Popularmente se dice que a esto venimos a La Tierra: para crecer, trabajar, reproducirnos y finalmente morir. Y la narrativa en los medios nos prometen que este es el secreto para sentirse pleno. Pero en el contexto económico, político y climático actual cabe preguntarse si, traer más humanos al mundo, es realmente la respuesta a los problemas o el puntapié para una bola de nieve llena de ellos. Hablamos con Stefanella Costa, académica de Psicología UDP para encontrar respuestas. 

Si tienes más de 20 años podemos asegurarte que personas mayores que tú te han preguntado más de alguna vez si tendrás hijos, esperando una respuesta afirmativa. Sobre todo si ya pasaste el cuarto de siglo. Según el último Anuario de Estadísticas Vitales publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), creado con datos de 2017, el rango etario que más tuvo hijos fue entre 25 y 34 años. En total nacieron 113.384 bebés de madres con esa edad.

Y es que culturalmente la parentalidad está instalada como parte del destino de las personas que aunque muchas veces parezca un deseo propio, no siempre lo es. “Existe una presión social por tener hijes y no va en solo que te pregunten cuándo vas a tener uno, sino que está en todos los ámbitos de nuestra vida” explica la doctora en psicología clínica Stefanella Costa, “Está en los libros que leemos y en todos los medios de comunicación donde vemos personas que son padres felices y nos hace pensar: de esto se trata ser persona y estar en el mundo”.

Ojo, que para la también académica de la Facultad de Psicología UDP es importante aclarar el concepto de felicidad. La psicología aborda este concepto de un estado utópico, “la promesa imposible de la modernidad”, que tiene que ver más con el bienestar, la estabilidad y la satisfacción con respecto a la vida propia. Y dentro de esa promesa habita la parentalidad: “algo que te completa como parte del sujeto ideal en la cultura”.

La felicidad asociada a ser madre, padre o cuidador está en comerciales y, hoy sobre todo, en redes sociales, donde incluso existe el #Sharenting. Cuando las personas suben contenido de sus hijas o hijos es parecido a decir, “cumplí con el mandato completo: fui madre o padre y soy feliz”, ejemplifica Costa, “Y si ves a tus amigues en redes sociales recomendándote que la clave de la felicidad es ser padre se te va a pasar por la cabeza que tal vez es una posibilidad o que te hace falta si no lo tienes”.

Hay un factor biológico que juega un rol importante en la felicidad de muchas parentalidades. Al cuidar a un bebé, niña o niña se secretan hormonas como la oxitocina y la dopamina que hace que sea placentero atender sus necesidades. “Ese placer que uno siente al cuidar, que podríamos llamar amor, hace que uno en ese momento, con tu hije, te haga decir que eres feliz. Tal vez la persona que sube la foto a Instagram la sube en ese momento de placer”, dice la académica. 

Pero, ¿son realmente más felices las personas que tienen hijos/as? La investigadora señala que el problema con la felicidad no está en la madre o el padre que fallan en su tarea de ser felices individualmente, “sino que en los factores fundamentales que median la relación entre el bienestar individual y la parentalidad, como las políticas sociales para proteger la parentalidad y la forma en que está configurada la vida laboral”.

La sobrecarga laboral y la consideración del trabajo como la prioridad vital repercuten directamente en la mal llamada felicidad parental. “Una vez que eres mamá es difícil que la situación se convierta en una de plenitud y bienestar por la presión de hacerlo bien y la compatibilidad con la vida laboral”, comenta Costa. El escenario empeora si se le suma la falta de seguridad social para padres, madres, cuidadores y menores de edad. “La evidencia demuestra que las estructuras sociales que apoyan la parentalidad amortiguan el estrés de la parentalidad en las personas”, sostiene la académica.

La plataforma Vox se hizo una pregunta sobre la felicidad parental y encontró que las madres y los padres de países que invierten más en políticas públicas que benefician la parentalidad son más felices. Como Corea, donde cayeron las tasas de natalidad, y entregaron beneficios económicos a las personas que tuvieran hijos. Lo mismo pasa en Dinamarca, donde a las madres y los padres no pueden cobrarles más del 25% de los gastos operacionales del cuidado de sus hijos. 

Es mucho más probable que una persona privilegiada pueda ser feliz siendo padre porque necesitamos todas estas condiciones materiales para que se pueda dar una parentalidad de manera satisfactoria”, afirma la también investigadora del MIDAP (Instituto Milenio para el Estudio de la Depresión y la Personalidad). Aquí entran en juego los factores que entrecruzan los privilegios y las carencias. 

Mientras que cuidar a un hijo puede liberar dopamina y activar un “cerebro cuidador”, hay casos donde sucede lo contrario e incluso gatilla una respuesta de lucha y fuga; todo lo opuesto a la felicidad y plenitud prometida culturalmente. Esto pasa mayoritariamente en las personas que fueron violentadas en su infancia, hecho que pasa en todos los niveles socioeconómicos, “pero con mayor prevalencia en los altamente vulnerables”, asegura Costa. 

“En Chile hay un 10% de familias que se encuentran en situación de pobreza y la pobreza se asocia al estrés parental y este a su vez a una mayor probabilidad de conductas hostiles que pueden ser de maltrato o de abandono”, detalla la investigadora. Esto es alarmante considerando que ya en el 2000 la UNICEF publicó que un 73,6% de las niñas y los niños de Chile sufren violencia física o psicológica por parte de sus padres o parientes, “así que muchas personas podrían tener este antecedente al momento de criar”. 

“Los padres que fueron maltratados muy probablemente van a maltratar no porque lo hayan aprendido como quien aprende matemáticas, sino porque tienen su configuración corporal y mental armada así”, detalla la psicóloga. Y si no tienen la oportunidad ni los privilegios económicos para acceder a una terapia para resolver su trauma, “tienen muy pocas posibilidades de disfrutar la parentalidad”. 

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Ahora, ¿qué pasa con las personas que no tienen hijos? (Además de soportar las bromas pesadas por parte de familiares y adultos al respecto) “Si pensamos la felicidad en términos de bienestar y satisfacción podríamos pensar que las personas que no son padres tienen más posibilidades de bienestar porque su vida es más estable y tienen menos estreses en comparación con la parentalidad, por lo que puede haber una mayor salud física”, explica Costa. “Además la vida sin niñes es mucho más estable: hay menos presión económica, por lo que hay más posibilidades”, cuenta. 

Para Stefanella es importante no terminar sin decir que pese a que existen padres de países más industrializados, donde la estabilidad y el bienestar están más en juego, que dicen que no son felices, hay un factor de satisfacción que las hijas y los hijos muchas veces traen. “Esos padres y esas madres sí manifiestan que su parentalidad le da sentido a sus vidas y que sus hijos son una fuente de satisfacción”, reflexiona. 

Sin embargo, hoy, ni siquiera 100 años desde que comenzaron a existir los anticonceptivos y el control natal, las generaciones tienen cada vez más posibilidades de escoger caminos distintos a las pasadas que les traigan felicidad sin necesariamente formar una familia hegemónica. “Siempre tiene que ser consensuado elegir ser padre o madre”, finaliza.