Will and Grace estaba tan adelantada a su época que pudo darse el lujo de salir del aire y volver una década después para que los tiempos se le acercaran.

Luego de once años -y ahora por la pantalla de Fox- se marca el retorno del cuarteto que normalizó lo gay en la comedia de situaciones. Un destape empedrado–en primera instancia- por la bullada salida del closet de Ellen Degeneres en su sitcom homónimo, y anterior a la revolución cubierta en glitter de las reinas de Rupaul’s Drag Race.

En ese hito del timeline de la televisión por cable viven ellos; Will y Grace y sus respectivos doppelgängers, Karen y Jack. Una vuelta donde no hay mayores sorpresas, pero ¿a quién le importa? reverenciando a Alaska y Dinarama. Si vuelven con una gloriosa armada de chistes picantes desde el lado más afilado del Upper West Side.

Donald y Melania Trump, el escándalo Weinstein, Netflix, Grindr, Instagram, #Metoo y los millennials son apenas unas muestras de un insectario flamboyante. Uno que han sabido traducir siempre con acidez Will Truman (Eric McCormack) y Grace Adler (Debra Messing), ahora entrados en los cuarentas y siempre sujetos a una saludable neurosis.

Para el abogado y la diseñadora de interiores, el amor sigue esquivo pero la amistad es inamovible.

No hay un refresh en esta novena temporada, siempre estuvieron frescos y ahora –además- en plena forma física, ya lo sabe Jack McFarland (Sean Hayes) al momento de perpetrar los mejores gags gestuales de la temporada, como si se estuviera frente a un dibujo animado en anfetaminas. Y lo mejor del caso; no hubo necesidad de manchar con líneas de acción pomposas el talento innato.

Tampoco hubo criogenia, siguieron con sus vidas siempre atentos con ese ingenio admirable para satirizarlo todo. Por eso no perdieron masa muscular, estuvieron entrenándose todo este tiempo. Llegaron recargados con el slang elegebetei+, las burlas al judaísmo, los prejuicios cruzados en torno a las identidades sexuales, las palmadas a la cultura pop y la incorreción política.

Esta última llevada sin la más mínima dosis de pudor por Karen Walker, (Megan Mullally) la adorable malvada es una asumida votante del actual presidente, y no pierde oportunidad para ver el mundo arder en base a su ¿mesurado? clasismo, racismo y homofobia.

Si Karen es el troll promedio de los foros de Emol y La Tercera (pero millonaria y multiadicta), entonces Jack es la nitroglicerina necesaria de un artefacto incendiario mirado con desprecio por buena parte de la comunidad políticamente comprometida; la dupla de frívolos, indolentes y egoístas viven siendo permanentemente salvados por Will y Grace, acaso el inverso progre, educado y librepensador que configura las cuatro caras de un tótem representado en risas camufladas de dolor. En una deidad esculpida con la complicidad de quienes se conocen de vuelta, donde las relaciones de amor-odio-amor son el honesto test de Rorschach expansivo más allá de los límites del set televisivo.

Un hombre ansioso, otro promiscuo, una mujer judía con debilidad por el azúcar y una socialité abandonada. O una suerte de (in)maduro Breakfast Club donde lo imperfecto es el idioma oficial. Tus amigos ideales solo viven en una aspiración financiada por una publicidad de cervezas, correr detrás de ese modelo por una selfie es la verdadera neurosis, los de la vida real se parecen -mucho y sanamente- a los de este lote.

*En Fox, todos los miércoles a las 22 estreno de capítulo doble.