo observa un insecto, sino con el cuidado con que un ecólogo estudia un ecosistema del cual dependen él mismo y todas las cosas que le importan.


Notas.

(1) Otro ejemplo es el de las casas Copeva, viviendas fiscales que en 1997 se inundaron apenas entregadas. Fueron construidas por el empresario Francisco Pérez Yoma y el ministro de la Vivienda, Edmundo Hermosilla, tenía la tarea de fiscalizar y probablemente sancionar. Pero eran amigos cercanos. En una conferencia la periodista Matilde Burgos le preguntó al ministro si era cierto que Pérez Yoma le había regalado un caballo corralero. Hermosilla se puso nervioso y Burgos no lo soltó hasta que obtuvo un sí. El ministro debió renunciar. Lo interesante es que el dato de la existencia del caballo surgió de la investigación de María Octavia Rivas en La Tercera.

(2) Una interesante charla sobre el trabajo del ICIJ ofreció la semana pasada en la UDP su subdirectora, Marina Walker insistiendo en que es necesario que los periodistas dejemos de pensarnos como lobos solitarios y comencemos a trabajar en red.

(3) Gracias a @Paola_SalvatV por esta cita.

Juan Andrés es co-autor de Empresarios Zombis, la mayor elusión tributaria de la elite chilena que tiene como apéndice el blog Paraisos Tributarios.