Tres mujeres, una petición: ligar sus trompas de Falopio. ¿El problema? Una ginecología patriarcal que impide que ellas decidan por sobre sus propios cuerpos.

–   ¿­­Y si aparece un jeque árabe, y para dejarte toda su herencia te pide a cambio que le des un hijo? – le dijo el doctor.

–   ¿Dónde está la cámara? Esto debe ser broma – pensó ella.

Marcela Carrasco (37, La Reina), educadora de párvulos y profesora general básica, hace 4 años intentó que aceptaran su solicitud de someterse a la operación de ligadura de trompas de Falopio. La aprobación por parte su ginecólogo le costó tres visitas a su despacho en la Clínica Dávila, sin embargo, una vez que el médico accedió, le exigió a la mujer presentar un documento en donde se manifestara la autorización de su pareja para ligarse las trompas.

Marcela no tuvo otra opción que ir a la notaría y hacer el trámite. A pesar de que esa petición no tiene cabida en la Ley actual, porque según las Normas Nacionales Sobre Regulación de la Fertilidad, los únicos requisitos para realizar este procedimiento quirúrgico son que la mujer sea mayor de edad, que esté psicológicamente estable, que sea previamente orientada por un profesional sobre el tema y sobre otros métodos anticonceptivos, y que ella solicite la operación de forma autónoma y voluntaria.

Esta normativa respaldada por el Ministerio de Salud, el Instituto Chileno de Medicina Reproductiva y la Asociación Chilena de Protección de la Familia, no indica la prohibición de la operación a mujeres que aún estén en edad fértil, pero algunos médicos siguen negando este derecho a aquellas menores de 40 años.

Marcela tomó la decisión de ligarse las trompas un par de años después de tener a su primer y único hijo, Doménico (9), quien nació de un embarazo no planificado debido a que su método anticonceptivo falló. “Yo siempre he dicho que fue negligencia médica”, asegura, pues le recetaron corticoides sin advertir que estos anulan el efecto de las pastillas anticonceptivas.

Esterilización femenina: Mujeres que no quieren ser mamás v/s la ginecología patriarcal
Ilustración por @pictomono en IG.

Aunque su período de gestación y parto estuvieron lejos de ser traumáticos, ella junto a Joaquín, su pareja desde hace diecisiete años, habían decidido no tener hijos, por lo que la llegada de Doménico fue sorpresiva e impulsó la idea de una operación de esterilización.

Dado que Joaquín no accedió a someterse a la vasectomía, Marcela pensó, “no quiero tener otro hijo, entonces, lo hago yo no más”. A pesar de que el doctor aprobó la solicitud para realizar el procedimiento, la parte más pesada la recibió de su isapre, pues le negaron la cobertura monetaria de la cirugía. El valor total era de tres millones de pesos, dinero con el que ella no contaba en ese momento, por lo tanto, no pudo realizarla.

Actualmente, la operación de ligadura de trompas no está cubierta ni por Fonasa ni por el sistema privado, en cambio, la vasectomía sí. Los precios de esta última rondan entre los $700.000 y $900.000, mientras que la esterilización femenina tiene un costo que sobrepasa el millón de pesos.

Un procedimiento que, por lo menos, triplica el sueldo mínimo en un país donde la decisión de maternar va en picada. El año pasado Chile registró las cifras más bajas de natalidad en la región en los últimos 70 años. Hasta el 2 de diciembre se contabilizaron sólo 176 mil nacimientos según el Ministerio de Salud.

Tal como le pasó a Marcela, el ginecólogo de Sandra Ramírez Toro (48, Peñalolén) también se negó a ligarle las trompas. Corría el año 2006 y la empleada del área de inversiones, solicitó someterse a la operación después de haber tenido a su segundo hijo, Benjamín, en un embarazo de alto riesgo, el cual asegura “fue muy traumático” y no quería volver a pasar por algo así. En aquel momento ella tenía 33 años y su marido tampoco accedió a realizarse la vasectomía. “No fue opción, porque tengo un muy buen marido, pero un machista de tomo y lomo”, comenta.

