Durante la Segunda Guerra Mundial existió un grupo de mujeres organizadas que intentaron derribar a Hitler y a su ejército alemán a través de la propagación de Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) entre los soldados nazis. Esta es su increíble historia.

En plena Segunda Guerra Mundial, mientras Hitler intentaba dominar el mundo, Virginia Hall planeaba su ataque. Era una espía británica, quien se infiltró en el más alto nivel del nazismo de la época, con el fin de destruirlos. La escasa información reunida sobre ella, en libros como Una mujer sin importancia se le describe como alguien que pasó desapercibida mientras, con una pata de palo, saboteaba trenes y esparcía Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) con un ejército de trabajadoras sexuales.

Según la Gestapo, la policía secreta nazi, era la espía más peligrosa de todas. Incluso el hombre que veía después de Hitler, Hermann Göring, confirmó el calificativo años después del término de la guerra. Fue él quien colgó su foto en Francia, donde la espía tenía un centro de operaciones y ofreció una gran recompensa si la traían ante sus pies. Nunca lo logró.

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Fue en el país del amor donde Virginia Hall planeó su golpe bajo al ejército nazi. Su sistema estaba dividido en varias partes. Por un lado utilizaría los burdeles, donde siempre iban los soldados, para ponerles heroína en sus bebidas y así volverlos adictos para trastornarlos en la batalla bajo el síndrome de abstinencia. Su siguiente paso era el definitivo a sus 37 años: la guerra sexual contra el enemigo. 

En los mismos burdeles, utilizando a un médico que extendía pases de sanidad, las trabajadoras se acostaban con los soldados que engañados por el doctor, creían que todo estaba en orden. Si bien no se sabe cuántos soldados fueron contagiados, la literatura señala que una vez que los altos mandos nazi supieron de su actuar, la intentaron cazar, pero no pudieron. 

Terminada la guerra se casó con Paul Goilott, con quien trabajó saboteando al ejército nazi, y tiempo despúes fue reclutada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Y en 1982, a sus 76 años, falleció y dejó un legado histórico.