Básicamente porque es #Viernesheavy. Estas historias te llevarán desde los pasillos de La Moneda, hasta hoteles de lujo, pasando por call centers y obviamente por el parque Forestal.

El colegio, la universidad y el trabajo. Tres escenarios que hacen que las relaciones interpersonales tomen diferentes giros y terminen en historias impensadas de amor, desamor, sexo, traición y pasión. A pesar de que se supone que en la oficina se debe mantener un protocolo, sabemos que es muy difícil no establecer diferentes relaciones con los colegas.

Estas son historias de personas que no siguieron el consejo de no hacerlo ni en la cocina, ni en la oficina, y así les resultó:


Diego, 30 años: a lo Bill Clinton

“Soy periodista y esto fue hace unos cinco años atrás más o menos. Trabajaba en el gobierno con un abogado cincuentón. Era argentino, buen mozo, medio peludo, estilo árabe. Desde que llegó a la subsecretaría donde yo trabajaba me miró y me di cuenta de la onda que había.

Un viernes de noviembre, la oficina estaba casi vacía y estábamos solamente la secretaria, unas chicas de la fotocopiadora, él y yo. Se acercó a mi escritorio y me pidió encendedor. Me reí, le pasé mi encendedor y cuando le pregunté si quería ir a fumar a la terraza, me dice que no fuma pero que esa era la única excusa que se le había ocurrido para hablarme. Hablamos un rato y me preguntó por el baño. Cuando estábamos casi cruzando la mampara, me agarró y me empujó hacia el W.C.

Cerró la puerta y me dio el medio atraque.

Hasta ese minuto lo único que sabía de él era que se llamaba Facu, que vivía en Buenos Aires y que era increíblemente mino. Como buen abogado andaba con una corbata, así que se la saqué a tirones, le bajé el pantalón y se lo empecé a chupar de forma animal.

Me besuqueó entero y me corrió mano por todas partes, pero no hubo penetración porque obviamente no estábamos preparados para eso y era mi oficina, que era del gobierno, en la época de Piñera. El asunto es que nadie quería levantar sospechas ni menos que nos pillaran, así que cuando acabó le tuve que tapar la boca porque quiso gritar, estábamos muy excitados y calientes. Me punteó heavy, pero todo muy clandestino y para callado porque a cada rato entraba alguien al baño de al lado y eso lo hacía más hot. Él era estupendo, muy varonil, seductor y lo más infartante es que lo tenía bien grueso, moreno y peludo. Ese mismo fin de semana nos juntamos en su hotel para rematar lo que habíamos empezado y fue atómico. Me hizo concha, fue como de película.

Como buen abogado andaba con una corbata, así que se la saqué a tirones, le bajé el pantalón y se lo empecé a chupar de forma animal.


Antonio, 28 años: El fantasista

A principios de año trabajaba en un callcenter, y en el cubículo de al lado se sentaba una compañera que tenía un pololo que era colega nuestro también. El asunto es que ellos terminaban y volvían todas las semanas, y en uno de estos intervalos fue que ella me empezó a hablar más de lo común y aprovechó de desahogarse de sus problemas con él.

La conversación empezó a subir de tono y nos contamos nuestras experiencias y aventuras sexuales, etc. Me confesó que tenía un secreto, pero que le daba vergüenza contármelo, aunque igual la convencí de hacerlo. Dijo que hace varias semanas tenía una fantasía sexual conmigo. Quedé atónito porque ella había terminado hace un par de días con mi colega. Yo tampoco soy la gran cosa, estoy gordito, y ando más o menos de cara.

Solo atiné a reírme nervioso y no toque el tema hasta un rato después. Invadido por la curiosidad, le pedí que me contara cómo era su fantasía. Me dijo que yo la llevaba a un parque, que nos echábamos en el pasto y a vista de todos empezaba a besarla y masturbarla. Que la desnudaba completamente y se montaba encima mío. Me cabalgaba hasta hacerme acabar. Quedé para adentro y muy caliente.

A la salida la invité a tomarnos algo, se nos hizo tarde y cuando la iba a dejar al taxi le dije que no se podía ir sin cumplir la fantasía. Sonrió y nos fuimos a un lado del forestal, aunque no pude desnudarla completa, si pudimos acostarnos bajo un gran árbol y hacerlo. Fue muy rico, adrenalínico y loco. A los días después ella volvió con mi colega, pero hasta el día que la echaron me miraba coqueta.


Francisca, 33 años: los dichos están hechos para romperlos

En el canal que trabajaba había un productor que era el “mino” y ya se había agarrado a varias. Se había casado justo cuando entré a trabajar ahí, y apenas nos vimos habían miradas que delataban que nos gustábamos. Después de un tiempo se separó porque se metió con una chica del canal y quedó la grande. Entremedio de esto, me lo agarré, pero nadie supo.

Un día después de conversar un poco por WhatsApp me mandó un mensaje preguntándome en qué estaba.