Entonces acudió a su ginecólogo quien denegó la solicitud. Volvió a intentar con otro médico, sin embargo, tampoco lo consiguió. Recién once años después, pudo someterse a la cirugía, pero de todas formas seguían insistiendo en que lo pensara dos veces. “¿Sabe qué, doctor?”, dijo parándose de la silla, “yo necesito que usted me ligue y me corte las trompas, porque yo no quiero tener más hijos. Y si usted se niega y yo quedo embarazada, aquí, a su escritorio, vengo a dejar el hijo que tenga”.

Sandra asegura que el proceso de encontrar un ginecólogo que accediera a ligarle las trompas fue bastante doloroso. “Es muy difícil sentir que los demás deciden por tu cuerpo”, confiesa, y asegura que si en algún momento su hija quisiera realizarse una ligadura de trompas ella la apoyaría, pues cree que “es decisión libre de cada mujer”.

A pesar de que la ligadura de trompas es amparada por la Ley Nº 20.418, que fija normas sobre la información, orientación y prestaciones en materia de regulación de la fertilidad, María Cindy Díaz (31), médico ginecóloga del Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar, asegura que “hoy día, la ginecología todavía es súper patriarcal”, y que todas las justificaciones que se suelen dar para no realizar la operación “son arbitrarias” y no poseen sustento técnico.

Las únicas contradicciones para negar este derecho a una paciente tienen que ver con impedimentos de salud, es decir, que presenten anomalías o alteraciones en sus exámenes. Sin embargo, una vez reguladas estas descompensaciones, no existiría ninguna razón para no realizar esta operación.

Díaz es enfática en decir que el argumento de la edad para rechazar la solicitud corresponde a “alguien que considera que todas las mujeres deberíamos casarnos y ser madres, y que si todavía no lo has hecho, te quedan años para hacerlo”.De todas formas, la médico insiste en la irreversibilidad de la cirugía, lo cual si bien hace que sea un método de anticoncepción extremadamente seguro, aconseja que “si uno tiene una pequeña duda, existen otros métodos que son igual de efectivos”.

Por su parte, Pedro Ramírez, ginecólogo del Hospital San Juan de Dios, postula que “no es el mejor método anticonceptivo”, pues “mutila la fertilidad”. Si bien asegura que respeta la libertad de cada mujer, es categórico al momento de decir que no lo aconseja. “Uno como ginecólogo siempre trata de convencer a una mujer joven que no sea tan radical”, agrega. Pero, para Marcela, esta postura genera rabia y la sensación de que “otras personas creen que pueden meterse en tu útero para saber si quieres ser mamá o no”.

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Sin embargo, las trabas no solo vienen de parte del personal médico, sino también, muchas veces las mujeres son juzgadas por su propio entorno. Sandra recuerda cuando tomó la decisión a los 33 años. “Era yo luchando contra el mundo. Todos me decían que no, porque todavía podía ser madre”. Para Marcela no fue muy distinto, pues asegura que recibió apoyo únicamente porque fue rígida en su postura y compara la situación con la visión que se tiene frente a la vasectomía, asegurando que a su marido “no lo hubiesen cuestionado tanto como me cuestionaban a mí”.

Para Paolo Urquiola (30, Lampa) todo fue muy fácil. El terapeuta ocupacional y padre de dos hijos, se realizó una vasectomía a fines del 2020. Al momento de tomar la decisión, no lo comentó ni con su familia ni amigos, únicamente con su pareja. “No les pedí la opinión, tampoco me interesaba mucho tenerla”, sin embargo, luego de realizarse la operación todos sus cercanos lo apoyaron, pues creían que era una buena medida de anticoncepción.

Paolo sintió que el procedimiento “no fue trágico” y cree que “estaría súper bien que empezara a practicarse más” como método de control de natalidad, pues para él “es la forma más responsable de hacerlo sin exigirle a una mujer que tome anticonceptivos”.

Anticonceptivos al alza: Otro golpe a la salud reproductiva de las mujeres 💊

Los testimonios de Marcela y Sandra anticipan lo complejo que podría llegar a ser el proceso que se le viene a Pilar Torres (20, estudiante de medicina). Ella no tiene hijos, y a su edad tampoco planea tenerlos. La inquietud de ligarse las trompas de Falopio le surgió a fines del año pasado debido a diagnósticos psiquiátricos severos.

