El tiempo es corto, pero los cambios se perciben de inmediato (ahya).
Estoy cruzando la brecha de los 25, lo que significa que soy un milennial viejo, de esos que no conectan con el trap, que tomaban Capel en lugar de fumar cripy y que -gracias a dios- formaron parte de la última generación que creció sin ser grabados por sus padres haciendo estupideces.
Mi generación vio proliferar internet de a poquito, primero en las casas con computadores enormes que imposibilitaban ven porno sin tener que cerrar las pestañas como ninjas japoneses frente al menor ruido sospechoso; después el mercado nos entregó conexión en los celulares, cambiando las reglas conductuales para siempre. Sin necesidad de un plan de datos, podíamos aprovecharnos de cualquier Wifi abierto para subir fotos con marcos a un Instagram que apenas se hacía un espacio frente al monstruo que llegó a ser Facebook.
Pero ahora las cosas van al extremo y la conexión nos entretiene con Netflix, organiza y orienta con Whatsapp, nos lleva donde queramos con Cabify y hasta nos alimenta con Pedidos Ya.
¿Qué pasa cuando por causas circunstanciales perdemos todo eso? ¿Realmente somos tan dependientes de internet como para desorientarnos frente a su ausencia?
Luego de un cambio de casa en el que VTR ha brillado por su ausencia pese a las incontables promesas de presentarse y un horrible plan de datos que se agotó al tercer día de ser cargado, estuve sin internet durante semanas. Exceptuando las horas en la oficina, la desconexión trajo diferentes perspectivas respecto a cómo es la vida sin internet:
La televisión nacional no es un reemplazo
Lo lógico es que ante la falta de internet fijemos nuestra atención hacia la televisión, pero no estamos en esa época maravillosa cuando pasaban video loco o teleseries con personajes tan emblemáticos como Dj Katia. Prender la televisión es escuchar a Patricia Maldonado vociferar sus “opiniones políticas” para después ver a Luis Jara bailando sus propios éxitos. También es ver noticias con montajes como sucedió con la situación de las alumnas del Liceo 1 de Santiago. El resto de la programación se limita a teleseries nacionales que dan demasiado tarde como para no despertar cansado al día siguiente. La televisión ha sido víctima de su propio contenido, y ni siquiera la falta de conexión genera que sea un plan B para nuestra entretención o búsqueda de información.
Sexo a la antigua
No hay Tinder. Grindr. Nada. Pero si están las ganas y con eso no queda otra cosa más que volver a una práctica que amábamos evitar: llamar por teléfono. Si tienes un amigue con ventaja pero tu WhatsApp duerme frente a la desconexión, no queda otra que llamar para juntarse en algún lugar en común en vez de ir al grano sin preámbulos. El resultado es una cita a la antigua, con un trago e interactuando un poco -solo un poco- más en profundidad que la dicotomía propia de las redes sociales con fotos hot que han hecho del sexo algo más inmediato.
Con mis memes no te metas
Lo peor de la desconexión es perderse de los memes, que logran capturar todo evento trágico para transformarlo en cultura pop que va más allá de las imágenes trucadas. Con la victoria de Bolsonaro y su discurso de odio evangelista, los memes nos dan la posibilidad de reírnos de la situación después de llorar. La buena noticia es que siempre estará tu grupo de amigos para guardar la mejor colección de memes semanales y enviártelas apenas puedas conectarte, porque después de todo ¿Si esa no amistad, entonces qué si lo es?
Mucha menos ansiedad
Estar en tu casa sin WhatsApp es lo mejor. No darte por enterado de los mails que te envían después del horario laboral también lo es. Simplemente eres tú con mucho más tiempo para sacar resoluciones sobre tu vida o del momento que estás pasando sin algún estímulo de que un tiempo hasta ahora, se volvió costumbre. Entrar a Facebook últimamente también se transformó en un campo de batalla político innecesario de ver y del que hace bien no ser partícipe. Ni hablar de las horas de sueño ganadas al no estar pendiente de los últimos mensajes de la tarde. Este es el punto el que te das cuenta que la falta de Netflix y Spotify tiene la ventaja de darte un poquito de paz mental.
Pero igual, Netflix
A ver, esta plataforma es el mejor invento desde que un productor sueco llamado Max Martin contrató a una joven Britney Spears para grabar Baby One More Time. En un año hemos tenido joyas como Casa de Papel, Élite, La maldición de Hill House, Sabrina y las últimas temporadas de Orange is the New Black y House of Cards. La diversidad de contenidos en Netflix se ha transformado en la mejor compañía y definitivamente supera cualquier red social. Simplemente no podemos prescindir de Netflix y es una de las pocas cosas positivas de las que podemos gozar transversalmente porque hay para todos los gustos.
“Estoy bien”
Tus amigos se mostrarán afligidos si no te ven tan seguido subiendo parte de rutina a tus historias de Instagram. Por alguna razón, es motivo de preocupación para ellos que estés desconectado, sinónimo de un indicio de soledad forzada y tristeza autoinfligida. Lo único malo del asunto es que cuando estás con ellos, los ves igual de pegados al celular como cuando lo estabas antes de caer al umbral de la desconexión.
Estar desconectado te hace cocinar bastante también. Ir al supermercado se vuelve entretenido y ni te molestas en subir el resultado a Instagram. También te da tiempo para retomar hobbies, como terminar ese libro que juras haber leído para impresionar a alguien pero que en realidad yace junto a la pila de ropa sucia que acumulas sobre una silla. La vida sin internet no es tan terrible, se extrañan ciertas cosas como la inagotable cantidad de música y las facilidades de movimiento que la conexión otorga, pero también hace bien un respiro de ciertos hábitos que al final cansan y sabemos que en algún minuto, pasarán al olvido (tenemos el caso empírico de Fotolog para dar cuenta de ello, después de todo).