Terminamos en su casa y tuvimos sexo desenfrenado. Fue solo eso, yo no quería nada serio y él tampoco, y la chica que se estaba agarrando no era mi amiga, solo la conocía de vista. De un día para otro empezó a venir más hacia dónde yo trabajaba y nos hicimos amigas. Me contaba sus problemas con el productor, que se estaba dando cuenta de que se estaba metiendo con alguien, pero que no sabía quién era y yo la aconsejaba. Finalmente lo de ellos no prosperó y ella se fue del canal. Él se sigue agarrando a todas y siempre se saben sus conquistas, pero lo nuestro nunca se supo.

Conclusión: donde se caga si se come, los dichos al parecer están hechos para romperlos.


Recopilamos las historias más calientes de tríos aquí 🔥

Ursula, 26 años: no todo lo que brilla es oro

En el marco de una feria gastronómica muy importante del país, se hizo una comida en el hotel W, había muchísima gente invitada y cocinaban puros rockstars de la cocina latinoamericana. Paralelo a esto, muchos de los otros chefs que no estaban invitados se habían organizado para hacer una fiesta en la casa de un empresario gastronómico. Yo tenía que estar en todas, por ende, fui a la comida del W y después me colé a la fiesta, que después terminó en un bar de Providencia. Ahí, me puse a conversar con muchas personas, incluidos chefs que jamás me habría imaginado, tipos bien top.

Cuando ya eran las 4 de la mañana, nos echaron. El local cerró. Yo estaba conversando con un tipo estupendo, un renombrado chef y me encantaba, pero entre salir con la masa y todo nos perdimos. Después en plena Avenida Providencia, nos volvimos a encontrar. Yo andaba en auto, así que le dije que lo llevaba. Nos fuimos en el auto escuchando música y yo estaba entre incómoda y que no sabía qué diablos estaba pasando. Cómo cresta este tipo había llegado a ser mi copiloto. Lo fui a dejar a un hotel muy elegante y me dice, bájate a tomar algo. Llega un tipo, nos abre las puertas y dice “van al lobby o a la habitación?”, él respondió “a la habitación”. Llegamos a la pieza, nos pusimos a conversar, y se me empezó a acercar. Creo que no tengo recuerdos de un beso más malo: desabrido, baboso y poco apasionado, malísimo.

Todo llevó a que termináramos sin ropa, él encima mío, flaco como él solo, mino, pero pavo. El peor sexo de mi vida, pero con un tipo importante… ¡No sabía qué pensar!

La cosa es que después nos pusimos a conversar y le dije que tenía que ir a su país a verlo y probar su restaurante. Ahí me dice que iba a ser difícil ¡porque estaba casado! Y así, la cosa es que me toca verlo todos los años por pega, con su señora que resultó que cuando se metió conmigo estaba embarazada. Es más, me lo topé con ella embarazada, ¡qué hueá más incómoda!


Fernanda, 31 años: 50 sombras chilean way

No sé bien cómo partió, o sea sí, pero fue todo muy rápido.

Estábamos en una fiesta de la oficina. De pronto, un compañero que trabajaba dentro de la misma empresa comenzó a hablarme… la verdad es que yo con unos copetes de más y con mi radar de hombre con ganas activado le seguí el juego. Al principio todo fue como un coqueteo inocente y con pinta de algo que no molestaba a nadie, hasta que llegó el momento de tener sexo. Al comienzo, nada del otro mundo, es más, era medio fome el asunto, pero decidí darle una oportunidad hasta que toqué la fibra sensible del joven… una pequeña insinuación de hacer algo un poco más cochino me abrieron a un inexplorado y placentero mundo del sexo bondage.

Fueron meses de experimentar y tirarse palos en la oficina de lo que nos haríamos después de la hora de salida… miradas calentonas a distancia entre los computadores, fotos de Tumblr con nuevas ideas, mordidas y moretones que me tenían enferma de caliente… incluso nos robamos un set con látigo, cuerdas, esposas, etc. que había para una grabación, el cual nunca devolví. En fin, como al parecer siempre pasa cuando los fuck friend duran más de un tiempo razonable y los hombres finalmente son más rollientos que una, la Olguita Marina hizo lo suyo y hasta ahí llegó el Cristian Grey versión chileno. 


Marcos, 27 años: con la dominatrix de la oficina

Entré a trabajar en una importadora que traía productos de Canadá. La secretaria llevaba un año trabajando ahí y la ascendieron, por lo que estaban buscando secretaria nueva. Llegó una mina de 32 años, bajita y con varios tatuajes. Ella tiene dos hijos y estaba divorciándose y yo era el cabro chico de la oficina, el publicista entre ingenieros. Desde el segundo día solo me hablaba a mi y empezamos a almorzar juntos bastante seguido. Cuando pasó un tiempo terminamos comiéndonos encima de los escritorios en la oficina. A la hora de almuerzo, o cuando ya era después de las 18:00 inventaba excusas de tener que decirme cosas e iba a mi oficina, cerraba con llave, se sacaba los zapatos o la camisa y me pedía masajes. Es entera rica, usa lentes y siempre me calentó la sopa. Al final follé con la dominatrix asalta cunas en la oficina, en su casa y en la mía. Ahora se come a otro cabro de 25, ella tiene casi 40.

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