La joven padece de depresión, trastorno límite de la personalidad y anorexia nerviosa, enfermedades que poseen un importante componente genético, por lo que ella manifiesta que “son cosas que de verdad no quiero traspasar a otra persona, menos a un hijo mío”.

Su familia, pareja y amigos la apoyan, pues “le encuentran sentido a mis razones”. Por otro lado, cuenta con la aprobación de su equipo terapéutico, por eso cree que no tendrá problemas al momento de solicitar a algún especialista del área reproductiva realizar la operación. Además, opina que “nunca es válido” usar como excusa la edad para negar un derecho reproductivo.

“No sé si en algún momento estaría preparada, mentalmente hablando. Y aunque lo estuviera preferiría que no fueran biológicos”, confiesa Pilar. Sin embargo, médicos como Pedro Ramírez, aseguran que no es recomendable como método de planificación familiar, pues “la mujer puede tener muchas vueltas en su vida y cambia de pareja”, por lo que la esterilización quirúrgica no sería la mejor opción, ya que “tener hijos es muy de mujer y a veces se emparejan y las ganas de embarazarse aparecen”, añade.

El ginecólogo de la Clínica Alemana Fernando Cádiz se mostró bastante reacio a responder si recomendaba este procedimiento como método anticonceptivo, sin embargo, aseguró que no lo ofrece a sus pacientes, menos a las más jóvenes, dado que “a los 20 años el potencial reproductivo llega hasta más adelante, entonces, ¿por qué cerrarlo ahora si se puede ocupar otra cosa igual de efectiva?”. De todas maneras, es enfático al destacar que si una paciente lo solicita, él respetaría su decisión.

Cuando el ginecólogo de Marcela intentó convencerla de no realizarse la operación, “todas las justificaciones que a mí me dieron eran en base a un hombre. Nadie me preguntó si realmente era yo quien lo quería”, recuerda. Sandra adhiere a esto y cree que lo más importante para tener en cuenta es que la esterilización quirúrgica “es decisión libre de cada mujer”.

La doctora Díaz aconseja que en caso de atenderse en el sistema público y que se niegue la realización del procedimiento, las mujeres pueden acudir a la Oficina de Informaciones, Reclamos y Sugerencias (OIRS), un órgano perteneciente al Ministerio de Salud. Aquí, se puede dar conocimiento de la situación y apelar a que se realice la cirugía.

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Ante los ojos de la abogada Claudia Iriarte Rivas, los diecisiete años de dictadura militar provocaron que nuestro país quedara atrás en cuanto a avances en Derechos de las mujeres, sobre todo en el ámbito reproductivo, por lo que pone su fe en la Convención Constitucional y los cambios que traerá en la agenda de género.

Iriarte afirma que, el problema de fondo está relacionado con la “ausencia de una visión de las mujeres como sujeto de derecho absolutamente autodeterminado”, pues sostiene que esa autodeterminación reconoce la dignidad, libertad e igualdad de las mujeres y “permite que nadie pueda decirte qué hacer”, para que nunca más ocurra lo que Marcela y Sandra tuvieron que vivir. “Me sentí juzgada, ridiculizada”, recuerda Marcela con “rabia del sistema machista”, que sigue reduciendo a las mujeres a ser única y exclusivamente seres reproductivos.

El día de su parto, Marcela recuerda haber estado muy tranquila. “No tengo cómo describirte lo que se siente en ese momento”, dice refiriéndose al momento en el cual vio por primera vez a su hijo Doménico. “Él es el amor de mi vida”, pensó mientras lo tenía en brazos. La maternidad nunca estuvo en sus planes, y si bien ella no lo veía como algo malo, siempre sintió que su estilo de vida no era compatible con el nacimiento de un hijo. Ahora, nueve años después de haber traído a Doménico al mundo, sostiene que “ser mamá es bacán, pero no lo volvería a hacer”.

Ella sigue utilizando un método anticonceptivo tradicional, pero no descarta someterse a la operación en un futuro. “Es triste que te obliguen a ser mamá y que la sociedad te condene si no quieres serlo”, reflexiona quien se declara  una mujer de profundas convicciones feministas y que cree firmemente en que dar a conocer su historia ayudará a miles de otras mujeres que se han sentido igual de violentadas por este “sistema que cuestiona nuestra decisión de maternidad”.